Por Juan Pablo Garnham Junio 26, 2014

Por ahora, Vaca Muerta entrega 24 mil barriles de petróleo diarios y una cantidad baja de gas natural, pero la intención es poder dejar de importar gas de Bolivia en cinco años. En el último mes los hidrocarburos no convencionales han aumentado su producción en un 20%.

Los arriendos se han duplicado y triplicado. A la salida del pueblo había una viña. Hoy las uvas se están pudriendo en la vid: no había cómo encontrar gente para cosecharla y ahora es el terreno el que vale, pero para construir casas.

“¿Hola?”, contesta el teléfono la recepcionista en el hotel Sol del Añelo. Es domingo, son casi las seis de la tarde y el partido debut de  Argentina en el Mundial de Brasil está a punto de comenzar. Sin embargo, la gente en el hotel todavía se pasea trabajando. Un hombre y una mujer con camisas celestes con el logo de la petrolera francesa Total no dejan de teclear en sus computadores. Un par de trabajadores en overol de YPF pasan caminando. Afuera, una docena de camionetas de la estatal argentina están estacionadas, y por la carretera desfilan los camiones de las empresas estadounidenses Halliburton y Schlumberger, llevando agua a los pozos de petróleo y gas. “No, señor, no tenemos nada de disponibilidad”, dice la recepcionista antes de colgar.

Cuando el partido comienza, la actividad disminuye. Pero no para. Nunca para. Los camiones deben seguir llevando agua a los pozos de perforación. Sólo YPF ya ha hecho 198 de éstos. Eso es sin contar los que están haciendo Total, Exxon, Shell, Petrobras. Todos están aquí y trabajan de lunes a domingo. Lo sabe Alejandra Díaz, quien ha administrado el hotel por casi diez años. Es chilena, pero ya con acento argentino, como muchos en Neuquén. “Cuando llegué acá, el hotel tenía ocho habitaciones. No sabés la mugre que era eso”, recuerda Díaz. “Era todo muy precario, muy de pueblo”. Luego, previendo lo que podría venir, ampliaron el hotel. Hicieron nuevos baños, más piezas, luego otra y otra. “Hoy llegamos a las 72 habitaciones. 50 están tomadas fijas por empresas, a veces mensuales, a veces anuales”, explica. Sólo Total tiene diez, y transformó ocho más en oficinas permanentes. De lunes a viernes, los trabajadores de YPF repletan una treintena de mesas en los comedores, cuando bajan de los yacimientos a almorzar al hotel.

Era cosa de tiempo para que la extracción de gas y petróleo shale (también conocidos como “de esquistos” o no convencional) cruzara las fronteras de Estados Unidos, donde comenzó su expansión hace siete años. En ese país, la masificación de dos técnicas -la perforación horizontal y el fracking, que permite obtener gas y petróleo que está atrapado en burbujas entre las piedras- los está haciendo soñar con la independencia energética. En Argentina, en 2011, YPF (en ese entonces Repsol-YPF) anunció que en Vaca Muerta, una formación geológica tres mil metros bajo el suelo de Neuquén, había encontrado la mayor fuente de shale de Latinoamérica. Según el Departamento de Energía de Estados Unidos, en esa zona existiría el equivalente a 16.200 millones de barriles de petróleo y 308 billones de pies cúbicos de gas natural. Pero Argentina tenía dos problemas para sacar estos recursos de las profundidades.

“En Estados Unidos, el recurso le pertenece al dueño del terreno. Esto no ocurre en ninguna otra parte del mundo y fue un incentivo muy grande para este desarrollo allá”, dice Sebastián Scheimberg, economista y experto en energía de la Fundación Pensar. Acá, como en Chile, había que obtener los derechos de explotación, que están en manos del Estado. Pero, más importante que eso, había otro problema, que todavía existe. “Necesitas una inversión muy grande, que YPF no puede hacer sola”, explica el geólogo de la Universidad de Buenos Aires Ernesto Gallegos. El shale es rentable, pero caro en la perforación, y la situación económica de Argentina no ayudaba. “Por eso fue tan importante el acuerdo con Chevron en mayo del año pasado, donde cada uno aporta con el 50 por ciento”, continúa Gallegos.

Para llegar a los campos de Loma La Lata y Loma Campana, donde YPF y Chevron están invirtiendo más de 1.600 millones de dólares, hay que pasar por ese pueblo de una treintena de manzanas y calles de tierra que se llama Añelo. “Cuando arranqué mi gestión, en 2011, éramos cerca de tres mil habitantes”, dice Darío Díaz, intendente (cargo equivalente al de alcalde) de este municipio. “En diciembre de 2013 ya estábamos en cerca de los seis mil; y tenemos una población flotante de alrededor de cinco mil operarios más que ingresan y salen todos los días”.

