Por Cecilia Correa A. y Natalia Correa V. Mayo 19, 2017

Hace poco más de un año, Peter von Dassow, biólogo molecular y académico de la Universidad Católica, leyó en la prensa una noticia que lo impactó. Un proyecto de fertilización del mar con hierro que prometía aumentar la producción de peces al promover el crecimiento de fitoplancton,  la base de la cadena alimenticia marina.

Mientras leía, el académico pensaba que esta técnica sería perjudicial para el ecosistema acuático, ya que podría producir microalgas tóxicas. Molesto, redactó una carta explicando que el experimento no tenía ninguna validez científica y que debía ser prohibido.

Pero esa carta nunca se hizo pública. Coincidentemente,  la marea roja invadió las costas de Chiloé a los pocos días. El aumento de algas microscópicas nocivas que pueden causar la muerte en humanos y animales provocó una crisis medioambiental en la zona sur que se extendió por varias semanas. La presencia en exceso de nutrientes en el ambiente marino es un factor que incide en la aparición de estas algas venenosas.Fisherman on a boat commerical fishing for salmon, Kodiak, Southwest Alaska

La marea roja del año pasado fue la segunda más extensa a nivel mundial después del fenómeno ocurrido en las costas entre California y Alaska. Peter creyó que eso haría desistir a la empresa de instalarse en Chile. Intuía que las comunidades se opondrían.

—Pensé que el asunto iba a ser olvidado y que la compañía iba a buscar en otro lado, porque nadie iba a apoyar esta idea acá. Nadie iba a querer que volviera la marea roja.

Estaba equivocado. Hace poco más de un mes, se conoció que la empresa Oceaneos Marine Research Foundation estaba consiguiendo los permisos con las autoridades de la Cuarta Región para, finalmente, llevar a cabo su  investigación. Entre los riesgos del proyecto, señalados en un estudio hecho por académicos de la Universidad de Princeton y publicado en la prestigiosa revista científica PNAS, está la aparición de algún tipo de alga nociva y, por ende, de marea roja. Pero la empresa lo señala como poco probable.

Peter buscó esa carta, y junto a sus colegas del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO) —uno de los centros de investigación y exploración del océano Pacífico más grandes de Chile— la publicaron en la prensa. Desde entonces este proyecto tiene dividida a la comunidad científica en torno a las consecuencias que tendría en el ecosistema marino chileno.

Algunos estudios han evidenciado la posibilidad de que ciertas microalgas tóxicas —que producen un veneno amnésico que afecta a los mariscos y provoca la marea roja— podrían expandirse descontroladamente debido a la presencia de hierro en su ambiente. En particular, el crecimiento de la microalga Pseudo-nitzschia. En Chiloé estas produjeron una toxina similar.

—Estamos asustados —confiesa el biólogo—. Lo que ellos proponen es mil veces más potente que el impacto del vertimiento de salmones en la isla —dice.

 

Sembrar el océano

El descubrimiento del siglo. Así define Oceaneos Marine Research Foundation la fertilización del mar con hierro. La empresa canadiense fue financiada en 2014 con fondos de Corfo como una startup. Actualmente, tiene en su equipo de consultores chilenos a un ex ministro de Vivienda y Urbanización de Eduardo Frei, Sergio Hernández, y al actual presidente de Aguas Andinas, Guillermo Pickering.

En un video publicado el 23 de marzo en YouTube, llamado Ocean Seeding, la empresa afirma que los recursos marinos se agotarán para el año 2048, a medida que la población mundial crece y el calentamiento global aumenta.

“Es irresponsable realizar estos  experimentos porque no se sabe de qué tamaño será la zona afectada ni  las algas que crecerán”, dice un investigador de Coquimbo.

Ahí sostienen que, en base a estudios de la NASA, el fitoplancton —la base de la cadena alimenticia marina— ha disminuido un 1% por año en el mundo desde 1950, lo que significa que ha caído más de 40%, afectando dramáticamente la producción de peces. Ante este escenario, la fertilización con hierro vendría a darle solución a esta tendencia y salvar el ecosistema acuático.

—Al estimular la cadena alimenticia de estas regiones con el hierro se puede cultivar fitoplancton, que a su vez alimenta el zooplancton, que a su vez es el alimento esencial de los pequeños peces, que alimentan a peces más grandes. Por lo tanto, el objetivo de la siembra oceánica es detener la preocupante baja actual y aumentar significativamente la biomasa de peces —explican a través de dibujos animados.

Según el presidente de Oceaneos, Michael Riedijk, ya han realizado estudios previos en conjunto con Inpesca, un instituto privado de investigación pesquera. Ahí decidieron que Coquimbo, por el área de Punta Lengua de Vaca, sería la zona ideal por sus condiciones oceánicas: bajos niveles de hierro, que genera una baja productividad de peces. Riedijk explica que el proyecto duraría alrededor de dos años.

Sin embargo, algunos investigadores chilenos se oponen totalmente a la iniciativa porque no hay evidencia científica que avale la tesis que presentan.

