Por Abril 25, 2013

Chile ascendió un nuevo puesto en el ranking del Índice de Desarrollo Humano. Ello mejora su ya privilegiada posición en Latinoamérica. Esto es coherente con un país que se apresta a cruzar la barrera del subdesarrollo.

Varios especialistas han expresado que hacia el bienio 2018-2020 nuestro país alcanzaría un ingreso medio tal -de seguir creciendo- que nos hará emigrar al grupo de naciones desarrolladas. De concretarse, será un gran logro nacional.

Pero en este momento el tema parece ser otro. Hay que examinar el  contenido para que esos logros tengan sentido para nuestros conciudadanos, y para que el salto esté marcado por sustentabilidad de largo plazo. Chile ha conocido en su historia frecuentes ciclos de boom y recesión, los que han terminado frustrando aspiraciones de muchos. España es hoy un caso emblemático. Así como se avanza, se puede retroceder.

El enfoque ahora reside en preguntarse por temas estructurales en el contexto de aspiraciones ciudadanas de un país que se esfuerza por consolidar la democracia y avanzar en  sus libertades.

La visión que sostenemos con fuerza es que el crecimiento económico es una condición necesaria para llegar al desarrollo, pero no es suficiente. Aun más: contrario al facilismo en boga, sostenemos que crecimiento no puede igualarse a desarrollo. Este último término incluye  aspectos económicos centrales por cierto,  pero va más allá de una mera visión estadístico-económica. El debate en Chile se confunde constantemente por la mezcla oportunista de términos y conceptos: algo que no deja visualizar los temas de fondo. De allí nace un ruido social de proporciones, pero poca concreción y avance.

Se constata en encuestas de opinión, en los programas de los candidatos y en los temas que se instalan hoy en el foro un común denominador, que más o menos se aproxima a la siguiente expresión: “Hay una mayoría de sentimiento ciudadano creciente para avanzar mas rápido y estructuralmente en pos de un mejor estadio social. Hay que avalar igualdad de oportunidades sustantivas  y mejoras a la distribución de ingresos, hoy tan marcadamente desigual. Algunos llaman a esta aspiración progresismo, otros la denominan, progreso social. Lo importante es que todos la apoyan”.

Hay que reconocer que en un periodo de crecimiento macro espectacular, no se han conseguido avances sustantivos en el tema aludido, a pesar de intervenciones claves del Estado. Chile debe ser el país con mayor focalización, preparación y experiencia en los programas sociales, pero aun así no logra alterar los resultados en acumulación de capital humano social.

 

Vallas olvidadas

En este escenario hay un aspecto positivo: hay consenso que los temas de educación y de salud son claves.

Abordar como prioridad nacional, pública y privada los temas de calidad en educación en todos sus niveles -primaria, secundaria, terciaria, técnico profesional, de entrenamiento en trabajo- sigue siendo una política pendiente. El llamado de la calle por el tema de accesos universales puede marcar diapasones aquí y allí, pero más que “universidad para todo y para todos” lo que Chile merece es “calidad educativa para todos”.

El tema en salud es aun más complejo. Existen rezagos vigentes que son claves en el  capital social humano y que nuestra sociedad no termina de abordar, tanto en acceso como calidad. De hecho, corremos el riesgo serio de que el sistema en su globalidad evolucione a un escenario donde el costo total de la salud se mueva en trayectorias ineficientes, donde lo único de fondo que pase es ir subiendo año a año la incidencia de su gasto sobre el PIB, sin que ello tenga correlativo con mejoras  en acceso, competencia y calidad de prestaciones efectivas.

Lo negativo del escenario es que las actuales trincheras ideológicas, tan estrechas, llevan a que la discusión se apertreche en el statu quo, en la conveniencia coyuntural, en tecnicismos infinitos y exquisitos, planteados por unos y por otros.

Pero también sabemos que no basta con sólo atender los problemas de la educación y la salud. Hay otras vallas olvidadas que hay que discutir.

Con el dramático cambio en el mundo global referido a las fuertes economías de escala para producir, distribuir y exportar en sectores de punta donde tenemos hoy ventajas comparativas, surgen preguntas de futuro.

¿Será razonable suponer que empresas industriales de exportación de  tamaños típicos y precisos, como las de Chile hoy, lograrán enfrentar la dura competencia que se viene por parte de conglomerados de países desarrollados, más los países BRICS?

Por expresarlo como un ejemplo ilustrativo y futurista: podría llegar a ser previsible (necesario) que varios conglomerados industriales nacionales de tamaño, en las áreas forestal, celulosa, pesqueras, viñas y agroindustrias deban pensar en fusionarse e integrarse en un solo gran conglomerado empresarial por cada sector. Esto para enfrentar mejor el desafío enorme que plantean las economías de escala y así asegurar crecimiento afuera y expansión adentro de Chile con empleos de buena base.

Otro tema olvidado han sido las potencialidades productivas de las regiones de Chile. Desde hace dos siglos se ha hablado de regionalización, pero en la práctica sólo se ha concretado una mínima parte de lo propuesto. El terreno de una regionalización efectiva es uno de los más prometedores, desde el punto de vista de las rentabilidades sociales para el país como un todo.

Está claro que seguir haciendo “más de lo mismo” sólo nos va a mantener  como un país pequeño, alejado, democrático, estable, pero de ingreso limitado medio. Las aspiraciones sociales de muchísimos compatriotas se van a frustrar si permanecemos sólo en una medianía de valor. Las creatividades  de nuestras elites empresarias van a tacharse inmerecidamente en el esquema de “más de lo mismo”, y muchos líderes empresariales pasarán entonces a la categoría de rentistas (acomodados retirados en un país medio).

Acordar la construcción de un verdadero segundo piso de crecimiento para el país, desde una mirada de las regiones, será fundamental para escapar del “más de lo mismo” y poder sortear la lápida de la trampa de países del ingreso medio.

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