Por Marzo 21, 2013

 

Presenciar la entronización del Papa Francisco ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Me impresionó su sencillez y la universalidad de su mensaje, que invita a dejar el odio, la envidia y la soberbia, para sustituirlos por la bondad y la ternura, de modo que seamos custodios los unos de los otros y respetemos a todos, especialmente a los más indefensos y necesitados. Ello, unido a la valentía y capacidad de gestión que ha mostrado en su trayectoria pastoral, augura buenas cosas para la Iglesia Católica, para el mundo y, sobre todo, para América Latina.

El lugar de origen de un Papa no es irrelevante. Juan Pablo II fue especialmente sensible con las graves restricciones a la libertad que totalitarismos de distinto signo impusieron en Europa Central y Oriental. Benedicto XVI lo fue con el avance del relativismo moral que veía en Europa Occidental. Francisco ha dejado claro que la pobreza -que afecta a muchos en nuestra región- será una de sus mayores preocupaciones. No sólo manifiesta inquietud por los pobres, sino también una lúcida comprensión del modo en que debe abordarse esta situación. En una conferencia sostuvo: “No podemos responder con verdad al desafío de erradicar la exclusión y la pobreza, si los pobres siguen siendo objetos destinatarios de la acción del Estado y de otras organizaciones en un sentido paternalista y asistencialista, y no sujetos, donde el Estado y la sociedad generan las condiciones sociales que promuevan y tutelen sus derechos y les permitan ser constructores de su propio destino”. En el libro El Jesuita, él señaló que “la dignidad como tal sólo viene por el trabajo...”.

Chile ha sido un ejemplo de reducción de la pobreza: en 1987 el 45% de la población era pobre, en 2011 lo era el 14%. Es un descenso muy importante, pero no suficiente. Por eso el gobierno ha puesto a la erradicación de la pobreza entre sus prioridades. Para ello ha diseñado una política social no asistencialista, cuya expresión es el Ingreso Ético Familiar, que premia los logros y busca que la ayuda estatal sea un instrumento para la autonomía de las personas y no para su dependencia crónica. El otro remedio ha sido la generación de empleo, fuente insustituible de dignidad, progreso y justicia.

Es muy estimulante que el Papa provenga de Argentina, un país con el que hace 35 años estuvimos al borde de la guerra, pero con el que se ha logrado construir una paz y una colaboración estable y duradera, luego de que Juan Pablo II mediara entre nosotros. Juan Pablo II fue también el primer Papa que visitó Chile. Y todo indica que Francisco será el segundo.

 

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