Por Yenny Cáceres Agosto 2, 2012

En el clímax de su historia, Stefan vs. Kramer transporta todas sus fichas y la acción al Festival de Viña, ese espacio viscoso de nuestra cultura, el sueño no confesado de todo músico local, aquel lugar donde hemos visto las peores pesadillas de la televisión chilena. Y no podía ser de otra forma, porque como la ochentera Todo por nada (1989), Stefan vs. Krameres una película nacida desde la televisión y que tiene que ser juzgada dentro de esos límites.

Kramer no la tenía fácil. El cine chileno de entretención, con vocación masiva y de buena factura, es cada vez más escaso y está plagado de ejemplos fallidos. Y ni hablar del público. El divorcio entre los espectadores y las películas chilenas es cada vez más dramático y el casi millón de espectadores de Sexo con amor (2003) hoy en día parece una leyenda de otra época. En ese escenario, Stefan vs. Kramer está obligada a dar una batalla contra el cine chileno del pasado. Contra la mediocridad y los fracasos. Contra los fantasmas de Rojo, la película (2006) y Che Kopete, la película (2007), películas hermanas en su temática con Stefan vs. Kramer, pero muy distintas en sus logros.

Ésta gana la batalla justamente donde otros fracasaron: en ofrecer un producto pensado para el cine, con una factura cuidada y evidente vocación de cine familiar. En Todo por nada, de Alfredo Lamadrid, Ana María Gazmuri era una chica arribista y sin escrúpulos que buscaba triunfar en la televisión. Con una estructura pobre, más cercana a una telenovela, el resultado era una pálida copia de lo que Gus van Sant lograría años más tarde con Nicole Kidman en la corrosiva Todo por un sueño.

La película de Kramer también muestra el mundo de la televisión y la farándula, hasta detenerse en su lado más podrido. Pero gracias a un guión eficaz (que firman Kramer, Sebastián Freund y Lalo Prieto), su trama además puede ser el resumen de una buena comedia de Adam Sandler: un padre (Kramer) que, luego de dejar botada a su familia, lucha por recuperar el amor de su mujer (Paloma Soto, su esposa en la vida real). Todos ya sabíamos que Kramer era un buen comediante, pero que el tipo sea capaz de actuar con dignidad no es poca cosa. Tampoco es menor su osadía de reírse de Hinzpeter y Piñera, en pantalla grande, en una memorable secuencia.

Probablemente Stefan vs. Kramer no va a estar entre las mejores películas chilenas del año (Bonsái y No tendrán que dar esa pelea), tiene sus fallos (un product placement bastante burdo), pero puede darle un empujón a una industria que, sin el público, jamás logrará despegar como tal. Porque con esta película está en juego el comportamiento de las audiencias en Chile. Hay que ver si ese mismo público que ha premiado con un alto rating al comediante está dispuesto a pagar una entrada para verlo en el cine. Si consigue una cuarta parte de los casi dos millones de personas que han ido a ver La era del hielo 4 (distribuida por Fox, la misma empresa que ahora estrena esta cinta con 94 copias), Kramer ya estaría haciendo historia. En un país donde faltan los Campanella y películas como El secreto de sus ojos, quizá esta película modesta puede convertirse en una lección para una industria demasiado ensimismada. Una industria a la que le falta calle, escuchar, bajar del Olimpo de los festivales y desprenderse de los amiguismos.

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