Por Orlando Pardo Lazo Marzo 22, 2012

Muchos años después, entre los iconos antiimperialistas de los ministerios de las Fuerzas Armadas y del Interior (en cuyo frontis el Che Guevara sobrevive a la espera del Hombre Nuevo ideal), frente a una tribuna trocada antaño en tribunal, donde el líder máximo y las masas ciegas pedían "paredón" (fusilamiento) contra los enemigos de clase; demasiados años,  aunque sólo sean 14, la Plaza de la Revolución de La Habana alojará por segunda vez a un sumo pontífice.

Durante el último mes, brigadas de emergencia han erigido, en Santiago de Cuba y la capital, los efímeros altares donde Benedicto XVI oficiará misas el lunes y miércoles próximos.

Se han maquillado -incluso con reubicación de familias- las fachadas y avenidas por donde transitará el Papa, invitado por el gobierno y la Conferencia de Obispos Católicos, a propósito del Año Jubilar por el 400 aniversario del hallazgo de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, que durante 16 meses recién peregrinó unos 30 mil kilómetros a lo largo y estrecho de la isla.

Lo más preocupante hoy es la ola récord de arrestos sin orden judicial, más los supuestamente espontáneos "actos de repudio" contra la oposición clásica y la emergente sociedad civil. Como respuesta, ocurrió la ocupación pacífica de templos en Pinar del Río, Holguín y la capital, con la polémica cooperación entre la jerarquía católica y la policía política durante los desalojos. Una alianza sellada cuando el diario del Partido Comunista cedió sus páginas al director de la revista Palabra Nueva de la Arquidiócesis de La Habana (en la práctica, el vocero del cardenal cubano Jaime Ortega), cuyo discurso fue un calco del estilo estigmatizador oficial.

Como el órgano parlamentario de la isla -la Asamblea Nacional del Poder Popular- durante décadas ha ratificado por unanimidad cada ley, y dada la carencia de instituciones independientes para el debate entre inmovilismo versus reformismo, en Cuba cualquier evento sirve para confrontar las tendencias que pujan por un futuro posfidel: desde un castrismo sin Castros de corte marcial (el envejecido generalato aún controla la economía) hasta el liberalismo más leonino made in Miami (el empoderado exilio es un quinto de la población insular). Y, aunque no despierte en el pueblo las simpatías de su predecesor en enero de 1998, el Vía Cuba de Joseph Ratzinger no será la excepción.

Así, un columnismo magro de imaginación de pronto ha resucitado con un arco plural que va del entusiasmo al escepticismo, de la democracia al delirio. Se desempolvan los pilares republicanos de la nación. Se evocan analogías fundacionales entre cristianos y comunistas. Se ningunean los períodos de apartheid religioso bajo un dogma que quiso ser ciencia y hasta tuvo rango constitucional. Y se reciclan rumores de que los policías sin uniforme sobrepasarán a los fieles convocados, o que la empresa estatal Cubacel bloqueará los móviles durante las concentraciones por miedo a una Plaza Tahrir tropical ante los corresponsales del mundo.

Desde EE.UU. llegará un convoy de peregrinos, en un gesto de buena voluntad de La Habana, si bien ya hay censuras por cuestiones de "seguridad nacional" o "despotismo político", según la versión de cada parte. Como "desagravio" o "provocación", una flotilla alternativa de La Florida llegará hasta el límite de aguas territoriales la noche del martes 27, para disparar, como en fechas patrias anteriores, una riada de fuegos artificiales visibles desde la capital.

Lo que el carismático Juan Pablo II no logró a fines del siglo pasado -el derecho a una educación católica, para empezar- es inverosímil que lo intente Benedicto XVI en una visita de menor duración. A pesar de las peticiones internas (y también una carta abierta del ex presidente polaco Lech Walesa), la Santa Sede luce imperturbable: no se estiman encuentros con los sectores disidentes, ni siquiera con las activistas de derechos humanos Damas de Blanco, gracias a cuyas demostraciones en plena calle decenas de presos políticos pudieron exiliarse en 2010.

La nación cubana no debe continuar de espaldas a sí misma. El riesgo de colapso social no es despreciable, por el daño antropológico de la crisis de valores, y por una coyuntura continental donde los subsidios de Hugo Chávez podrían volatilizarse con su salud, remitiendo a la isla a un caos peor que en el desplome del socialismo soviético. Es irresponsable que los dirigentes históricos no creen las condiciones espirituales y materiales para un proceso paulatino de reconciliación. Y, por más que la Iglesia Católica insista en la naturaleza pastoral y no política de su invitado, queda en las manos infalibles del Papa la permanentemente pospuesta primera piedra de la transición.

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