Por Rosario Zanetta Enero 15, 2015

© Marcelo Segura

Era 2010 y Pablo Bosch (64) había decidido tomarse un trimestre sabático. Llevaba 37 años trabajando en B. Bosch -la empresa ligada al desarrollo de infraestructura eléctrica y metalmecánica fundada por su padre en los sesenta-, y creyó que era momento de definir a qué se dedicaría de ahora en adelante. La primavera de ese año, partió a la Singularity University, en Palo Alto, California, con la idea de participar de un curso de nueve días en el establecimiento reconocido por su carácter innovador. El viaje tenía un atractivo adicional: ahí se reencontraría con Wenceslao Casares (40), el empresario tecnológico a quien conoció varios años atrás cuando ambos eran alumnos del programa OPM de Harvard, un curso para dueños y presidentes de empresas que se realiza durante tres años consecutivos en febrero. “El 2000 nos conocimos, el 2001 nos hicimos amigos y el 2002 nos convertimos en uña y mugre”, cuenta Bosch.

Durante la visita, y mientras conversaban en la terraza de su casa en Palo Alto, Casares le confesó que estaba intentado vender el Palacio Las Majadas de Pirque, el mismo que había comprado a fines de 2006 en unos US$ 2 millones cuando todavía pensaba radicarse en el país. El empresario -que en los 2000 fundó el sitio de finanzas Patagon.com-, había cambiado de planes y fijado su residencia en EE.UU. por motivos familiares. Además, el terremoto de 2010 provocó daños estructurales en el edificio de estilo francés diseñado por el arquitecto Alberto Cruz Montt a principios del siglo pasado por encargo de la familia Subercaseaux, por lo que hacerlo un lugar habitable demandaría una inversión importante.

Entonces, Bosch lo detuvo. “Antes de que lo vendas, déjame hacerte una oferta de negocios”, le dijo. “Wenceslao viene del mundo de los bits y yo del mundo de los bricks, pero los dos tenemos en común que nos interesa mucho el tema social”, relata hoy Bosch. Ambos se pusieron a hablar de las diferencias de oportunidades que veían en Chile, del valor que a su juicio tiene lograr tender puentes entre gente diversa con intereses comunes y de cómo esto podría ayudar a que los sistemas funcionasen mejor. “Nos obsesionamos con el tema del capital social y su importancia y sólo entonces empezamos a tirar ideas”, cuenta el también director de Icare. 

El proyecto que ambos delinearon esa tarde de 2010 en Palo Alto debutará oficialmente a mediados de abril de este año. Ellos dicen que el nuevo plan no consiste en convertir el antiguo Palacio de Las Majadas en un centro de eventos, ni tampoco en una universidad, mucho menos en un hotel. Lo que inaugurarán en los próximos meses es, según ellos mismos, el primer centro de conversación de América Latina. Un lugar que les permitirá reunir bajo el mismo techo a los distintos actores involucrados en temas diversos y hacerlos dialogar. “Será como un iPad, en donde lo que nosotros ponemos es la plataforma y los asistentes ponen el contenido”, sintetiza Bosch.

 

Con la restauración del palacio se creó una nueva biblioteca, varias salas de reunión con especial énfasis en la acústica, un pequeño museo sobre la zona, una cafetería cubierta de mármol y se habilitó un ascensor.

ESCOLLOS EN EL CAMINO
Una vez definido el porqué, Casares y Bosch se plantearon una nueva pregunta: ¿Cómo? Tenían claro lo que querían formar, pero también eran conscientes de que su proyecto tendría que ser sustentable: les importaba que se autofinanciara y aunque sabían que podían soportar una temporada “bajo el agua” y con números rojos, no querían que la idea se convirtiese en un agujero sin fin.

Casares y Bosch crearon Melincue, una sociedad dedicada exclusivamente a la iniciativa y a la cual también invitaron a Diego Valenzuela, abogado y mano derecha de Casares en Chile. Entre los tres mantuvieron el 70% de su propiedad y el 30% restante lo vendieron a otros dos socios. El paso siguiente fue levantar financiamiento en el mercado. “Le metimos ingeniería financiera y salimos a buscar recursos”, relata Bosch, quien le presentó la propuesta a varios bancos y fondos de inversión. La tarea no les fue fácil. Si bien el proyecto en sí mismo tenía buena acogida, pocos fueron los dispuestos a apostar por él. “Lo encontraban demasiado innovador”, argumenta Bosch. Sin embargo, un banco creyó en la iniciativa y estuvo dispuesto a prestarles recursos.

