Por Orlando Luis Pardo Lazo, desde La Habana Julio 26, 2012

Ha muerto Oswaldo Payá Sardiñas (1952-2012) como mueren los disidentes en la isla: en un clima enardecido por la paranoia contra la seguridad del Estado, residuo de la guerra fría que opera por encima de la ley cubana y acaso también la divina. Ha muerto con pésames firmados desde la Casa Blanca hasta el Vaticano, pero con el estigma estalinista de “enemigo del pueblo” en la prensa del Estado -única legal en Cuba-, más una campaña de groserías en las páginas web gubernamentales.

Su velorio fue un baño de masas a templo abierto durante dos días, desbordado por gritos de “¡Libertad!”, aplausos y lágrimas. Una de las misas, ante la diplomacia acreditada en La Habana, fue ofrecida por el cardenal Jaime Ortega, últimamente tan criticado por su distanciamiento de los activistas proderechos humanos y sus concertaciones cada vez más complacientes con el general Raúl Castro. 

Todo sacralizado por el dolor íntimo y público de su viuda, Ofelia Acevedo, y sus jóvenes hijos ahora huérfanos: Reinaldo, Osvaldo y Rosa María, la que leyó un alegato donde responsabiliza al gobierno de la tragedia, reclamando una investigación imparcial, denunciando las amenazas de muerte sufridas por la familia. Semanas atrás, una embestida automovilística había volteado su coche, aunque Payá entonces salió ileso.

Durante el velorio y entierro, la congregación se vio rodeada por un batallón policial y las turbas de las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida, lo que a la postre devino en decenas de arrestos.

Ha muerto Payá, con un Premio Andrei Sajarov del Parlamento Europeo (2002) y cinco nominaciones al Nobel de la Paz.

Ha muerto el líder del Movimiento Cristiano Liberación y el autor de plataformas de renovación civil como el Proyecto Varela, que reunió más de 25 mil firmas nacionales para una consulta constitucional que el gobierno cubano desestimó. Murió en un accidente de tránsito al mediodía del domingo 22 de julio, en una carretera de Bayamo, al oriente de la isla. Instantes después, en la capital, su hija recibía una llamada aterradora: según el testimonio de los sobrevivientes (el español Ángel Carromero Barrios y el sueco Jens Aron Modig), otro vehículo había impactado a propósito al auto que ellos alquilaban. Inexplicablemente, esta vez sólo murieron los cubanos que viajaban en el asiento de atrás (Payá y su joven colaborador Harold Cepero), sin que los dos extranjeros sufrieran daños serios.

Como todo profeta, Payá no alcanzó a ejercer su potestad en el país prometido que pretendía fundar. Como todo profeta, tendrá que ser su cadáver el que convoque a un despertar ciudadano.

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