Por Enrique Mujica, Director Diciembre 26, 2009

Los nombres y caras de los exitosos están ahí a la vista. Las de los que fracasaron son estadísticas. Los resultados de la PSU esconden miles de historias de frustración en la perfieria capitalina. En las comunas populares a esta hora no están preocupados de si la herramienta de selección a las universidades es la correcta o no. Ahí, los pocos jóvenes que lograron traspasar la frontera de los 600 puntos bregan por ser la primera generación de universitarios. Han estudiado con esfuerzo en los últimos 10 años, en liceos llenos de falencias y en un entorno social  que la clase media y alta chilenas ni siquiera imaginan. Escaparon de las drogas y, en muchos casos, llegar a los 18 años sin prontuario -o vivos derechamente- ya fue tarea titánica. Los que tuvieron promedio sobre 6.0 -los mejores de su clase- y apenas rasguñaron los 400 ó 500 puntos, miran con cierta impavidez el fracaso, que al otro lado de la ciudad le dicen brecha, pero que para ellos es una extraña mezcla de fatalismo, desdén e historia previsible, pero no por eso menos frustrante.

Esta es la historia de portada de la última edición del 2009: jóvenes -y familias o, para ser precisos, muchas veces sólo madres- que son los mejores alumnos de sus liceos -municipalizados, de comunas vulnerables- y que aguardaban con expectativas -más, menos- los resultados de la PSU. Gente que se esforzó, que estudió, que le sacó el cuerpo y el cerebro a los males y que simplemente busca una vida mejor. Por méritos. La famosa meritocracia que sometemos hoy a prueba con chilenos, no con números.

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