Por Axel Christensen Mayo 8, 2014

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La ausencia de la consideración de Piketty acerca del riesgo en la generación de la riqueza es el principal punto débil de su obra.

Lo tratan como el equivalente a un rockstar en el campo económico. Se ha comparado su reciente libro Capital en el siglo XXI con la obra seminal de Karl Marx, El Capital. Se trata de un joven economista francés de tan sólo 42 años, Thomas Piketty, autor del voluminoso texto que busca advertir que, después de dos siglos, la acumulación de la riqueza sigue siendo tanta o mayor. Sólo el tiempo dirá si se mantiene el reconocimiento de Piketty en el tiempo o corre la misma suerte de otros rockstar que en su momento se compararon con The Beatles, pero ya nadie recuerda.

El libro, de casi 700 páginas en su visión electrónica, no es de fácil lectura, por lo que llama la atención que ya haya llegado a la lista de libros más leídos del New York Times o Amazon. Posiblemente sea el esfuerzo titánico del autor de fundamentar sus posiciones a través de mucha data o su interés de incluir citas a grandes autores del siglo XIX. Lo más probable es que se explique por la gran polémica que ha generado entre economistas y columnistas en los principales medios de comunicación, como el propio NY Times, el Wall Street Journal o The Economist, donde las opiniones van de considerar su obra dentro de lo más importante de este siglo, a aquellos que lo tildan de neomarxista.

Citando también a un gran autor decimonónico como el francés Víctor Hugo, “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”, el libro de Piketty no podía haber aparecido en mejor momento, a nivel global, pero sobre todo local.

Con las limitaciones de tratar de resumir tan extenso libro en una columna, la idea central de Piketty es identificar como la principal causa del peor mal de nuestros tiempos -la desigualdad- no a la distribución del ingreso (entendida como remuneraciones o salarios), sino a la distribución del capital. O, para ser más precisos, al ingreso que genera el capital. En quizás su tesis esencial, el autor plantea que el retorno (r) que obtiene el capitalista sobre su riqueza es mayor que el crecimiento (g) de la economía (que es lo que a lo largo aumenta los ingresos de las personas). La desigualdad de ingresos no viene a ser otra cosa que el resultado de esa diferencia (r>g). Prácticamente una constatación matemática del refrán. 

A lo largo del libro, Piketty va apoyando con datos estadísticos -principalmente de EE.UU. y países europeos, pero también de Japón o China- esta idea central, señalando que después de una reducción de la desigualdad observada a mediados del siglo XX (tras la gran destrucción de riqueza que fue la Gran Depresión y el impacto de las guerras mundiales), desde entonces ésta ha venido en aumento y se proyecta que llegará a niveles intolerables, similares a la Belle Époque francesa del siglo XIX o de los Años Locos de los 20 en EE.UU. ¿Cuál es el problema de que ello ocurra? Como lo plantea el autor, es el riesgo que “el pasado tiende a devorar al futuro”, que las sociedades sean dominadas por oligarquías que tienen riquezas heredadas de generación en generación. Un especie de capitalismo patrimonial.

LAS CONTRADICCIONES
La tesis que plantea Piketty para explicar el aumento de la desigualdad, aunque es contundente en cuanto a respaldo estadístico, no está exenta de algunas contradicciones que el autor, en toda justicia, reconoce, aunque sin variar su argumentación. Sin embargo, donde se ve más debilidad en el libro es en la parte que Piketty le dedica a tratar de proponer soluciones, como un impuesto progresivo a la riqueza, con aplicación global. Asimismo, propone un abultado impuesto marginal (80%) sobre las personas de muy altos ingresos. Con ello se busca que el retorno (r) después de impuestos caiga significativamente, cerrando la distancia con el crecimiento económico (g), eliminando así la brecha que alimenta una creciente desigualdad de ingresos.

Muchas de las críticas negativas al libro se centran en estas propuestas. Por un lado, esta solución parece al menos utópica, pues la evidencia histórica demuestra que la influencia política de los afectados finalmente termina frenando cualquier intento en esa línea.

Otro talón de Aquiles de la propuesta se refiere a la dificultad para distinguir entre los “capitalistas meritocráticos” y los “capitalistas rentistas”. Los primeros, (como Steve Jobs) que generan riqueza a partir del emprendimiento e innovación tomando mayores riesgos que el promedio, dejarían de tener los incentivos para ello, con los consiguientes efectos negativos sobre el crecimiento. Resulta demasiado difícil apuntar sólo a los segundos, que aprovechan la diferencia (r>g) explicada anteriormente, con suficiente capital para no tener que tomar demasiados riesgos.

Justamente la ausencia de la consideración de Piketty acerca del riesgo en la generación de la riqueza es el principal punto débil de su obra. Sin embargo, el francés es digno de reconocimiento por la ambición de su tesis central, que intenta ofrecer una especie de equivalente económico a la teoría unificada de la física, juntando crecimiento económico y desigualdad de ingreso con tanta elegancia, en un texto que tiene más citas literarias que fórmulas matemáticas.

Interesantemente, Capital en el siglo XXI llega en el momento oportuno para los lectores en Chile, en plena polémica por  la discusión que la reforma tributaria ha generado acerca de los más ricos y “poderosos de siempre”. En ese punto, la tesis de Piketty justificaría una reforma que aumenta el impuesto al capital, sin necesidad de tener que justificar el uso de lo recaudado por una reforma tributaria, sino que por el solo hecho de su función redistributiva (es decir, sería lo mismo dirigir los fondos a mejorar la educación que entregárselos como bonos o subsidios a los hogares de menores ingresos). Incluso, la reforma actual se quedaría corta al no aumentar -como propone Piketty- la tasa marginal de impuesto a las personas de mayores ingresos (de hecho, la propuesta es reducirla gradualmente del 40% al 35%). 

Más interesante aún es reconocer que las críticas que ha recibido el libro del economista francés coinciden con muchas de las opiniones de detractores de la reforma tributaria. Particularmente acerca de la incapacidad que las medidas propuestas tienen de diferenciar entre el “capital emprendedor” (que suele, desacertadamente, etiquetarse como pymes) y el “capital rentista”, que llevará a consecuencias indeseadas en cuanto a crecimiento económico y creación de puestos de trabajo, que paradojalmente daría lugar a una desigualdad de ingresos aun mayor.

Sin embargo, la principal paradoja del libro, a mi juicio, toca de manera significativa otro proceso de reforma que acaba de iniciar el gobierno actual: al sistema previsional. Este dice relación al apoyo tácito que hace la tesis central del origen de la creciente desigualdad -recuerden (r>g)-, al justificar un sistema de capitalización individual como el de las AFP, que suele ser el blanco de críticas entre quienes uno esperaría encontrar a los mayores partidarios de Piketty. Ello porque sería de toda lógica que los ahorros previsionales de trabajadores se inviertan de la misma manera que lo hacen los capitalistas obteniendo un retorno (r), en un sistema como el actual de AFP, que volver a un sistema de reparto, donde sólo obtendrían lo que crece la economía (g). Hasta con los rockstar corre lo de nadie sabe para quién trabaja.

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