Por José Manuel Simián Enero 17, 2013

Cuando le quedaba poco tiempo, Daniel McGowan volvió a los árboles. Corría 2008 y el activista de 34 años estaba por iniciar 7 años de encierro. Su delito era haber conspirado y ejecutado dos incendios contra compañías forestales de Oregon en 2001 mientras integraba el grupo ecologista radical Earth Liberation Front. La escena, que aparece en el documental If a Tree Falls (2011) de Marshall Curry, reverdece el eterno dilema de cuán lejos se puede llegar para defender una causa noble; cómo un chico bienintencionado y más bien tímido de Queens puede terminar en la lista de los terroristas más buscados por su gobierno cuando trataba de llamar la atención sobre lo que consideraba prácticas inaceptables de destrucción y manipulación del planeta. La imagen del cortés y regordete McGowan recorriendo el bosque junto a su familia y su mujer, subiéndose a un tronco y despidiéndose de la naturaleza antes de alejarse de ella para cumplir su castigo -una familia a punto de romperse-, transpira una fragilidad y humanidad que contrastan violentamente con nuestras nociones de criminalidad y terrorismo.
McGowan -su proceso judicial y condiciones de presidio fueron cuestionados por diversos grupos- fue liberado en diciembre en Nueva York, aunque seguirá siendo vigilado durante 3 años. Su destino fue muy distinto del que corrió Aaron Swartz, el activista de internet de 26 años que se ahorcó el viernes pasado en su departamento de Brooklyn a tres meses de que se le iniciara un juicio criminal. Su delito, que en teoría podría haberle valido hasta 35 años de presidio y un millón de dólares de multa, había sido descargar entre 2010 y 2011 unos 4,8 millones de artículos de la base de datos académica Jstor, usando sin permiso y con algo de maña de hacker un computador del MIT. 
Swartz era un firme creyente en la idea del Open Access, el acceso abierto a los textos académicos, y en 2008 había publicado un manifiesto donde decía que entregar gratuitamente esos textos a estudiantes de universidades de elite y negárselos a los niños del tercer mundo era “escandaloso e inaceptable”. Y si bien Jstor nunca se querelló contra él, la fiscalía de Massachusetts describió todo el asunto como un delito puro y simple. “Robar es robar, sin importar si usas un comando de computadora o una barreta, o si lo que se toman son documentos, datos o dólares”, dijo la fiscal Carmen Ortiz en un comunicado que se ha vuelto tristemente célebre con el paso del tiempo.
No se trata de empatar situaciones que guardan diferencias importantes -McGowan causó daños perfectamente tangibles y puso en riesgo la seguridad de muchas personas, mientras que Swartz nunca llegó a distribuir los textos que bajó, textos a los que, en rigor, tenía acceso como investigador de Harvard-, ni tampoco de suscribir a la rápida la entendible declaración del padre de Swartz, quien en el funeral de su hijo afirmó que éste no se había suicidado, sino que lo había “matado el gobierno” (un suicidio siempre es un misterio insondable y Swartz había sufrido de depresión durante años). Tampoco se trata de poner al mismo nivel a dos personajes cuyo impacto fue completamente distinto: con sus actos McGowan probablemente terminó alejando a más gente de la causa ecológica que la consciencia que quería despertar con sus atentados, mientras que Swartz había contribuido como pocos y desde que era apenas un adolescente a crear internet como la conocemos, participando en la creación del estándar RSS, las licencias Creative Commons y el popular sitio Reddit, además de desarrollar un trabajo como activista que, entre otras cosas, incluyó la campaña que derrotó a los nefastos proyectos de ley SOPA y PIPA. 
El punto es, más bien, que cada generación tiene rebeldes y mártires que vienen a remover nuestras creencias y a recordarnos la necesidad de luchar desde nuestras esquinas y miserias por un mundo mejor. Y mientras la ira de la comunidad digital por la muerte de Swartz sigue sin amainar -el influyente académico de Harvard y mentor de Swartz, Lawrence Lessig, calificó públicamente el actuar de la fiscalía de “matonaje”; una petición en la página de la Casa Blanca para remover a la fiscal del caso por excederse en sus poderes sobrepasó hace rato las 25.000 firmas necesarias para obligar al gobierno a responder; y una congresista de California acaba de presentar un proyecto de ley para enmendar la vetusta ley de delitos informáticos de 1984 bajo el cual se le había procesado-, resulta difícil resistir la tentación de pensar en él saltando y guiándonos con una sonrisa por ese bosque tan incontrolable como custodiado por personas muy poco sensatas que sigue siendo internet.

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