Por Daniel Mansuy Septiembre 22, 2011

En un principio, las inéditas primarias abiertas para definir al candidato presidencial del Partido Socialista francés fueron organizadas con una idea central: darle las facilidades del caso a Dominique Strauss-Kahn. De hecho, se hablaba de "primarias de confirmación". DSK parecía además el candidato ideal para enfrentar a Sarkozy en una campaña cuyo tema principal será la crisis sistémica del euro. La operación interna de DSK tenía mucho de proeza, porque tras la traumática derrota de Jospin en la primera vuelta de las elecciones del 2002 los socialistas no habían dado con un líder tras el cual ordenarse. No obstante, el affaire del Sofitel de Nueva York cambió todo, y las pacíficas primarias se fueron transformando en una competencia ruda e incierta, con todos los riesgos que ello supone.

Digo riesgos porque es innegable que las primarias tienen virtudes y peligros. Es cierto que en Estados Unidos funcionan bien y dinamizan la vida política, pero la tarea de imitarlas no es fácil. Por de pronto, en EE.UU. la elección presidencial tiene sólo una vuelta, mientras que en Francia históricamente ha sido justamente la primera vuelta la que ha jugado el papel de primaria (eso fue lo que provocó la derrota de Jospin). Además, en el país galo no hay (ni habrá) bipartidismo. Todo esto implica que el ganador de una primaria tiene que enfrentar en seguida dos batallas muy difíciles: la primera vuelta contra los candidatos cercanos, y la segunda contra el adversario. Por eso es tan importante para los socialistas que la contienda se mantenga dentro de límites razonables, y por eso es tan importante también lograr una alta convocatoria, de modo que el ganador salga más fortalecido que debilitado. El ejercicio es completamente original, y por eso es difícil predecir cuántos franceses concurrirán a votar el 9 de octubre.

 El candidato que parece ocupar la pole position es François Hollande, quien dirigiera el partido por diez años y que representa al sector moderado. Hollande se instaló en el primer lugar porque fue el único dirigente de importancia que desde un principio estuvo dispuesto a competir con DSK, tras cuya caída quedó como favorito. Su principal adversaria es Martine Aubry, quien se ubica más hacia la izquierda y con quien se detestan cordialmente. Aubry está en una situación exactamente inversa, pues lanzó su candidatura cuando DSK ya estaba fuera de juego, y le ha sido difícil sacarse el mote de ser una candidata por defecto: en política las ganas no se inventan, y Aubry nunca ha parecido demasiado convencida. Desde mayor distancia compiten también Ségolène Royal -la fallida candidata del 2007-,  Manuel Valls y Arnaud Montebourg .

En cualquier caso, el ganador tendrá enormes retos por delante: por un lado, convertirse en el segundo socialista en conquistar el Elíseo en la Quinta República -y renovar así un partido que sigue anclado en la experiencia mitterrandiana- y, por otro, elaborar un proyecto de izquierda capaz de dar respuestas coherentes a la gigantesca crisis que enfrenta Europa. Vaya desafíos.

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