Por Gabriela Villalobos Mayo 5, 2017

Son las 8:00 a.m. en un Starbucks ubicado en el primer piso de la Liberty Tower. No la que se alzó para recordar los atentados a las Torres Gemelas, sino la original: el edificio antiguo ubicado en Liberty Street 50, en el corazón de Wall Street. El lugar está repleto de gente pidiendo su primer café del día. La mayoría son ejecutivos de entre 30 y 40 años, que revisan impacientes sus celulares, toman su café y parten a algún lugar del distrito financiero. Parece una escena sacada de una serie, pero es real. La mayoría podría venir del norte de Manhattan, de algún departamento ubicado cerca de Central Park, de esos que sólo pueden ser pagados gracias a algún trabajo en el sector financiero. O tal vez simplemente tomaron el ascensor para bajar desde su departamento ubicado en la misma torre donde se encuentra la cafetería.

Hoy en día es difícil distinguir entre quienes trabajan en el distrito financiero de Manhattan de quienes viven en los edificios cercanos a Wall Street. El área ha evolucionado para transformarse en un nuevo sector residencial, volviendo al punto de partida de un sector financiero que siempre estuvo llamado a seguir ese camino.

El distrito financiero de Manhattan se ubica en la parte baja de la isla y fue la puerta de entrada de los inmigrantes hacia Estados Unidos a comienzos del siglo XIX. El 75% de la población vivía en esta zona, pero el número cayó cuando los primeros habitantes buscaron casas más al norte. Ya en 1900 sólo el 11% de la población de Manhattan vivía en el sector. Las casas de los inmigrantes fueron reemplazadas por edificios de las compañías que aprovechaban el puerto para hacer negocios. Primero vinieron los comerciantes, quienes luego dieron paso a los bancos, que desarrollaron instrumentos que podían ser comprados y vendidos en un incipiente mercado. Así nació el distrito financiero, el lugar donde los que tenían éxito construyeron los primeros rascacielos. La Liberty Tower, o simplemente 55 Liberty Street, fue uno de ellos. Había sido construida en 1909 en un espacio de 17 por 24 metros, pero se empinaba 70 metros hacia el cielo. Los primeros arrendatarios fueron corredores e instituciones financieras, las que se mantuvieron hasta 1970, cuando la alta inflación y el bajo crecimiento se combinaron en una mezcla fatal para la actividad de Wall Street.

 

La primera oleada

Entre 1973 y 1975, Estados Unidos sufrió una recesión que ya había sido anticipada por Wall Street. Entre 1970 y 1974 el Dow Jones se desplomó un 45%. Corredores y aseguradores sintieron el golpe y abandonaron las oficinas. El éxodo no sólo afectó a los dueños de los edificios, sino también al municipio, que sufrió una fuerte caída en sus ingresos por impuestos. La solución comenzó a delinearse en 1974, cuando asumió como alcalde Abraham David “Abe” Beame. Él fue el responsable de transformar el área de Wall Street en un sector de uso mixto. Después de casi un siglo, el distrito financiero nuevamente pasaba a ser residencial. Pero sólo en términos formales. La punta de la isla estaba totalmente abandonada durante las noches y los fines de semana. Los bancos tampoco daban créditos a quienes buscaban transformar los edificios de oficinas en lugares habitacionales. Pero entre quienes sí apostaron por ello estaba el arquitecto de Chicago Joseph Pell Lombardi, quien compró la Liberty Tower en 1979 para transformar el espacio en uno de los primeros de uso residencial del sector.

“Nos sentíamos como cowboys en el Lejano Oeste. Fue un gran hito para los vecinos cuando un almacén comenzó a abrir durante el fin de semana”, recuerda Lombardi.

