Por Emilio Maldonado Agosto 28, 2014

© Roberto Candia

En medio de la mayor inyección de capital de un gobierno en la historia de Codelco, Pizarro puede prever que el dinero agitará las aguas: no sólo abrirá el apetito para desarrollar nuevos proyectos, sino que también podría ser alimento para las pretensiones de los sindicatos.

Nelson Pizarro (73) siempre ha dicho que su paso por el yacimiento de la ex Disputada de Las Condes -hoy conocido como Los Bronces-, fue su universidad. Ahí tuvo el primer encuentro con la minería del cobre, estuvo a cargo de su primer gran proyecto de ingeniería y experimentó in situ cómo hacer de una compleja operación minera un negocio rentable.

Pero Pizarro no sólo conoció eso. Muchos de sus fines de semana entre 1973 y 1990, período en el cual ocupó diversos cargos en la minera que por ese entonces perteneció a Enami y luego a la Exxon, los pasó a más de tres mil metros de altura. Fue en esas ventanas de ocio cuando aprendió a esquiar, deporte que todos sus compañeros de faena dominaban a la perfección. También fue en la laguna de Castro, cercana al yacimiento, donde este ingeniero en minas tuvo su primer acercamiento con la pesca deportiva. Y, posteriormente, con la navegación. Cuando estaba en la Disputada, Pizarro compró su primer bote de madera, al cual bautizó Rapala por la marca finlandesa de señuelos. Luego vendría uno de aluminio. Hoy ya tiene dos lanchas de gran eslora: Rapala IV y V, las cuales mantiene atracadas en Algarrobo.

Certificado como capitán costero, Pizarro, quien el próximo lunes asumirá como el nuevo presidente ejecutivo de Codelco, acepta con resignación que con su nuevo cargo sus escapadas a la Cofradía Náutica serán más escasas. Eso le inquieta. Le gusta estar en alta mar con algunos de sus 16 nietos o viajar a los lagos del sur con amigos.

No es, desde luego, la principal preocupación en el horizonte para quien está a horas convertirse en uno de los máximos ejecutivos de la minería mundial. En medio de la mayor inyección de capital que ha hecho un gobierno en la historia de Codelco  -alrededor de US$ 4.000 millones -, Pizarro, a quien su familia lo llama “el capitán” cuando están en la costa, puede prever que el dinero agitará las aguas: no sólo abrirá el apetito para desarrollar nuevos proyectos en la cuprera, sino que también podría ser alimento para las pretensiones de los sindicatos por incrementar las condiciones de beneficios de sus asociados.

Las organizaciones de trabajadores, por su parte, también están alerta. Saben que el otro apodo de Pizarro es “el manos de tijera”, por los polémicos recortes de costos que llevó a cabo  mientras estuvo a la cabeza del yacimiento de Chuquicamata, en su anterior paso por Codelco. Los sindicatos lo han declarado públicamente: estarán atentos a las movidas del ingeniero.

NACE UN APODO
Pizarro ya llevaba cuatro años al mando de la división Andina cuando, en abril de 1994, Juan Villarzú lo citó a una oficina de calle Huérfanos. Villarzú había sido nombrado nuevo presidente ejecutivo de Codelco y estaba armando su  equipo. Había escuchado buenas cosas de Pizarro al mando de Andina: su éxito al rentabilizar la operación de montaña, la construcción de nuevos sistemas de tranques, alargando la vida del yacimiento y, principalmente, la baja de los costos de la explotación. Todo ello había evitado el cierre de la mina, hoy uno de los pilares de la producción de cobre para Codelco.

En la víspera de la Semana Santa de 1994, entonces, Villarzú le pidió que se hiciera cargo del principal yacimiento de Codelco: Chuquicamata. Un gran ascenso para Pizarro, quien había partido como jefe de distrito en Lota Schwagger en los 60, para luego ser administrador de la mina Navío en 1970, proveedor de la caliza que empleaba Cementos Melón. Convertirse en el líder de la mina a rajo abierto más grande del mundo significaba la coronación de su carrera.

Antes de partir a Chuquicamata, Pizarro le compró el antiguo Volkswagen naranjo al chofer que lo trasladaba de Santiago a Los Andes cuando trabajaba en Andina. Quería dar una señal de austeridad. No necesitaba más que un viejo automóvil para recorrer los dos kilómetros que separaban su casa de la oficina de Codelco en Chuqui. Años más tarde, cuando en 1998 se trasladara a Illapel, dejó el auto en el norte. Aún se arrepiente de eso.

A su llegada a Chuquicamata, Pizarro puso en práctica lo que había aplicado en Andina. Comenzó a buscar formas de hacer eficiente la operación, hasta que un día descubrió que los camiones que transportaban estériles rodeaban todo el poblado para sacar el mineral. “Eso encarecía los costos enormemente”, dice.

Su nombre “saltó a la fama” un poco después, merced de su franqueza. En 1995, en medio de una ceremonia en la que inauguraba el nuevo equipamiento médico en el hospital que Codelco mantenía en Chuquicamata, dijo que el hospital debía reubicarse, porque ése terreno servía para la extensión de la mina. Los doctores y el personal presente quedaron con la boca abierta.

Los días posteriores fueron una verdadera caldera en el pueblo. Se convocó a una asamblea en el teatro de Chuqui y Pizarro, entre pifias, subió al escenario. Le dijo a la audiencia que debían estar “tranquilos-nerviosos”. Finalmente no sólo movería el hospital. También se inició el programa para eliminar el poblado -y reemplazarlo por nuevas casas en Calama-, con el fin de extender el yacimiento. Pero el plan continuaba: además de reubicar Chuqui, se redujo el número de trabajadores en casi dos mil personas. “Manos de tijera” se ganaba su apodo.

