Por Daniel Mansuy Huerta, desde Francia Mayo 19, 2011

La escena que, presuntamente, tuvo lugar el sábado 14 de mayo en una de las suites presidenciales del hotel Sofitel en Nueva York es mucho más literaria que política. Esto porque el momento tiene algo de profundamente kunderiano, en cuanto permite, no sin vértigo, asir de cerca la fragilidad y la ambigüedad inherentes a la condición humana. Dominique Strauss-Kahn era, hasta hace pocos días, uno de los hombres más poderosos del mundo: director general del Fondo Monetario Internacional, casado con una millonaria estrella de la televisión francesa y candidato favorito para la próxima elección presidencial, su gran problema parecía ser el de elegir el mejor momento para abandonar el FMI y lanzarse en la lucha por el Elíseo. ¿Cómo puede un destino de ese tipo romperse así, en un instante?

 Cuesta compatibilizar, aunque sea mentalmente, al tipo suficiente y seguro de sí mismo con el acusado de manos esposadas al que le fue denegada la libertad provisional incluso cuando su defensa sugirió la instalación de un brazalete electrónico. DSK, como le llaman los franceses, siempre fue un hombre brillante sin ningún temor a parecer pedante.

 Así, hasta hace pocos días, Strauss-Kahn podía decir, en respuesta a la crítica por su lejanía de Francia, que había pasado menos tiempo en Washington que De Gaulle en Londres: la comparación es salvaje, pero refleja bien el concepto que el hombre tenía de sí mismo.

 Socialista sin culpas y gozador de la vida, DSK nunca escondió su alto aprecio por las mujeres ni su condición de seductor, y eso no le trajo problemas serios mientras estuvo en Francia. Cuando partió al FMI, muchos, y entre ellos Nicolás Sarkozy, le advirtieron que en Estados Unidos los códigos de comportamiento sexual no serían los mismos. Pero DSK no hizo mucho caso del consejo: ya el 2008 era objeto de un sumario interno por una relación con una economista del organismo internacional. Aquella vez fue absuelto (aunque amonestado), su mujer lo perdonó, y zafó del peligro. Ahora, desde luego, la cuestión es bien distinta porque un intento de violación tiene poco que ver con una relación consentida, e incluso con el acoso sexual. No obstante, hay testimonios que complican la posición de DSK. Una diputada socialista dijo haber sido objeto de un intento de conquista "muy cargado" por parte de Strauss-Kahn y afirmó que, de allí en adelante, se las arregló para nunca más encontrarse a solas con él. Una periodista afirma haber sido víctima de un intento de violación, durante una entrevista realizada, a pedido de él, en un departamento vacío.

 Con todo, DSK había salido ileso de las polémicas. Hasta que la policía lo fue a buscar a bordo de su vuelo Air France, pocos minutos antes del despegue. De allí en adelante, todo es perplejidad. Al menos de parte de los franceses, y supongo que también de él mismo. Por de pronto, el tratamiento infligido al acusado es vivido acá como una humillación: los franceses están viendo la pesadilla de quien era, hasta hace muy poco, uno de los orgullos nacionales. Pocas veces puede apreciarse tan nítidamente la diferencia cultural de dos grandes naciones:  mientras en Estados Unidos la moral puritana condena cualquier comportamiento inapropiado, en Francia la conducta privada es objeto de un respeto casi religioso. Por eso cunden acá las teorías del complot o la convicción de que Strauss-Kahn está pagando el caso Polanski. Además, ni DSK ni sus cercanos ni sus abogados ni nadie ha entregado una  simple versión de los hechos. Si un francés quisiera creerle hoy día al director del FMI, no tiene qué creer. Algo llamativo, considerando que él vivía rodeado de asesores comunicacionales.

 En cualquier caso, esta historia está recién comenzando, y las preguntas que se abren son múltiples. Los europeos van a intentar retener la cabeza del FMI en un momento difícil para el euro. Los socialistas galos tendrán que buscar un candidato fuerte sin desangrarse en luchas intestinas. Los franceses tendrán que preguntarse si acaso su distinción entre lo público y lo privado, sana en principio pero aplicada con una rigurosidad delirante, no trae más problemas de los que intenta resolver. Y Strauss-Kahn deberá enfrentar un proceso largo y complejo que puede terminar con una condena de varias décadas de cárcel. Maquiavelo decía que los franceses son tan humildes en la derrota como insolentes en la victoria, y la frase se me viene a la mente cuando observo su rostro, un rostro hasta ayer sin fisuras, pero que ahora parece el de alguien devastado, humillado y acabado. El rostro de alguien cuya vida cambió, para siempre, en un instante.

Relacionados