Por José Manuel Simián, desde Nueva York Mayo 31, 2012

Una de las mayores contribuciones de Bill Clinton al diccionario de mentiras políticas fue acuñada cuando, durante su primera campaña presidencial, le preguntaron si había infringido una ley de otro país. Muy suelto de cuerpo, Clinton dijo que, mientras vivió como estudiante en Oxford, a fines de los 60, probó la marihuana “una o dos veces” para luego agregar: “¡Pero no inhalé!”.

Hoy los tiempos han cambiado. La marihuana médica ha sido legalizada en 16 estados, una encuesta Gallup mostró a fines del año pasado que por primera vez los partidarios de legalizar la marihuana eran mayoría (50% vs. 46%), un reciente sondeo Rasmussen indicó que 56% de los electores estadounidenses estaban por regular la marihuana como el alcohol o el tabaco, y en varios estados anuncian iniciativas para convertir esa mayoría en ley.

Lo anterior nos lleva al presidente Obama, quien nunca ha tenido que recurrir a una mentira así: en su autobiografía Dreams from My Father (1995) reconoció haber consumido frecuentemente drogas y alcohol durante su adolescencia. La historia parecía parte del pasado del candidato, hasta que la semana pasada comenzaron a circular extractos de Barack Obama: The Story, una biografía escrita por David Maraniss, editor en el Washington Post, a publicarse este mes. En el pasaje más comentado se detallan los hábitos psicotrópicos de Obama: durante sus días de secundaria en Hawái pertenecía a un grupo que se hacía llamar “Choom Gang” (algo así como “Pandilla Fumona”), donde enfocaba su liderazgo natural a instituir prácticas como los “toques de techo” (fumar dentro de un auto con las ventanas cerradas para poder inhalar todo el humo), además de granjearse privilegios como “interceptar” el cigarrillo fuera de turno.

Las revelaciones del libro de Maraniss levantan un tema importante: cuán consecuente es Obama en sus políticas de drogas. Su gobierno ha anunciado que hará cumplir las leyes federales contra la marihuana aun en los estados que potencialmente despenalicen su consumo, y se le ha acusado de ser más duro que Bush Jr. contra las tiendas de marihuana médica. Más aún, diversos estudios indican que los arrestos por pequeñas cantidades de marihuana afectan desproporcionadamente a negros y latinos, a pesar de que el consumo es mayor entre los blancos. Es decir, las leyes de drogas son un foco de desigualdad.

Hasta ahora Obama no se ha pronunciado acerca del libro de Maraniss, pero resultará inevitable que lo haga camino a las elecciones. Si su postura sobre el matrimonio gay “evolucionó”, es posible que su política de drogas también lo haga, especialmente considerando que el cambio en la opinión pública sobre ambos temas ha ido en paralelo. Lo importante de la nueva información es, en parte, que en 2008 consiguió una significativa porción de su voto en los electores sub 30, grupo que es ahora el más proclive a legalizar la marihuana y cuyo interés en esta elección se proyecta mucho menor que antes. Es decir, para ser reelecto puede que Obama tenga que hacer algo mucho más difícil que no mentir: ser consecuente con su pasado.

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