El centro de conversación que querían levantar empezaba a ganar forma. Entre las definiciones iniciales que tomaron no sólo estuvo la idea de crear este epicentro de diálogo, en el que converjan los distintos actores ligados a un tema y donde puedan conversar como pares. Casares y Bosch se abrieron también a la idea de que empresas utilizaran el lugar para realizar sus jornadas. Sin embargo, el foco principal seguía siendo el de generar contenido y propiciar el diálogo. Para esto no sólo se dedicaron a diseñar programas que se podrían realizar en el lugar. También empezaron a idear, junto con universidades como la de Harvard y Stanford, entre otras, potenciales programas para organizar en conjunto. Asimismo, comenzaron a evaluar la forma de levantar más recursos para financiar investigaciones, exposiciones y generar más conversaciones que tengan lugar en “Las Majadas”.

Una vez claro el concepto detrás del proyecto, el grupo estuvo en condiciones de emprender una tarea mayor: iniciar la reconstrucción del antiguo palacio y su acondicionamiento para los nuevos fines. El trabajo requeriría de un esfuerzo significativo, no sólo por los daños que el lugar todavía tenía producto del terremoto, sino que además porque Las Majadas estaba prácticamente abandonado y el palacio había sufrido robos de algunos de sus adornos y materiales.

Para la tarea contactaron al premio Nacional de Arquitectura, Teodoro Fernández, quien entre otros trabajos ha realizado el Parque Bicentenario de Vitacura, la biblioteca de Derecho de la Universidad Católica y la iglesia del campus San Joaquín de la misma universidad. Fernández además había trabajado antes para Casares, quien no dudó en pedirle que refaccionara el palacio pero manteniendo el diseño original e intentando reutilizar la mayor cantidad de los antiguos materiales. Además se le pidió que se crearan espacios que incentivaran el encuentro.

En paralelo, se contrató a la oficina de arquitectos Lyon Bosch -donde una de las socias es Alejandra, hija de Pablo Bosch-, para que proyectara una residencia con 50 dormitorios que se emplazaría a unos metros del palacio. La idea era que el nuevo centro de conversaciones fuese un lugar de retiro, donde los asistentes pudiesen alejarse del ajetreo de Santiago y pensar tranquilos. Asimismo, a los tres arquitectos se les pidió trabajar en la remodelación del parque de ocho hectáreas que rodea el palacio.

La mayor parte de los trabajos hoy están terminados. Entre los cambios que le hizo al edificio, Fernández decidió invertir la entrada principal: si antes se ingresaba a éste desde el parque, ahora su entrada es por la parte posterior, la cual fue modificada para la llegada de vehículos. Su idea fue que quienes ingresaran al recinto se encontraran inmediatamente con el parque y sus árboles centenarios, con sus magnolios, peumos y araucarias.

Sobre el nuevo acceso ya están instalados los vitrales que lució el edificio antaño y que fueron recuperados especialmente. Levemente más atrasado está el nuevo bar del lugar, habilitado en el subterráneo del edificio, donde se dejaron a la vista los cimientos originales de la obra. En la antigua fachada ya están colgados los faroles y se ultiman los detalles para la próxima marcha blanca.

Con la restauración se creó una nueva biblioteca, varias salas de reunión con especial énfasis en la acústica, un pequeño museo sobre la zona, una cafetería cubierta de mármol y se habilitó un ascensor. En los distintos salones y en la escalera principal se puede ver el trabajo que realizaron unos 15 artesanos contratados para el proyecto, a quienes se les encomendó recuperar la madera original del recinto para poder volver a utilizarla. 

Según confiesa Bosch, hasta el momento se han invertido US$ 10 millones en el proyecto y aún quedan otros US$ 5 millones por gastar, estos son los que se destinarán a la nueva residencia, la cual esperan esté lista a fin de año. En sus dependencias, podrán alojar 100 personas, todos en habitaciones de similares características.

“Las Majadas” abrirá definitivamente sus puertas en abril con una actividad por definir, pero antes tendrá un mes de marcha blanca. Por ahora, Bosch está aprovechando el verano para convidar a autoridades, ONGs, think tanks, diplomáticos y empresarios para dar a conocer el lugar. La invitación es simple: consiste en llegar a Pirque, sentarse bajo uno de los grandes peumos del lugar y, al igual como lo hicieron Bosch y Casares esa tarde en Palo Alto, ponerse a conversar.

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