Por Gonzalo Pavón Octubre 4, 2012

 

Por qué correr una maratón. Por qué largar la cuenta regresiva de 42 kilómetros y terminar compitiendo en una lucha más de la conciencia que del cuerpo. Por qué llegar al extremo meridional de Chile y agregar al largo trazado pendientes, frío y viento. Mucho viento.

Es el mismo viento que el verano pasado hizo del fuego un enemigo incontrolable que quemó 17 mil hectáreas de bosque nativo en el Parque Torres del Paine. Y este desastre encendió a su vez la campaña “Reforestemos Patagonia”, cuyo objetivo es plantar un millón de árboles (y que era un aliado natural de esta primera Patagonian International Marathon).

De los cerca de 350 inscritos, 73 llegaron antes de las 8 de la mañana del pasado domingo 23 a la largada de los 42; varios estaban ahí para que sus zancadas se convirtieran en árboles. El nerviosismo se entremezclaba con el misterio de una ruta inédita y con el asombro frente al paisaje.

A las 9:30 a.m. comenzó la maratón. A poco andar, la ruta fue revelando su dificultad. Ya sobre el kilómetro 10, la desolación apareció en escena: frente al lago Pehoé, y perdido más allá de la cumbre de los cerros, el incendio. Miles de árboles o lo que queda de ellos se mantienen tal y como fueron calcinados. 

A la ineludible impotencia se sumaba una sorpresa. Bajo el carbón yerto, pequeños artefactos de un verde diferente decoran el desastre: es la pequeña estructura plástica que protege los árboles que por primera vez se divierten en primavera, y que forman parte de los más de 100 mil que han sido plantados por “Reforestemos Patagonia”. Pero claro, a pesar de la gran recepción que ha tenido, si la campaña fuese una maratón recién habría recorrido 4 mil metros. Queda mucha carrera por delante: falta apoyo de empresas, falta compromiso de la gente.

Kilómetro 15. El camino sinuoso que sube y baja vuelve a rodearse de un nuevo bosque quemado. El cansancio comienza a seducir la mente. Atrás queda la largada de los 21, que es el punto medio pero nunca la mitad. 25: la sangre excluye la cabeza y opta por las piernas, y la partida de los 10 llega como un respiro de ánimo y gente. Una larga bajada de tres kilómetros destroza la musculatura, y más allá del puente que cruza el río en el bajo, otros tres kilómetros cerro arriba. El viento ahora es un antagonista declarado: sopla fuerte y en contra, y con más fuerza todavía en la indescriptiblemente larga recta final. La meta, cercana, es una estrella distante.

42. La satisfacción al otro lado de la línea de llegada es lo único que importa.

Cuando el agotamiento desaparece y sólo queda la gratificación del logro, uno se pregunta cuántos árboles se materializarán tras la prueba. En su propia tarea, a la campaña le quedan 38 kilómetros, poco menos de 900 mil árboles. Otra locura: puede que la idea vaya demasiado lejos. Pero los maratonistas, así como los que se han plantado el desafío de reforestar la Patagonia, saben que todo se trata precisamente de eso.

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