A Liberty Tower, uno de los primeros rascacielos en ser reconvertidos, le siguieron otros, como el edificio 66 Pearl Street que sumó 42 departamentos residenciales al área. Lentamente, los residentes comenzaron a aumentar. Pese a esto, el distrito financiero seguía pareciendo una ciudad fantasma. “Nos sentíamos como cowboys en el Lejano Oeste”, recuerda Lombardi, quien llegó a ocupar el departamento del piso 29 de Liberty Tower. “Fue un gran hito para todos los vecinos cuando un almacén comenzó a abrir durante el fin de semana”, agrega nostálgico.

El desarrollo de Wall Street hacia un barrio residencial marchaba como soñaba Lombardi, y se aceleraría todavía más en 1987. Nuevamente, el desplome del mercado accionario ayudaría a transformar el sector. El lunes 19 de octubre de ese año el Dow Jones se desplomó un 22% en sólo una jornada en medio de tensiones políticas, y recién se recuperaría dos años después. El colapso del mercado financiero se tradujo en despidos masivos en Wall Street y el cierre de varias corredoras de bolsa pequeñas. Todos abandonaron las oficinas, que nunca más fueron ocupadas para fines comerciales. Pese a que en 1989 el mercado ya parecía haber superado el traumático lunes negro, los banqueros se dieron cuenta de que los viejos edificios de Wall Street eran sitios incómodos para instalar computadores, los cuales se multiplicaban en las oficinas. Se necesitaban plantas libres, sin los pilares de los antiguos edificios que obstaculizaban el cableado. Así, comenzaron a moverse incluso fuera de la isla y se abrieron las primeras financieras en Nueva Jersey, que además contaba con impuestos más bajos.

Mientras se acercaban los 90, la vacancia de las oficinas comerciales se disparó a 25%, veinticinco veces más que el promedio del resto de Manhattan. Nuevamente, la alcaldía estaba preocupada. Corredores y desarrolladores inmobiliarios aumentaron sus esfuerzos de lobby y crearon la Alliance for Downtown New York. El grupo fue bien recibido por el alcalde Rudolph Giuliani, que firmó un proyecto con una serie de beneficios tributarios para aquellos que buscaban transformar los edificios del área sur de Manhattan en departamentos residenciales. Inmobiliarias locales y asiáticas convirtieron torres enteras de oficinas en departamentos. Los tradicionales delis de Manhattan comenzaron a abrir los fines de semana. La población también aumentó: en los 90 los residentes crecieron 67%, a 22.900, aunque la mayoría sólo firmaba contratos de arriendo por un máximo de dos años. La reticencia parecía ser el anticipo de una nueva crisis. El 2001 la zona sufrió su golpe más grande.

 

11 de Septiembre

No existe una combinación de números más traumática en la conciencia colectiva de los residentes de Manhattan. “Pensé que el sur de Manhattan se había acabado”, comenta la corredora de propiedades Suzanne Brose a casi dos décadas de los atentados a las Torres Gemelas. “La gente estaba asustada, se sentía vulnerable, ¿quién iba a querer vivir en un lugar donde pasó eso tan macabro?”. El éxodo de los residentes era lógico en estas condiciones. Según un sondeo de esa época del New York Times, durante los cinco meses que transcurrieron luego del 11 de septiembre, un 30% de los habitantes del área sur de Manhattan abandonaron el sector. Lombardi fue parte del 70% que se quedó. Inmediatamente después de que el segundo avión impactara las torres, el arquitecto corrió hacia el ascensor de sus oficinas, y luego no paró hasta llegar a Liberty Tower. “Todavía no me explico cómo logré entrar al distrito financiero. Todo el mundo estaba corriendo hacia la dirección contraria, había un caos total”, comenta Lombardi. Por tres días estuvo encerrado en su edificio sin electricidad ni manera de comunicarse con su familia. Cuando pudo salir del departamento, recibió una avalancha de llamadas de inversionistas que trabajaban con él para la reconversión de edificios en el sur de la isla. “Vende, a cualquier precio. El distrito financiero no se va a recuperar de esta”, le decían. Tenían motivos para estar asustados. Treinta millones de metros cuadrados, el 60% del espacio de oficinas del sector de Wall Street estaba destruido y nadie parecía interesado en recuperarlo. Pero, nuevamente, el gobierno vino al rescate. Por tercera vez en menos de medio siglo se aplicaron nuevos beneficios tributarios para quienes buscaban reconstruir edificios o negocios dañados por los atentados. Esto logró aliviar los traumas. Seis meses después de los ataques, Suzanne Brose comenzó a recibir una serie de llamadas de personas que buscaban vivir en Wall Street o las calles aledañas. Entre 2000 y 2005, el número de unidades residenciales creció 26%, a 25.500. Mientras el número de residentes crecía, el número de empleos cayó 10% los cinco años después del 11 de septiembre de 2001. Pero esos mismos trabajos parecían surgir en otras partes de Manhattan.