—Oceaneos dice que si siembran hierro van a producir más peces, lo que es una falacia, porque no hay respaldo de que el crecimiento explosivo de fitoplancton genere más peces; no está demostrada en ningún lado la relación más hierro, más peces —dice Marco Antonio Lardies, doctor en Ciencias Biológicas de la UC y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Hasta el momento, Oceaneos no ha realizado solicitudes formales o informales a las autoridades competentes. Enrique Vargas, comandante de la Dirección de Intereses Marítimos y Medio Ambiente Acuático (Dirinmar), asegura que para que este proyecto se ejecute, Dirinmar debe dar los permisos, pero que no han tenido ningún tipo de acercamiento con la empresa.

 

Experimento a mar abierto

—Un experimento propiamente científico no se hace directamente en el mar —dice Atilio Morgado, biólogo marino y director ejecutivo del IMO. Dado que pequeñas cantidades de hierro pueden producir la sobrerreacción de microorganismos tóxicos y estimular el florecimiento de algas nocivas, los investigadores del Instituto sostienen que este tipo de experimentos son legítimos mientras se hagan en laboratorios o en ambientes cerrados para establecer un sistema de monitoreo de sus efectos, algo que —asegura Morgado— es difícil de controlar en mar abierto.

—Es muy irresponsable realizar este tipo de experimentos porque no se sabe de qué tamaño va a ser la zona afectada, ni tampoco hay certeza sobre los tipos de algas que crecerán. Oceaneos no puede garantizar que su experimento se restrinja a un área –asegura Bernardo Broitman, científico de la IV Región, director ejecutivo del centro de estudios Ceaza y doctor en Ecología, Evolución y Biología Marina—, y añade que la única prueba para comprobar si un experimento de esta naturaleza funciona es encontrar una porción de hierro en cada pez que se capture al año siguiente, pero al no tener clara el área realmente afectada, es imposible hacer este monitoreo.

Los detalles técnicos del proyecto —profundidad, el lugar exacto y el número de hectáreas en que se fertilizará—, el protocolo a seguir y los temas legales, empresariales y éticos son aspectos que no se han dado a conocer, lo que ha provocado escepticismo entre algunos investigadores chilenos respecto de los fines científicos de Oceaneos.

—No nos oponemos a la iniciativa. Lo que rechazamos es que se plantee un proyecto científico que sólo tiene información muy general y capciosa, y que ha sido difundido sólo por la prensa –asegura Atilio Morgado, y remarca que las desconfianzas también vienen porque Oceaneos es una empresa con fines de lucro, que eventualmente podría buscar fines comerciales.

 

Sin control

Oceaneos asegura que el proyecto se realizaría en un área acotada, sin fines comerciales y que no es peligroso, todo lo contrario, restablecería el ecosistema marino. Sin embargo, todavía no tienen certezas sobre los planes de mitigación que aseguran que se están preparando.

Ricardo Letelier, biólogo marino, doctor en Oceanografía y consejero científico de Oceaneos, explica que la investigación debe realizarse en un lugar donde se produzcan giros ciclónicos, unos remolinos de agua que se mueven mar adentro  —evitando que la fertilización y sus posibles consecuencias llegaran a zonas costeras — y que actuarían como murallas, encerrando el área donde se fertiliza con hierro. Según observación satelital, ese fenómeno ocurre en Coquimbo.

Oceaneos asegura que el proyecto tiene fines científicos, se realizará en un área acotada y no es peligroso para el ecosistema marino.

Pero no hay consenso en la comunidad científica nacional sobre la seguridad que pueden brindar los giros ciclónicos para que el experimento no se salga de control. Bernardo Broitman asegura que una investigación similar se realizó en Canadá. En 2012, la Haida Salmon Restoration Corporation (HSRC) vertió 100 toneladas de sulfato de hierro en las aguas cerca de la isla Haida Gwaii para restaurar la producción de salmones con fines comerciales. En 2014 un estudio de académicos de la Universidad de Maine, en Estados Unidos, que evaluó el florecimiento del fitoplancton en esta área reveló que sólo una pequeña parte del nutriente fue absorbido por la microalga. El florecimiento fue el más grande observado de los últimos 10 años, a pesar de que un área reducida fue fertilizada. El crecimiento explosivo de todo tipo de algas —incluyendo las nocivas— se observó en una superficie aproximada de 35 mil kilómetros cuadrados de extensión.

De hecho, el mismo Letelier es certero al reconocer que, a pesar de que no esperan resultados negativos, hay aspectos que salen de su control, aunque se tomen todas las medidas de precaución. Pero el impacto que puede tener este proceso en la cadena trófica es incierto. No hay evidencia que asegure que los altos niveles de hierro aumentaron la producción de peces.

—No te puedo decir en forma exacta cuáles son las algas que van a florecer en el primer momento, pero en todos los lugares del mundo que han hecho experimentos, ninguno ha producido en forma significativa algas tóxicas. Podemos minimizar el impacto, pero siempre existe un riesgo mínimo.

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