Por Robert Funk Febrero 21, 2013

Hace poco, como parte de la promoción de la película Lincoln, de Steven Spielberg, apareció un video en que Michelle Bachelet hablaba de liderazgo, haciendo referencia a Abraham Lincoln como ejemplo del mismo. La ex presidenta citaba una de las frases más conocidas de su legendario discurso en Gettysburg: que la democracia es un sistema de gobierno de la gente, por la gente y para la gente.

La película, eso sí, no trata el tema de la democracia. Le hace un guiño, casi obligatoriamente, al mencionado discurso, pero la trama se centra en un período posterior. Ni siquiera trata el drama de la reconciliación nacional (tema que está en el centro de las historias tanto de Lincoln como Bachelet). El relato se trata de algo que Bachelet evitó en su primer gobierno, pero le podría tocar en un eventual segundo: el liderazgo como conductor de una idea. No hacer algo para llegar al poder, sino de usar el poder para hacer algo.  

La presunta candidata debiera ver la película de nuevo. Verá la historia de cómo Lincoln, en condiciones políticas, militares y personales adversas, logró que se aprobara la décima tercera enmienda constitucional, que prohibió la esclavitud en los EE.UU. Es una historia que deja a la vista lo más grandioso y lo más oscuro de la política. Como la película No, Lincoln relata la tensión entre las medidas que hay que tomar -que no siempre son hermosas o nobles- para lograr algún fin que sí lo puede ser.

Pero no es solamente la ex presidenta la que puede sacar lecciones de Lincoln. También lo podemos hacer todos los que nos quejamos de lo difícil que es resolver un problema o implementar el cambio, de los obstáculos que enfrentamos, y que muchas veces terminamos culpando a condiciones externas.

Las maniobras que usó Lincoln para lograr terminar con la esclavitud fueron variadas. Se deja en evidencia que el presidente no se negó a usar estrategias nebulosas (como ofrecer cargos a congresistas que votarían a favor de la enmienda). Y también muestra que para lograr lo imposible hay que trabajar dentro del mundo de las posibilidades. El verdadero liderazgo político consiste en crear esas posibilidades.

La Concertación lleva casi un cuarto de siglo diciendo que le hubiera gustado haber podido implementar cambios más profundos, con mayor rapidez, pero que las condiciones no lo permitieron. El núcleo de la crítica que les hacen los movimientos sociales -y los jóvenes en particular- es que ese argumento o no se la creen, o ya no lo aceptan para la coyuntura actual. Si antes el binominal no se podía cambiar porque había senadores designados, hoy no se puede porque hay parlamentarios de todos los partidos a quienes no les conviene. Si antes no se podía reimpulsar un sistema público de educación porque los “poderes fácticos” tenían intereses en el sistema privado, hoy esos intereses se extienden a todos los sectores políticos. La Concertación fue, alguna vez, una coalición que supo crear posibilidades para lograr lo imposible. Su desafío es reencontrarse con ese espíritu.

Al igual que Lincoln, Michelle Bachelet podría llegar a asumir el poder en un momento en que su país enfrenta una encrucijada. Como Lincoln, hay muchos que la ven a ella como la persona que puede evitar una crisis mayor. Como Lincoln, Bachelet se vería obligada a dejar atrás su moderación para mostrar un nuevo tipo de liderazgo.

En caso de que regrese a La Moneda, podremos ver si, sin caer en populismos, Bachelet realmente cree, como Lincoln, en un sistema de la gente, por la gente y para la gente.

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