Por Luis Breull Febrero 7, 2013

El golpe a la cátedra que dio Netflix, la plataforma de distribución de contenidos audiovisuales vía internet, con House of Cards -de la que pueden ser vistos inmediatamente los 13 capítulos de la primera temporada- es un fuerte golpe a la cátedra y a la industria televisiva. Una jugada innovadora, valiente y plagada de consecuencias.

Rompe con las lógicas de debut secuencial o temporalidad episódica para dar cuenta y hacerse cargo de una corriente cada vez más extendida entre los públicos fieles a estos contenidos: demandar la cantidad de capítulos que quiera ver de acuerdo al  tiempo ocioso del usuario. Así se consagra también la práctica de las maratones de visionado, que comenzaron con la edición de las series en dvd y ahora en blu-ray para fidelizar a un segmento de fanáticos o consumidores intensivos.

Elimina o minimiza una treta recurrente en el ambiente de las redes sociales referida a los spoiler alert o filtración de datos claves de las tramas de las series o programas, para dejar sin piso a personajes del mundo de Twitter o Facebook que habitualmente ganan presencia a través de esta argucia. Así se mantiene fuera del circuito de conversaciones sociales, se resguarda la trama y se dificulta la opción de complementar su visionado coincidental con el uso de otras plataformas.

Redefine los parámetros de éxito  fracaso de un contenido, al no depender de las formas establecidas para medir las audiencias en la TV convencional, ancladas en el seguimiento de los contactos de un evento en una franja horaria y un día determinados. Tarea que en Estados Unidos recae en Nielsen y en Chile en Time-Ibope. Los ejecutivos de Netflix no tienen intenciones de revelar cuántos de los más de 27 millones de suscriptores han visto House of Cards en esta primera semana de exhibición, ni el número de capítulos en promedio que se han consumido. Sí se mostraron conformes y contentos con los comentarios en la prensa, las redes sociales y en su propio sitio. Pero de cifras, nada, solo ironías como que quizá en un año más se conozcan.

También cambian los marcos de financiamiento y producción de la industria de series de ficción al negociar los proyectos totalmente en verde y cuya primera entrega se hace con todos los capítulos ya terminados. Los 26 episodios de House of Cards (divididos en dos temporadas de 13) costaron casi 4 millones de dólares cada uno y los inversionistas tienen que acostumbrarse a este nuevo ambiente y modelo de negocio. Los clientes, usuarios o suscriptores  serán los que mediante la demanda resuelvan en el futuro si existirán nuevas temporadas de cada proyecto que se emita. Y tendrán para ello todo el tiempo que quieran, porque una vez subidos a la plataforma, solo resta esperar que se acumulen los visionados. 

Netflix está en la mira de los ejecutivos de las industrias convencionales de TV -general y de pago- en Estados Unidos y en el resto de países en donde opera, porque sea o no un espejismo de éxito, algo está cambiando con los streamings. En la era digital, uno de los pilares del modelo de negocio es el tráfico de big data y la empresa puede encontrar allí nuevos aliados estratégicos. 

Sin duda alguna esto no es televisión -al menos como la conocíamos- pero en su visualidad y oferta de contenidos es un heredero revolucionario que se puede quedar con la mejor parte. 

 

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