Por José Manuel Simián Febrero 7, 2013

La canción “New York, New York”,  popularizada por Frank Sinatra es, en esta ciudad, un cliché más para los turistas que para los neoyorquinos. Pero cuando el lunes pasado comenzaron a sonar sus acordes en el órgano del templo judío Emanu-El del Upper East Side de Manhattan mientras seis policías sacaban en andas el ataúd de Ed Koch, nadie dudó de que fuera la canción perfecta para cerrar la vida del ex alcalde.

Koch, nacido en el Bronx en 1924 e hijo de inmigrantes polacos judíos, comenzó a trabajar cuando todavía era un niño en Nueva Jersey, y lo siguió haciendo hasta cuando su familia volvió a vivir a Brooklyn y ya estudiaba en la universidad. Koch, el joven que interrumpió sus estudios para pelear en la Segunda Guerra (ganó dos estrellas en combate) y, a su regreso, estudió Derecho en NYU. Koch, el abogado que comenzó en la política desde el Greenwich Village de los 50 para subir muy rápido,  hasta ser electo tres veces alcalde de Nueva York en el difícil, violento y confuso período entre 1978 y 1989, que comenzó con la ciudad al borde de la bancarrota para terminar en bonanza, e incluyó un gigantesco escándalo de corrupción municipal, la epidemia del crack y el inicio del SIDA, entre muchos otros conflictos que habrían puesto a buena parte de los políticos fuera de combate, pero que a Koch sólo lo hicieron querer postularse una cuarta vez. 

En esa cuarta oportunidad perdió la primaria demócrata, y nunca volvió a competir por otro cargo, aunque no se retiró de la vida pública ni de la política. El hombre al que todos seguían llamando “Alcalde” siguió opinando sobre la contingencia en radio y  televisión, dando muestras de un espíritu independiente al apoyar a candidatos de distintas tendencias según el tema o el momento (a veces, con polémica, como cuando apoyó la reelección de George W. Bush), y sobre quien se estrenó un documental el mismo día en que murió. Hizo clases, fue juez en un programa televisivo, escribió críticas de cine y libros, y nunca dejó de participar en la fiesta social,  cultural y mediática que puede ser Nueva York. Cualquier día podías encontrártelo en una esquina o en la sala de espera del canal donde trabajaba, y recibir como saludo la sonrisa de alguien que era conocido por todos pero seguía siendo  un neoyorquino cualquiera. 

Para quienes nos radicamos en Nueva York en la era Bloomberg -uno de los pocos alcaldes que empatará su récord de 12 años al frente de la ciudad- Koch era, en pantalla o en persona, un símbolo de una era anterior donde, dice la leyenda, la ciudad era más fea y peligrosa, pero también (según una leyenda mucho menos verificable) más igualitaria y encantadora. Una era vertiginosa que había producido tanto la new wave neoyorquina y el hip hop como el frenesí capitalista de los yuppies de Wall Street y los conflictos raciales retratados en Haz lo correcto de Spike Lee. En otras palabras, la violencia, el ruido, el ardor y el odio. La prueba viviente de que esa época que idealizábamos de Nueva York había sido real, aunque cuando llegáramos a ella fuera un lugar muy diferente.

 

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