Díaz se mueve en un terreno de contrastes. La municipalidad es una casa de madera de una planta y pocas oficinas. Desde ahí maneja un pueblo donde poco más de la mitad de las casas tienen alcantarillado. Pero, al mismo tiempo, acumula kilómetros: viaja constantemente a Ciudad de Neuquén y a Buenos Aires, para pedir fondos para hacer todo lo que tiene que construir. La municipalidad no logra pagar los sueldos con su presupuesto y debe recibir ayuda de la provincia todos los meses. También ha estado en Moscú y San Petersburgo, donde se reunió con posibles inversionistas y participó del Foro Económico Mundial. Hace unos meses estuvo en Texas, una de las cunas del shale. Ahí conversó con otros alcaldes de pueblos que han vivido situaciones similares.

La legislación en Neuquén obliga a que un 70% de la mano de obra tenga domicilio en esta provincia y, cuando los proyectos se desarrollan en pueblos del interior, se debe priorizar a la gente de esos lugares. Por eso, Díaz espera que en diez años Añelo tenga entre 15 y 20 mil habitantes. “En unos veinte años yo creo que vamos a llegar a alrededor de los 50 mil”, explica. Camino a los yacimientos, en la meseta -la ciudad está en el valle, por donde pasa el río Neuquén- está planificada una urbanización que supera varias veces el tamaño de la actual ciudad. Ya hay un sector industrial, donde varias empresas se han instalado. En el municipio calculan que son 50 compañías las que circulan, entre las petroleras y las que les ofrecen servicios. En esa zona, mirando al antiguo Añelo desde lo alto, también se ve una serie de calles vacías y luminarias que permanecen prendidas toda la noche, aunque no hay nadie. Esperan a los nuevos habitantes. Dos o tres casas están en construcción. Una está casi lista, esperando a sus primeros habitantes.

ESPERANZA Y DUDAS
Hace unos días, la mujer de Pedro Barrionuevo chocó su auto. A ella no le pasó nada, pero sí le hizo un abolladura por el lado que, en otro momento, a Barrionuevo le habría enojado muchísimo. Pero ahora no: dice que pasa tan poco tiempo en casa que no se puede dar el lujo de discutir. Barrionuevo lleva 19 años trabajando en YPF, pero recién en diciembre se incorporó al  proyecto Loma Campana. “Me levanto a las cinco y media de la mañana y vuelvo a  a las ocho o nueve de la noche”, explica este ingeniero eléctrico vestido con el overol de YPF, “las pocas horas que me quedan con mi familia las trato de optimizar”.

Barrionuevo dirige uno de los equipos que preparan todo antes de que se monten las torres perforadoras. “Ejecutamos las tareas para abrir el camino a los equipos de perforación. Construimos el camino y la locación, el predio donde se van a hacer los pozos”, explica. En menos de seis meses, ya ha pasado por 20 locaciones, donde se están haciendo un total de 80 pozos. “El alimento de todo esto es la importancia del proyecto. Creo que muchos lo sentimos así, y te da una energía que sale como de la nada”, dice Barrionuevo. “Vaca Muerta es una gran oportunidad para nuestro país”.

“Estamos terminando una fase piloto y comenzando a producir regularmente petróleo y gas”, explica el geólogo Ernesto Gallegos. “El efecto fundamental que tendrá esta explotación es recuperar el autoabastecimiento, aunque hoy las cifras son muy menores”. Por ahora, Vaca Muerta entrega 24 mil barriles de petróleo diarios y cantidades menores de gas natural, pero la intención es poder dejar de importar gas de Bolivia en cinco años. Los resultados, según datos de YPF, son prometedores: sólo en el último mes los hidrocarburos no convencionales han aumentado su producción en un 20%.

El apoyo de los políticos a toda esta expansión ha sido transversal, tanto en Buenos Aires como en Neuquén. Cuando se votó la aprobación del proyecto de Chevron e YPF en el congreso de la provincia, hubo sólo dos votos en contra. Sin embargo, afuera de la legislatura, cinco mil personas  protestaban en contra. Al día siguiente llegarían diez mil. “La dependencia del recurso hace que lo instalen con una fuerza tal, que al que se le ocurre cuestionarlo, le pasan una aplanadora”, dice Jorge Nahuel, werkén de la Confederación Mapuche de Neuquén. “Mientras nosotros tratamos de concientizar a la población del daño de esta tecnología, nos matan con propaganda oficial en televisión, diarios y radio”.

Los mapuches de la zona son uno de los grupos que más han protestado. Tienen una historia con YPF: hay en curso un juicio contra la petrolera por el daño que el petróleo habría causado por décadas a la salud de la población indígena. Con el fracking, temen que la contaminación del agua se intensifique (quienes están a favor del shale no lo creen posible). Además, varias concesiones han sido otorgadas en terrenos que ellos reclaman.

