Por Edmundo Paz Soldán, desde Santa Cruz Junio 19, 2014

Hace un par de años llegué a Santa Cruz y a la salida del aeropuerto me llamó la atención un cartelón enorme que publicitaba el condominio Mar Adentro, y en el que se veía una pareja feliz con el fondo de un mar turquesa, acompañada de una frase contundente: “Tu propio mar”. No entendí muy bien de qué iba la cosa, pero luego, ya en la ciudad, después de ver más carteles publicitarios -una foto de tres niños ilusionados y un pedido a los padres: “Cómprales un pedazo de mar”- y hablar con amigos, el panorama se fue aclarando. Todo tenía que ver con la explosión de urbanizaciones de lujo para la clase media-alta y alta en el Urubó -en el municipio de Porongo, al lado de la ciudad de Santa Cruz y ahora prácticamente una extensión de ella-, y con una competencia feroz por parte de los inversionistas inmobiliarios para cubrir, de la manera más obvia posible, ciertas aspiraciones de clase, una de las cuales parece ser dejar atrás la ausencia de playas y mar, la molestosa mediterraneidad del país.

Algunos de los condominios de la zona del Urubó tienen nombres asociados al mar: Puerto Esmeralda, Playa Turquesa, Mar Adentro… Por los nombres, se podría pensar que se trata de asociarse al mar de la manera más abstracta y descontextualizada posible. Son muchos los colegios e institutos que en Bolivia tienen nombres como Antofagasta o Mejillones; allí la asociación al mar ha sido dolorosa y ha estado siempre conectada con la pérdida, con la Guerra del Pacífico. Mejor, entonces, alejarse de esos recuerdos amargos y buscar lugares más amables: en Playa Turquesa se ofrece a los compradores de casas y departamentos la posibilidad de estar en “una playa del Caribe” sin necesidad de irse de la ciudad.   

Pero no sólo se trata del nombre: se calcula que en Santa Cruz hay al menos diez proyectos de urbanizaciones que ofrecen, junto a áreas verdes y reservas ecológicas, lagunas artificiales donde se podrá nadar, tomar clases de buceo, navegar en kayak o hacer windsurf; también habrá muelles y malecones. Estas lagunas artificiales, de agua cristalina y con arena de playa blanca importada de los Estados Unidos, están siendo construidas por la compañía chilena Crystal Lagoons, que patentó la tecnología. En la década pasada estas lagunas se desarrollaron sobre todo en los países del Medio Oriente, pero ahora se han popularizado tanto, que Crystal Lagoons tiene más de doscientos proyectos en todo el mundo. Felipe Pascual, director comercial de la compañía para Latinoamérica, dijo, sin ironía alguna, en una entrevista con un medio chileno, refiriéndose a Bolivia: “Llevar este paraíso tropical, sus aguas cristalinas y vida de playa a los habitantes de una nación mediterránea es un orgullo para Crystal Lagoons”.

Hace unos días me detuve en las oficinas de venta de Puerto Esmeralda, en el exclusivo barrio Equipetrol. Había un par de kayaks a la entrada. Me atendió un señor amable, que me llenó de publicidad y cifras: la laguna artificial que proyectaban sería una de las más grandes del mundo. Habría 70.000 metros cuadrados de agua cristalina, 20.000 metros cuadrados de playa, 7.000 metros cuadrados de áreas para buceo y acuario. Mencioné los riesgos ecológicos de una laguna artificial, pero él respondió que la tecnología utilizada era totalmente ecoamigable. Me mostró la maqueta de la urbanización y me contó que trescientos de los mil doscientos terrenos disponibles ya habían sido vendidos; debía apurarme. Me regaló unas hojas en las que se repetía una frase -“La playa está de moda”- y en las que las fotos mostraban un lugar paradisíaco: arena blanquísima, mar turquesa, verde y azul por todas partes. Era, como dice un folleto de uno de esos condominios, “una perfecta réplica de mar”.

¿Para qué demandas marítimas y tortuosas negociaciones diplomáticas que no conducen a nada cuando, con cierto poder adquisitivo, en la Bolivia de hoy se puede llegar al mar de un modo más directo?

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