Por Andrea Slachevsky Diciembre 13, 2012

Los medios de Estados Unidos, un país en guerra permanente, a menudo, se refieren  a los problemas de sus veteranos. Para el síndrome de stress post-traumático, que  es causante del suicidio de muchos de ellos, se ha sumado recientemente otra causa: la “herida moral”. Es decir, sus culpas y remordimientos. La culpa es, además, una de las principales causas del sufrimiento de periodistas que reportean eventos traumáticos. ¿Es la culpa sólo un sentimiento invalidante, una suerte de “excrecencia maldita”?

La culpa es lo que llamamos una “emoción moral”. La moral implica la existencia de actos buenos y malos y de un sujeto responsable de sus actos. Pero, sobre todo, un acto está en el dominio de lo moral cuando tiene impacto en el bienestar de otras personas. La culpa es una emoción moral porque se origina cuando, por acción u omisión, le causamos mal a otros. 

Los veteranos y periodistas describen la culpa como el sentimiento desagradable de que podrían haber hecho algo para ayudar a quien sufría ante ellos. La moral no es un fenómeno unitario: se compone de las emociones morales y de los valores o normas que nos permiten clasificar racionalmente lo que es o no aceptable. 

El fotógrafo Umar Abbasi se vio en medio de una polémica la semana pasada, luego de que el New York Post publicara en su portada su “acierto”: la foto de un hombre que, empujado a la línea del metro, estaba a punto de morir arrollado. Aunque públicamente no manifestó culpa alguna (dijo que estaba muy lejos para ayudar al sujeto), el caso sirvió para recordar que el debate en torno a culpa y moral siempre es contingente.

Las emociones morales ayudan a comprender el origen de la moral en el humano. Una de las teorías más antiguas propone que ésta es una adquisición puramente cultural, ignorando la existencia de las emociones morales. Esta teoría, defendida entre otros por Kant y el psicólogo Lawrence Kohlberg, propone que, frente a una situación moralmente relevante, realizamos un análisis racional y emitimos un juicio que determina una acción. 

Sin embargo, la evidencia científica apunta a que la moral tiene una base neurobiológica: como propuso Charles Darwin, los comportamientos morales,  presentes en humanos y otros primates desde edades muy tempranas, están basados en predisposiciones genéticas adquiridas por selección natural. 

¿Cómo es posible que se seleccione un comportamiento que favorezca a otros a costa de uno mismo? Hay que recordar que la evolución darwiniana selecciona genes, no individuos. No son seleccionados los comportamientos que favorecen  al individuo, sino aquellos que maximizan la probabilidad de que ciertos genes se reproduzcan, incluso si esos genes están en otros individuos del grupo. Esta teoría permite entender tanto la existencia de las emociones morales como la de una “gramática moral universal”: el conjunto de emociones y valores morales compartidos por toda la humanidad. 

La percepción de un evento con implicancias morales gatilla emociones y un análisis racional de las posibles acciones, resultando un juicio y una emoción moral, ambos fundamentales para elegir el comportamiento correcto. Esto explica la aparente paradoja de los psicópatas: disciernen racionalmente el mal del bien, pero comenten el mal por carecer de emociones morales.

El rol de las emociones en las conductas morales permite entender que la culpa, en su justa medida, contribuye a la buena convivencia al incentivarnos a tratar bien a los otros. Tal como escribe Marcos Aguinis en su Elogio de la culpa, “si bien una culpa excesiva es intolerable, la ausencia de culpa es más peligrosa: hunde al hombre al nivel de la canalla”.

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