Por Philip Plickert, economista, desde Fráncfort. // Foto: GettyImages Agosto 25, 2017

-El autor
Es Doctor en Economía por la Universidad de Tübingen, Alemania. Periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung. Autor de “La transformación del Neoliberalismo” (2007), “La economía en busca de un sentido” (2016) y “Merkel: Un balance crítico” (2017).

Un gran economista o el responsable intelectual de millones de muertes. Un genio o un intelectual raro. La discusión en torno a Karl Marx y su obra confronta dos formas de ver el mundo. Para muchos, Marx es uno de los más grandes economistas de todos los tiempos. Sin duda su obra marcó el rumbo del siglo XX, cuando varios gobiernos adoptaron el marxismo, casi siempre adaptado por otros líderes, como Lenin o Mao. En Manifiesto Comunista, publicado en 1848, Marx y Friedrich Engels señalan que el corazón de su modelo es acabar con la propiedad privada y reemplazarlo con un sistema de propiedad colectiva de los medios de producción. Pero en todos los países donde se ha implementado, este sistema ha fracasado, dejando siempre numerosas víctimas.

Pensador meticuloso, investigador y escritor, Marx maduró su obra por mucho tiempo. El filósofo y periodista de izquierda radical nació en 1818, en la ciudad alemana de Trier, y tras vivir en París y Bruselas, se exilió en Londres desde 1849. Dos años después escribía a Engels: “Creo que en cinco semanas habré terminado con esta mierda económica”.

En realidad, tuvo que esperar mucho más. El primer tomo de El Capital no apareció sino casi 20 años después. Pero el proyecto, pensado en seis tomos, quedó inconcluso. Marx, quien murió en 1883, dejó otros dos libros terminados; y un cuarto tomo fue publicado en 1910 por Karl Kautsky, en base a los manuscritos del economista.

El Capital no es una lectura fácil. Millones de personas que, voluntariamente u obligadas a estudiar el marxismo, han leído la obra, terminan preguntándose qué quiso decir su autor realmente. Incluso el propio autor se quejaba de que había mucha confusión y mala interpretación entre sus propios seguidores.

En un resumen extremadamente simplificado, Marx plantea que el valor de un producto es determinado por el “trabajo vivo” que se requiere en su proceso de producción. Pero, el capitalista paga al trabajador un salario que alcanza sólo para subsistir, así todo lo que produce en un largo día de trabajo puede contarse como plusvalía. El capitalista, afirma Marx, está bajo constante presión para aumentar sus ganancias (“sed vampírica de sangre de trabajo vivo”) para no ser estrujado por el mercado. Por eso el incentivo por acumular capital y reducir costos, aunque esto implique despedir trabajadores y reemplazarlos por máquinas. Pero al hacer esto desaparece la fuente de plusvalía (el trabajador), lo que lleva a una caída de las utilidades. Esto conduce a crisis cada vez más profundas, en que los grandes capitalistas terminan devorando a los más pequeños (“Cada capitalista mata a muchos otros”). Así se produce la concentración del capital, el desempleo y el empobrecimiento de los trabajadores aumentan.  Lo que sigue necesariamente es la revolución. “Los expropiadores serán expropiados”, afirma la conocida frase en que Marx, como un profeta, anticipa el fin del capitalismo.

¿Pero qué sigue tras la revolución? Marx no escribió casi nada sobre cómo debería funcionar un modelo económico socialista o comunista. En la realidad, todos los intentos han fracasado, casi siempre por los mismos errores: modelos de planificación equivocados, muy pocos incentivos para producir y muy poca innovación. El mejor ejemplo está en Alemania, cuna de Marx. Tras la Segunda Guerra Mundial el país fue dividido en dos. Alemania Occidental implementó un modelo capitalista, la Oriental, uno socialista. A pesar de haber partido con condiciones similares, años después la RDA, en la que vivió la presidenta Michelle Bachelet, era mucho menos productiva y su nivel de bienestar equivalente a un tercio al de su par de Occidente. A esto, además, hay que sumar la privación de libertades y represión, que hacían de la RDA una cárcel para millones de personas.

La promesa de Marx de que bajo el comunismo los trabajadores serían libres, no fue más que una ilusión. Los trabajadores en la RDA estaban al menos bajo el mismo nivel de presión que sus pares de Occidente, pero tenían mucha menos libertad de elección u opinión.

¿Qué sigue tras la revolución? Marx no escribió casi nada sobre cómo debería funcionar un modelo económico socialista o comunista. En la realidad, todos los intentos han fracasado.

Otra de las profecías fallidas de Marx es el empobrecimiento de la clase obrera bajo el modelo capitalista. Es cierto que, a mediados del siglo XIX, precisamente cuando Marx escribía su obra, el “proletariado” experimentó un empobrecimiento de su calidad de vida. Pero el tiempo demostró que fue sólo temporal. En el siglo XX, las naciones que adoptaron la economía de mercado registraron un gran salto en su nivel de bienestar. La mayoría de la población de los países capitalistas, con acceso a mejores servicios y comodidades (autos, vacaciones, etc.) no se siente especialmente empobrecida. Por el contrario, en los países que han implementado experimentos comunistas, como la Unión Soviética o la China de Mao, se han registrado pobreza, períodos de hambruna, represión y hasta extinción masiva (siempre en defensa de la revolución). No es azar que sólo cuando China abrió su modelo hacia el capitalismo, el país registró un tremendo salto en su crecimiento y nivel de bienestar.

A pesar de que el experimento marxista fracasó en la realidad, dejando millones de víctimas, tras la caída del comunismo (1989/1990), los seguidores de Marx lo defendieron, argumentando que era un gran humanista. ¿Lo era? Sus cartas y escritos muestran recurrentemente a un hombre lleno de resentimiento, que insulta a sus oponentes políticos y rivales de izquierda, y capaz de llamar “pueblos basura” a naciones enteras.

Los millones de “enemigos de clase” que fueron exterminados durante los experimentos marxistas, comenzando por la Revolución rusa en 1917, ya sean capitalistas, burgueses, sacerdotes o agricultores, así como intelectuales y “reaccionarios” (como los llamaban en la “Revolución Cultural” china) no murieron por “accidente histórico”, sino asesinados por inspiración de Marx. Por eso los sistemas comunistas no se convierten en el “Reino de la Libertad”, sino que derivan siempre en un infierno en la Tierra, en sistemas de control total, vigilancia y represión. Ahí están los países comunistas que aún quedan, como Corea del Norte o Cuba, o lo que Nicolás Maduro intenta hacer en Venezuela.

Por eso sorprende que aún haya sectores intelectuales que defienden a Marx, ya sea en Europa o en Chile, donde partidos políticos y candidatos presidenciales se inspiran en sus escritos para atacar las “maldades del capitalismo” y proponer fallidas recetas para instaurar el paraíso terrenal.

El fracaso en que han concluido estos experimentos y los millones de personas que han muerto en ellos se esconden bajo la alfombra, pues no calzan con la nueva ola revolucionaria. Pero el 150° aniversario de la publicación de El Capital, que coincide con el centenario de la revolución bolchevique, debe ser la oportunidad para discutir honesta y críticamente con estos filósofos, economistas y transformadores del mundo.

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