Por Giorgio Jackson Febrero 2, 2012

En los últimos meses, la discusión acerca de la pésima distribución del ingreso ha estado cada vez más presente en los debates públicos de nuestro país. Y no es para menos: en Chile tenemos una de las desigualdades más grandes del mundo.

Sin embargo, el debate ha ido cambiando hacia uno más complejo, que busca cuestionar el porqué de las desigualdades, y se concentra sobre aquellos que toman las decisiones por nosotros, los responsables de la reproducción de las injusticias. Se trata de un debate profundo sobre la concentración de poder.

Por invitación de los organizadores, participé en la reunión anual del Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza. Una experiencia enriquecedora, pero no por eso ausente de críticas. Ahí concurren más de 2.500 personalidades, representantes de la élite global del mundo político y económico. Junto a ellos, algunos miembros de organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil.

Dentro de las distintas sesiones en paralelo, una de las discusiones más interesantes se dio en una sesión llamada "People Power". La pregunta central era "¿Cómo deben responder de manera proactiva las organizaciones civiles, las empresas y las autoridades de gobierno a los movimientos sociales emergentes en el mundo?". Ciertamente, una tremenda pregunta. Lo curioso fue la reacción a ella.

Primero, la sala estaba en la mitad de su capacidad y quienes la ocupábamos éramos, en su mayoría, actores de la sociedad civil, representantes sindicales y de ONG. El director de Amnistía Internacional, Salil Shetty, preguntó cuánta gente pertenecía al mundo de los negocios. Menos de diez personas levantaron la mano. La sensación en gran parte de nosotros fue de impotencia: ante una discusión muy relevante en un año de grandes movilizaciones sociales, menos de diez tomadores de decisión del mundo de los negocios estaban presentes.

Lo segundo fue constatar que, en muchos más países de los que nos imaginamos, se está desafiando la manera como se toman decisiones y la concentración del poder. Desde activistas en Túnez, que comenzaron la primavera árabe contra las dictaduras del Medio Oriente; hasta defensores de derechos humanos en Venezuela y Cuba. O simplemente ciudadanos que se sentían interpretados por el movimiento Occupy Wall Street.

Razones para cuestionar a quienes toman decisiones hay muchas. Estamos encarando una de las crisis económicas más grandes de la historia por culpa de un puñado de mezquinos especuladores financieros; la falta de responsabilidad en el arte de gobernar ha llevado a varios países europeos a cifras de desempleo enormes y recortes en la seguridad social; el estado de catástrofe por pasadas, presentes y futuras guerras  es muchas veces producto de malas decisiones de las autoridades; poseemos recursos alimenticios de sobra, pero por culpa de una sumatoria de decisiones cargamos con la responsabilidad de que cada seis segundos se muere un niño de hambre.

Durante mi estadía en Davos escuché la palabra "empoderamiento" unas cien veces. En una sesión sobre empleo joven, luego de que muchos empresarios dijeran que los jóvenes y las mujeres debían empoderarse, alcé la mano y pregunté quién de esa sala estaba dispuesto a ceder poder. El silencio se apoderó de la sala y la sensación de recibir miradas como "bicho raro" fue inmediata.

Las ganas de democratizar las decisiones, de mirar el mundo de manera horizontal, no fueron un trending topic en el Foro Económico Mundial. Aunque ello se siente en las calles, en las redes sociales, en las organizaciones e incluso en los medios de comunicación, no se sintió en Davos. Tuve la sensación de que la élite económica mundial está más preocupada por el estado actual de sus intereses y de reformar el sistema capitalista para hacerlo menos inhumano. Pero de soltar el poder, hacer un mundo más equitativo, ni hablar.

Vuelvo con más ganas que nunca de involucrarme junto a miles, con la convicción de que se necesita actuar a nivel local, pero pensar a nivel global. En Chile no podemos dejar que los cambios al sistema democrático dependan del estado de ánimo de un presidente de partido, de vaivenes del presidente, o que se hagan "en la medida de lo posible". Necesitamos más de la calle y menos foros, más esfuerzo colectivo que influencia individual, más redistribución de poder. Sólo así, sin miedo y con irreverencia, nos haremos partícipes del cambio, responsables de nuestras acciones, conscientes de nuestros errores, pero sobre todo orgullosos de nuestros aciertos.

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