Un poco después, en 1998, una conversación en un tren sellaría su salida de Chuquicamata. En el ferrocarril  que une Calama con la mina Radomiro Tomic, coincidió con Andrónico Luksic Abaroa, con quien entabló una conversación muy relevante para su futuro: Pizarro le dio consejos de cómo echar a andar Pelambres, que por ese entonces era sólo la idea de un yacimiento minero en la cordillera de Illapel. Luego de la charla, Luksic le hizo un regalo que se transformaría en una alegoría: le entregó un sombrero de conductor. A los pocos meses, lo contactó y le pidió que “condujese” el nuevo proyecto, símbolo del naciente grupo Antofagasta Minerals.

Pizarro  renunció a Codelco y decidió entonces volver a Illapel. Era un regreso simbólico: era la ciudad donde nació, donde vivió su madre, dueña de casa, y su padre, camionero de fletes. Lo primero que hizo fue visitar su casa de infancia.  

Su paso por el brazo minero de los Luksic terminaría en 2003, año en que Pizarro protagonizaría otro retorno. En su destino reaparecía Chuquicamata. A petición de Villarzú, quien también había regresado a la cuprera, el “manos de tijera” se encargó de finiquitar el traslado de todos los profesionales y mineros a Calama.

En 2006 abandonó nuevamente Codelco para aterrizar en la presidencia ejecutiva de la privada Lumina Copper, cargo que ocupó hasta esta semana.

UN APRENDIZAJE GRINGO
Lo puesto en práctica en el desierto no lo aprendió en las aulas de la Universidad de Chile. Tampoco en su paso por Lota o por La Calera. Fue arriba, en la cordillera, cuando Nelson Pizarro se forjó como uno de los ejecutivos de la minería más reputados del país.

Hacia el fin de 1973 terminaba su tesis cuando le pidió a un compañero de facultad, Mario Solari Martínez, que lo ayudase a entrar a la Disputada de las Condes. Trabajó un par de meses en las oficinas centrales de calle Bandera, cuando fue traslado al yacimiento.

Arriba lo hizo todo: subadministrador, administrador, gerente técnico y luego a cargo del proyecto de expansión de la Disputada.

Fue ahí que Pizarro aprendió la rigurosidad de la faena en alta montaña. Pero su principal enseñanza vendría cuando Exxon compró la empresa en 1978. Los nuevos dueños, con una manera distinta de hacer minería, con prácticas gerenciales del mundo privado anglosajón, le enseñaron a Pizarro el valor por la búsqueda de eficiencias y, además, la insistencia por la seguridad.

Pero tuvo que ocurrir un accidente para que Pizarro tuviese la oportunidad de brillar dentro de la Exxon. Una noche de julio del 78, en medio de un frente de mal tiempo que había azotado Santiago por días, el turno de noche de la planta de concentrados estaba próximo a subir a la faena. Pizarro se dio cuenta que el trayecto a su casa, a bordo de su Peugeot 403, se estaba tornando difícil por la nieve. Decidió que el turno de trabajadores no debía subir.

En la madrugada, el telefonista de la planta lo despertó. El río El Palomo había generado una avalancha y había arrasado con la planta de flotación. Ninguna víctima que lamentar, gracias a la decisión tomada horas antes.

Fue ahí que la gerencia de Exxon decidió encargarle la reconstrucción de la planta. Luego, el emplazamiento de un nuevo tranque de relave, hasta que finalmente, le pidieron que liderara el plan de crecimiento de Los Bronces.

“Nelson siempre decía que las cosas se hacían bien y a la primera”, recuerda el ex director de Codelco Jorge Bande, con quien compartió labores en la cuprera estatal cuando Pizarro fue nombrado gerente de Andina y Bande, gerente de Desarrollo. Fue su paso por la Exxon lo que motivó a que el ex presidente de Codelco, Alejandro Noemi, lo reclutara para la estatal.

LA TRIPULACIÓN QUE LLEVA CONSIGO
En Andina comenzó a aplicar las estrategias “gringas”. Recortó costos, puso énfasis en el crecimiento del yacimiento e hizo algunos despidos. Así, en lo alto de la montaña, enfrentó su primera huelga.

Pese a su búsqueda por eficiencia y utilidades, y a su apodo de “manos de tijera”, a Pizarro se le reconoce su liderazgo carismático.  En Codelco se hizo cercano a Bande y también del actual ministro de Energía, Máximo Pacheco. También entabló una buena relación con Juan Villarzú.

Hoy reconoce que tiene pocos amigos, y que todos los ha ido forjando desde su paso por la Disputada de las Condes.

Jaime Andrade, Luis Lodi y Nemesio Orellana, actuales ejecutivos de Lumina Copper, lo han seguido por sus diferentes etapas. Y, seguramente, lo acompañarán en Codelco a partir del lunes. “Antes me he llevado a muchos de mis amigos. Estoy tratando de que, esta vez, algunos de ellos  me acompañen”, explica el nuevo presidente de Codelco.

Quienes lo conocen, dicen que detrás de esto está el valor que Pizarro le asigna a la lealtad, y al hecho de que le gusta transmitir su conocimiento a sus cercanos, por lo que le resulta natural querer llevárselos a sus nuevos desafíos. “Es un educador permanente. Tiene un dominio tan amplio de la minería, que es difícil que no esté enseñando”, afirma el gerente de Riesgos de Lumina Copper, Luis Lodi.

De hecho, quien reemplazará a Pizarro en la presidencia ejecutiva de Lumina será Ricardo López, a quien Pizarro reclutó en 2006 para secundarlo cuando llegó a la firma japonesa. Para muchos, uno de sus últimos discípulos.

Ha sido hasta ahora la historia de Nelson Pizarro. El nuevo capítulo comienza a escribirse este lunes.

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