“Lo que sucede es que ésta es una provincia petrolera. Pueblos enteros se crearon por esta actividad. La gente está acostumbrada a esto. Ven a Vaca Muerta como la salvación, pero no hacen un análisis profundo”, explica Carolina García, parte de un grupo multisectorial en contra del fracking. Voluntariamente, García organiza charlas en escuelas y en las universidades. Pero su trabajo formal es en la oficina de Áreas Naturales Protegidas de Neuquén. Ahí ha visto cómo incluso se ha aprobado un pozo no convencional en Auca Mahuida, un área protegida para conservación. Con su equipo, cuando llegó el informe ambiental, lo rechazaron. “Pero nuestro director dijo que sí. La provincia crea un área y luego la concesiona”, dice García. “No puede ser que en la oficina de medioambiente nunca se le diga que no a un pozo. Acá siempre está el ‘sí’ al pozo”, protesta.


A la izquierda: Pedro Barrionuevo, trabajador de YPF, entre los letreros que apuntan hacia los pozos. Éstos abundan en cada cruce de caminos en Vaca Muerta. A la derecha: El alza de los bienes raíces en Añelo obligó a los San Martín Godoy a dejar la casa que arriendan en el centro del pueblo.

LA TELESERIE DE AÑELO
-Qué bueno todo esto, ¿eh? -dice una chica mientras camina por uno de los sitios de explotación de YPF en Vaca Muerta. Hay containers, camionetas y dos grandes torres perforadoras. Ella se llama Candela, es bajita, tiene un embarazo de siete meses y, a pesar del casco y del overol de YPF, parece modelo.

-Sí, sí. Muy bueno. Muy groso la verdad. Yo hace años que trabajo acá y no me acostumbro -dice Julián, también con el overol de YPF, casco y pinta de modelo-. Pero es así: el petróleo mueve al mundo.

-¿Vos decís? ¿Tanto? -le pregunta Candela a Julián, quien trabaja en el sitio.

-Tanto. Todo se hace con petróleo. Pensá que el plástico de la mamadera que va a usar tu hijo está hecho con petróleo. Pensá que la energía para hacerte una ecografía o para la sala de parto que vas a usar utiliza energía derivada del petróleo.

-Qué loco todo eso.

-Muy loco. Hay muchísimos recursos en este país y, si los pronósticos se cumplen, esta zona va a ser importantísima.

Si la escena suena ficticia es porque es ficticia. Es tomada de un capítulo de la teleserie argentina Vecinos en guerra. Parece placement, pero en YPF aseguran que la iniciativa fue del canal Telefé y ellos les dieron todas las facilidades para grabar en la locación. Mientras tanto, en el Añelo real, Fernando San Martín y Patricia Godoy crían a su hijo de un año y cinco meses. Patricia trabaja como técnica en seguridad en una de las compañías que operan en la zona. Fernando es en enfermero. Llegaron a Añelo hace seis años, desde la ciudad de Cutral Co, a una hora. Fue antes del boom. Hoy, para llenar la mamadera y para comprar pañales deben viajar una hora nuevamente, a Ciudad de Neuquén.

“Acá todo ha subido. Nadie compra en Añelo”, dice Patricia. Pero el problema mayor es otro: afuera de su casa hay un letrero  “Se Vende”. Hace seis meses, el dueño de la casa que arriendan se la pidió. “Nos avisó con tiempo y está esperando que nos vayamos”, dice Fernando, “fue buena onda”.

Antes del boom, el mejor arriendo del pueblo salía alrededor de mil pesos argentinos (menos de 70 mil pesos chilenos). Patricia y Fernando pagaban 700 pesos argentinos. “Hoy consigues una casa con una sola piececita, todo junto, por cinco mil pesos”, dice Patricia. Son sobre 300 mil pesos en un pueblo cinco veces más pequeño que Tocopilla en población. Su casa, que tiene un patio sencillo y tres piezas, además de un living-comedor, se vende a 300 millones de pesos chilenos.

Los arriendos se han duplicado y triplicado, pero éste no ha sido el único efecto en la vida diaria de la gente de Añelo. En el hotel les cuesta conseguir personas para trabajar sirviendo o limpiando y la rotación es mensual: prefieren los sueldos del petróleo. A la salida del pueblo había una viña. Hoy las uvas se están pudriendo en la vid: no había cómo encontrar gente para cosecharla y ahora es el terreno el que vale, pero para construir casas. Muchos han decidido dejar la ciudad y arrendar sus hogares. Se puede vivir de eso. Patricia y Fernando, en cambio, prefieren seguir con sus vidas aquí.

“Nosotros no hemos pensado en irnos de Añelo”, dice Fernando, “yo cuando era chico venía siempre y decía que quería venir a trabajar acá. Por ahí se me dio. Ahora todo cambió y tenemos que adaptarnos a los cambios”. Mientras tanto, arriba, en la meseta, donde están esas calles construidas y los focos que iluminan el barrio vacío, está la casa que los acogerá. Es esa casa, la única que está lista y que los espera. Los espera en lo que algunos ya están llamando “el nuevo Añelo”.

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