Por Mayo 24, 2012

No podemos  librar todas las batallas. Una que me resulta particularmente inconducente es la defensa de la razón y la ciencia frente a las teorías conspirativas y el esoterismo televisivo. Si un niño me quiere convencer que “Caballito blanco” es mejor canción que “Strawberry fields forever”, yo no trato de revertir su pensamiento. Tendrá tiempo para escuchar música y aprender por sí solo sobre este arte. El problema es cuando el niño se pasa la vida casi sin escuchar música, y luego, cuando adulto, asegura que Arjona es más valioso que Gardel. La batalla estará desde el comienzo perdida y yo no voy a darla.  Cuando el tema es científico, la cosa es bastante más deprimente, pues aquí la sensibilidad poética tiene menos espacio, y la razón es un arma a nuestra disposición. Es por esto que cuando veo en televisión un debate sobre la naturaleza de los movimientos sísmicos entre un geólogo y un experto en mitología maya sólo puedo deprimirme.

El experto en cuestión suele no tener conocimiento científico alguno. Tampoco es experto en cultura maya, pues si lo fuera probablemente no estaría hablando de terremotos.  El experto es parte de un grupo muy particular. Se caracterizan por hablar con soltura sobre personajes dispares, desde Einstein hasta Platón, pasando por un sinnúmero de intelectuales desconocidos que citan continuamente. Utilizan la autoridad de todos ellos para hablar de cosas que  no comprenden. Y el hablar de modo incomprensible aumenta el efecto de autoridad, más aún cuando lo hacen con seguridad y desplante. Mejor si lo hacen con acento extranjero. Son los chantas.

No es que un debate entre un científico y un chanta sobre sismología no sea tan válido como cualquier otro. El problema está en que hay ciertos debates que resultan irritantemente infantiles, escolares. Y deprime la cobertura que tienen. Deprime ver cómo los conductores de televisión los manejan como si se tratara de dos puntos de vista igualmente valiosos, igualmente consistentes, igualmente profundos. De hecho, normalmente es el científico el que saca la peor parte, quedando de conservador, de “cerrado”.  Y claro, la característica principal del chanta es su encanto y oratoria.

Algunos científicos piensan que se debe presionar para que las ideas chantas no sean difundidas. Discrepo. Si una persona no ha alcanzado el pensamiento crítico requerido para distinguir, al menos en los casos evidentes, la diferencia entre una idea valiosa y una tontería, ¿es el camino correcto el suprimirle por decreto la exposición a la tontera? Creo que no. Lo que queremos es promover el pensamiento crítico, no la dictadura intelectual. El problema aquí es otra cara del mismo problema de siempre: nuestra educación deficiente.  La poca exposición de nuestros niños a la ciencia.

Además, hay casos en que no es tan sencillo distinguir a un chanta. Hay chantas sutiles encumbrados en las más altas esferas políticas, intelectuales y económicas del mundo. Los chantas de debate televisivo son completamente irrelevantes e inofensivos  frente a los chantas con los que interactuamos día a día. Por otro lado, en ocasiones el poder ningunea a los creadores de las más importantes ideas de la humanidad. Basta recordar como trataron los nazis a Einstein, o la Iglesia a Galileo.  No queremos una sociedad domesticada por un grupo de intelectuales que diriman cuáles son las ideas valiosas. 

Una aclaración importante: alguien me podrá decir que por qué entonces yo ninguneo a todos estos chantas. Quizás sean futuros Einsteins o Galileos. Bueno, las cosas son muy distintas. En primer término, mi ninguneo no viene del poder,  y en segundo, es científico. Con lo primero quiero decir que no tengo el poder -aunque a veces implore tenerlo- de callar o prohibir al chanta.  Si Galileo hubiese tenido la cobertura del experto ufólogo del matinal, la historia de la ciencia sería distinta. Con lo segundo entiendo esto:  en ciencia todo se mira con sospecha. Es parte de nuestro trabajo. La publicación de la mayor parte de los trabajos científicos es rechazada por pares evaluadores. Aun así, muchos de aquellos que se publican están malos, y el escrutinio público lo descubre con el tiempo. Incluso hay científicos chantas cuyas trampas son descubiertas. Éstos deben asumir públicamente el engaño, y normalmente son despedidos de sus universidades.

Los científicos estamos acostumbrados al ninguneo y al debate intenso. Pero claro, una cosa es debatir Beatles vs. Rolling Stones, otra es “Caballito blanco” vs. “Strawberry fields forever”. La analogía no es exagerada. Y eso deprime.

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