Por Raúl Peñaranda U. Febrero 21, 2013

Bolivia y Chile están otra vez enfrentados. Parecen tan lejanos los días del “idilio” entre los presidentes Michelle Bachelet y Evo Morales, que duró casi cinco años y que terminó abruptamente el 23 de marzo de 2011 cuando el mandatario boliviano anunció que llevaría a Chile a los tribunales internacionales para intentar resolver el problema.

¿Qué había sucedido entremedio? Dos cosas: había concluido la gestión de la última presidenta de la Concertación (llegando en su lugar Sebastián Piñera), lo que cambió el estado de ánimo del Ejecutivo chileno al respecto. Y, quizás tan importante como ello, ese gobierno resolvió coordinar con las autoridades norteamericanas la entrega de un ex policía boliviano de alto rango, acusado de traficar drogas a EE.UU. Chile, en vez de enviarle información para que ese policía, el ex general René Sanabria, sea detenido en Bolivia, prefirió que un operativo se realizara en Arica, en coordinación con la policía antidroga estadounidense, y luego permitir que viajara a Panamá, donde fue detenido.

En una entrevista con Página Siete en 2011, Morales admitió que ese tema era uno de los que había causado el distanciamiento de Chile. A los ojos del presidente boliviano, esa fue una especie de traición de Piñera a favor de que EE.UU. asestara un golpe político internacional de proporciones contra él, al detener a su ex jefe de inteligencia por tráfico de drogas. Sanabria está detenido en Miami.

Hoy las relaciones exteriores de Chile han perdido la compostura e ingresado, por primera vez en mucho tiempo, en contradicciones. Después de señalar que el tratado de 1904, que ratificó la mediterraneidad boliviana, era inamovible, Piñera  dijo en la cumbre de la Celac que el tratado es “perfectible”. Dijo también que Chile había propuesto a Bolivia un enclave “al norte de Arica”, del que nunca se había escuchado. No sólo eso. El canciller chileno Alfredo Moreno expresó a los medios que su país nunca se había comprometido a hacer una propuesta a Bolivia sobre una salida al mar. Ello es incorrecto, porque en junio de 2010, cuando se realizaban las reuniones bilaterales semestrales, Chile firmó un documento en el que señala que en diciembre de ese año presentaría tal propuesta. Nunca lo hizo.

Analistas bolivianos consultados por los medios locales en las últimas semanas han coincidido en que ambos presidentes deben bajar el nivel de su agresividad e intentar que el tema se reencauce a los canales diplomáticos.

Bolivia dice que tuvo “cinco años de paciencia” y que no condujeron a nada en cambiar la posición chilena. Pero no se debe perder la esperanza.

El ex presidente Carlos Mesa, que tuvo un encontronazo con su par chileno Ricardo Lagos en Monterrey, en una  cumbre de la OEA el año 2004, dijo entonces que el tema del mar “es una herida en la psiquis de los bolivianos”. Es verdad. En la guerra del Pacífico perdió 400 kilómetros de costa y su acceso al mar (y, de paso, perdió Chuquicamata, que mantuvo la economía chilena durante el siglo XX). La demanda no cesará. Podrán pasar décadas y el pedido se mantendrá (como se mantiene, desde 1713, la demanda de España por el peñón de Gibraltar y, desde 1833, la aspiración argentina por las Malvinas). Y obviamente se puede entender que para Bolivia esa salida al mar es mucho más importante que un peñón para España y unas islas para Argentina.

En lo que Bolivia falla es en pedirle a Chile que presente una propuesta, cosa que es obviamente ilógica. Bolivia debe presentar un pedido oficialmente, que no puede ser otro que tener un corredor con soberanía al norte de Arica. En los años 70, en Chile se pedía que ello fuera parte de un “canje territorial”. Para Bolivia, en ese momento, aceptar ello era casi, casi, una traición a la patria. “¿Qué? ¿Además de haber perdido 120 mil kilómetros de territorio debemos compensar a Chile?”. Parecía imposible. Hoy no lo es tanto. Una encuesta desarrollada por Página Siete hace un año y medio demostró que los bolivianos han flexibilizado su negativa a hacer un intercambio de territorio. Más de la mitad de la población apoyaría esa decisión.

¿Y después? Suponiendo que se resuelva el problema, vendrá una verdadera etapa de paz y desarrollo. Los dos países tienen muchísimo que ganar con una integración económica y política. Desde gas, que Bolivia tiene en su subsuelo, hasta agua, que se puede enviar al norte chileno desde la cordillera, sin olvidar que Bolivia puede facilitar el paso de productos chilenos a Brasil, ambas naciones tendrían un brillante futuro si se logran acuerdos.

Hoy, ambos gobiernos están anclados en el siglo XIX. Estaría bueno que entendieran que estamos en el XXI.

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