Por Enrique Mujica, Director Octubre 31, 2009

Dice John L. Allen que el Vaticano no es particularmente rico. El periodista estadounidense -uno de los que mejor conocen la intimidad de la Santa Sede- hace un ejercicio clarificador: el presupuesto de la Iglesia es de US$300 millones; el de la Universidad de Notre Dame -el plantel católico más grande de EE.UU.- es de US$1.000 millones.

La curia romana no vive hoy en la opulencia financiera, sostiene Allen. En Chile, es difícil cuantificar el patrimonio eclesiástico. Y también cómo y quiénes lo administran. Hicimos el ejercicio con  jesuitas, Legionarios, Opus Dei y Schoenstatt. A simple vista, llama la atención el imperio educacional que han forjado. Hoy, cuando se habla de una influencia a la baja de la Iglesia Católica -encuestas mediante-, sorprende la cantidad de recursos que giran en torno de sus colegios y universidades. Son empresas de largo aliento, que requieren una administración impecable, fundraiser (las donaciones hoy son teledirigidas), redes, marketing, estrategia.

El know how empresarial de los movimientos religiosos hoy se concentra ahí. Y llama la atención la audacia de la apuesta. Buena parte son establecimientos jóvenes que han crecido vertiginosamente y que se han posicionado con una rapidez que escapa al estatus adscrito que imperaba en la educación chilena hasta hace algunos años.

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