Por Andrea Slachevsky Noviembre 9, 2012

Uno de los momentos más transgresores en la historia del humor fue cuando Pierre Desproges realizó su monólogo sobre el genocidio judío. “Nadie me sacará de la cabeza que, durante la última guerra mundial, muchos judíos tuvieron una actitud hostil contra el régimen nazi”, dijo el francés, famoso por su humor negro, “es cierto que los alemanes no ocultaban una cierta antipatía hacia los judíos, pero no había razón para exacerbar esa antipatía pavoneándose con una estrella en la solapa para mostrar que no eran cualquiera, que eran el pueblo elegido”.

En este caso, como en las ya varias ocasiones donde se ha intentado hacer humor con el Islam, siempre surge el debate sobre qué límites imponerle. Para algunos, el humor es nocivo, sirve para denigrar o despreciar. Para otros, es blasfemo cuando toca temas prohibidos. Parece ser que sería más fácil convivir sin humor, pero para plantear eso es necesario, antes, entender sus orígenes. 

Grandes pensadores se han preguntado con toda seriedad sobre este tema.  Hobbes propuso que el  humor servía para exteriorizar nuestra superioridad y dijo que la risa es la expresión de “un triunfo súbito”. Kant postuló que el humor surge de la yuxtaposición de dos elementos incongruentes. Esta teoría fue refinada, entre otros, por Thomas C. Veatch, quien propuso que uno de estos dos elementos sería socialmente aceptable y el otro constituiría una violación del orden moral, tal como lo ejemplifica la broma: “¡Mami! ¿Qué es un niño delincuente?... Cállate y pásame la ganzúa”. Sin embargo, ninguna de esas teorías entrega una explicación cabal del humor.

Podemos buscar respuestas en la psicología evolutiva, ejemplificada en el aforismo del genetista Theodosius Dobzhansky: “Nada en la biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”. La psicología evolutiva intenta comprender la función biológica de nuestras capacidades mentales dilucidando las razones de su evolución.  Sus explicaciones son a veces inverificables, como lo sugiere el neurocientista V. S. Ramachandran en el ensayo Por qué los caballeros las prefieren rubias.  Sin embargo, también puede producir explicaciones fructíferas. Se ha propuesto que el humor y las emociones positivas promoverían la diversidad de respuestas, permitiendo explorar nuevas posibilidades en tiempos de seguridad. El mismo Ramachandran  propuso que la principal función del humor sería señalar, mediante la risa, que un estímulo potencialmente alarmante no representa un peligro, o sea, es una falsa alarma. También se ha propuesto que el humor constituiría un catalizador de la creatividad, al hacernos reinterpretar hechos familiares desde nuevos puntos de vista. Lo que está claro es que el humor está hace ya tiempo anclado en nuestro bagaje genético: está presente en el comportamiento de aborígenes australianos que estuvieron aislados de otros grupos humanos por más de 35 mil años.

Por si estos argumentos en favor del humor no bastasen, veamos lo que les sucede a quienes lo han perdido. La esquizofrenia se caracteriza, entre otros síntomas, por un trastorno en la percepción del humor. Quienes padecen esta enfermedad no logran comprenderlo, lo que contribuye a su aislamiento social. Otro fenómeno interesante al respecto es la gelatofobia o fobia a la risa de los otros, que, en general, va acompañada por altos índices de agresividad.

Parecería pues que estamos mejor -y llevamos mucho tiempo así- con una buena dosis de humor. Frente a la dificultad para dirimir el  límite entre lo correcto y lo incorrecto al momento de reírse, parece más sano aceptar el humor tal como viene, aunque a veces haga rechinar los dientes, como pasaba con Desproges, quien no tenía problemas en hacer humor a costa de un oficial de la Gestapo. “En pocas palabras, queridos habitantes jocosos de este mundo cosmopolita, repetiré incansablemente que más vale reírse de Auschwitz con un judío que jugar al Scrabble con Klaus Barbie”, comentaba sonriendo.

Relacionados