Morgan Stanley, JP Morgan Chase, Citigroup y las tristemente célebres Bear Stearns y Lehman Brothers abandonaron Wall Street por oficinas en Midtown, el centro geográfico de Manhattan.

El tamaño de la población residente, en cambio, subió 240% en el distrito financiero entre 2000 y 2010, sesenta veces más que el aumento del resto de la isla.

Los temores de que el trauma sería demasiado grande para que la gente volviera al distrito financiero parecen hoy en día infundados. El sitio que recuerda los eventos del 11 de septiembre se ha vuelto la mayor atracción turística de Manhattan.

 

Los nuevos residentes

Edward Sheffe vive hace más de veinte años en uno de los departamentos de Liberty Tower y ha podido observar el cambio de sus vecinos. “La evolución ha sido igual que en el resto de Nueva York: primero llegaron los que buscaban arriendos baratos, después llegaron los artistas, que hicieron más atractivo el barrio, y ellos atrajeron a las personas con más dinero. Después todo el mundo quería venir a vivir acá, así que los precios subieron y los corredores de propiedades le cambiaron el nombre al barrio: de distrito financiero pasó a ser FiDi”, dice Sheffe, combinando las iniciales del barrio en inglés, Financial District. Pero para él, la zona debería llamarse de otra manera. “Yo lo llamo el barrio de los pañales”, dice sonriendo.

Hoy Wall Street se ha transformado en un nuevo sector residencial, volviendo al punto de partida del distrito financiero que siempre estuvo llamado a serlo.

El número de nacimientos de las familias residentes se duplicó entre 2005 y 2012, mientras que los niños menores de cinco años que viven en el distrito financiero ha aumentado 242% en los últimos cinco años. En el resto de la isla, en cambio, este segmento sólo ha crecido 0,7%.

Entre 2000 y 2013 los departamentos residenciales se duplicaron y para este 2017 se espera que la cifra aumente otro 36% por la llegada de 4.306 nuevas unidades. Ahora, urge la construcción de establecimientos educacionales. Se estima que para 2018 unos 780 niños deberán entrar al colegio, pero la infraestructura actual sólo tienen capacidad para 550. Pese a la serie de beneficios tributarios que ha revitalizado el distrito, el presupuesto para la educación en el sector se ha reducido en los últimos años.

Este no es el único desafío que enfrenta el barrio. Vivir ahora en el distrito financiero ya no es tan barato como antes. En 2010, el arriendo de un departamento de un dormitorio era 10% más barato en Wall Street que en el resto de Manhattan, según un estudio de la corredora MNS. Pero hoy es 14% más caro.

“Manhattan se ha convertido en una sociedad de dos clases, o eres muy rico o eres muy pobre, los residentes en el distrito financiero no nos podemos alejar de esa realidad”, analiza Edward Sheffe, quien admite que el alza en los arriendos complica el futuro del sector y a toda la isla.

El distrito financiero no puede escapar a este fenómeno. La historia reciente ha demostrado que es una zona resiliente. Pero para algunos residentes el próximo desafío será lograr pagar los altos precios. De no ser así, Wall Street —víctima de su propio éxito— podría volver a convertirse en una zona fantasma.

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