Por Daniel Mansuy Diciembre 8, 2011

El lunes se reunieron en París Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, en la enésima "reunión clave" para salvar el euro. La imagen fue elocuente: todo se sigue jugando en el acuerdo entre franceses y alemanes. ¿Una revancha de la política?

La reforma propuesta consiste básicamente en sancionar a los países que incumplan las reglas de disciplina presupuestaria para asegurar cierta estabilidad económica. Empero, el proyecto tiene varias dificultades. Por un lado, hay que recordar que el Tratado de Maastricht ya suponía un compromiso de los estados a controlar la deuda y el déficit: si no lo han cumplido, cabe preguntarse por qué habrían de hacerlo ahora. Por otro lado, todo indica que la reforma no será sometida a referéndum, lo que genera dudas respecto de la legitimidad democrática de Europa, que lleva años construyéndose de espaldas a los ciudadanos. Hace poco, Jürgen Habermas advertía el riesgo de entrar en una era posdemocrática, en la que los gobiernos elegidos pierden facultades que la burocracia europea -no elegida- va asumiendo. Para peor, la última vez que los europeos votaron sobre Europa dijeron que no.

El problema es también político. Incluso al interior de la dupla franco-alemana cunden las desconfianzas. El tono de las críticas de la izquierda francesa es revelador: mientras algunos recuerdan la Alemania de Bismarck, Sarkozy ha tenido el dudoso privilegio de ser comparado con el Napoleón III de Sedán y con Daladier, el mismo de los acuerdos de Munich de 1938. La situación es un poco paradójica, porque mientras en París se cree que los alemanes han impuesto sus términos, en Berlín la impresión es exactamente la contraria. Esto podría ser síntoma de que los acuerdos son equilibrados, pero revela más bien una distancia que nadie ha querido recorrer, y la coexistencia de distintos modelos de desarrollo sin terreno común e incómodos con una moneda única. No hay consenso ni en el diagnóstico ni en los remedios, ni disposición para generar convergencias. Por eso los acuerdos son mínimos y casi ridículos frente a la gravedad de la crisis y las "reuniones clave" están lejos de terminar. Por lo demás, las salidas para el euro tampoco se cuentan por decenas. En rigor, son tres: intervención directa del banco central, asumir parte de la deuda en común, gobierno federal, o todas las anteriores. Nada de eso está en el horizonte hoy. En Europa nadie quiere divorciarse (puede ser muy caro), pero tampoco compartir el lecho. Así, por su incapacidad de tomar decisiones sustantivas, Europa está renunciando a ser dueña de su propio destino.

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