Por César Barros Mayo 28, 2010

El "rescate griego" me trae a la mente dos reflexiones.

La primera -técnica- es la dificultad de manejar áreas cambiarias, o más bien, el problema de los tipos de cambio fijos entre economías disímiles. Si Grecia no hubiera sido parte del área del euro, la solución a sus pasados esfuerzos por tener "más Estado y menos mercado" habría sido supersimple. Un default a sus bonos soberanos y una devaluación con reestructuración de la deuda externa bancaria y participación del FMI. Es lo que le pasó a toda América Latina en los 80. A Rusia, a México en el "Tequilazo", y a Argentina al despuntar el siglo XXI.

Sin embargo, bajo el nuevo esquema de pertenencia a la UE, las cosas se complican. Inicialmente, todos los países aproblemados se inclinarán por bajar sueldos y beneficios, subir impuestos y reducir gastos. Lo más probable es que después de protestas callejeras y tensiones sociales principalmente subirán los impuestos, con efectos nefastos para el crecimiento, que es la única solución de fondo al endeudamiento. Y la solución de parche será una devaluación del euro, en línea con las necesidades de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España- Spain-), pero para nada con las de Alemania, Francia y Holanda. La tensión al interior de la zona euro no terminará en años, y si los PIIGS no arreglan sus cuentas, lo más probable es que el euro termine confinado a la antigua Unión Europea, que limitaba con los Pirineos y los Alpes.

La segunda reflexión es más bien filosófica, y tiene que ver con la seguidilla de salvatajes a bancos, empresas y países too big to fail.
Uno de los mayores méritos del sistema capitalista es que el proceso de fallas empresariales -vía quiebra y otros mecanismos que castigaban a los inversionistas que tomaban decisiones erróneas- servía como un freno automático a la toma de riesgos desenfrenada. "Por donde pecas pagas" dirían los friedmanianos. "Salvo que seas muy grande", nos dicen ahora el gobierno de EE.UU., la UE y los principales bancos centrales del mundo.

Con lo cual, no sólo dejan en una posición ventajosa a los too big to fail -que no son ni ancianas, ni viudas, ni huérfanos- sino a los más poderosos y calificados del mundo empresarial global, frente a los más pequeños, a los emergentes y a los emprendedores. También es un llamado abierto a que las mayores compañías del planeta y los gobiernos tomen riesgos insospechados, con el convencimiento de que no tendrán castigo alguno, salvo una "palmadita en los nudillos".

El sistema deja así de lado la principal herramienta de autocontrol que mantenía en su valioso ADN y en su cultura moral. Mal que mal, el default y la quiebra son al mercado lo que el infierno al catolicismo.

Los economistas se dividen: unos quieren que los acreedores paguen sus culpas; otros que sean los capitalistas. La verdad es que todos deben pagar por sus imprudencias ("Prefiero creer que los accidentes son atentados: así tengo menos accidentes", le decía Vito Corleone a su hijo).

Se trata del desafío más grande al sistema en su historia. Y más encima proviene de su círculo más íntimo. No es el comunismo atacando desde afuera. O el socialismo gramsciano devaluándolo desde sus orillas. Son los propios gobiernos capitalistas que, por miedos imprecisos, dejan fuera del juego la herramienta más poderosa del sistema para combatir su principal peligro: el riesgo moral. O, visto de un punto de vista más radical, se pretende darles carta blanca a quienes creen que tomar riesgos no importa, que lo importante es generar ganancias, porque nunca se pierde. "Sale cara gano yo, sale sello pierde usted" es la nueva norma que atisban los gobiernos endeudados y las compañías bautizadas como too big to fail. Con esas reglas ¿quién los para ahora?

El miedo de los gobiernos a los riesgos sistémicos es entendible. El 2008 casi perdemos el sistema financiero completo. Pero ahora resulta que Grecia podría ser el Lehman Brothers de la UE. Y el año próximo quién sabe cuántos más aparecerán. Y como siempre es duro y una buena lata la quiebra -hay proveedores, trabajadores, contrapartes comerciales y acreedores en fila-, es más cómodo hacer un cheque y evitarse el dolor.

Los economistas se dividen: unos quieren que los acreedores paguen sus culpas; otros que sean los capitalistas. La verdad es que todos deben pagar por sus imprudencias ("Prefiero creer que los accidentes son atentados: así tengo menos accidentes", le decía Vito Corleone a su hijo).

Con qué ligereza nos olvidamos de la importancia de que haya muchos productores y muchos consumidores, ninguno tan grande para que pueda afectar el comportamiento de los demás. Aunque "la competencia perfecta" a veces venda con mayores costos que los mercados monopolísticos. Pero nos saca de encima a los too big to fail. O, en su defecto, si las economías de escala que la tecnología nos ha entregado hicieran muy convenientes los mercados más concentrados, el costo inevitablemente vendría por aceptar que fallen las too big to fail con horrorosas consecuencias para la sociedad, o bien tomando un seguro cuyo costo me cuesta imaginar. Intuitivamente, creo que es más práctica la competencia perfecta, con la posibilidad de quiebra de sus componentes.

Los gobiernos están sacando de a poco -y algunos de a mucho- los desafíos morales del sistema capitalista: no queremos que haya dolor en el desempleo -lo cual incentiva la irresponsabilidad laboral- ni penurias económicas para la tercera edad -lo cual hace innecesaria la moral del ahorro- y ahora, finalmente, sacaremos del mapa las quiebras, con lo cual destruimos el castigo a la irresponsabilidad empresarial o fiscal en el caso de los gobiernos.

El sistema de mercado -al igual que la especie humana- necesita desafíos para progresar. Es impensable una sociedad donde el sufrimiento y el dolor sean inexistentes. Podemos moderarlos, pero no extinguirlos. Y si existen, es preferible que ellos contribuyan al progreso de la sociedad. Que sea posible aprender de los errores.

Por eso, los seguros de desempleo generosos sólo producen cesantes al por mayor. Y la falta de castigo a los países en default creará más economías peronistas alrededor del mundo. Y los salvatajes a grandes empresas aseguran eventos aun más grandes y costosos en el futuro. Hasta ahora anestesiar a los pacientes (países, bancos y grandes compañías) ha sido exitoso, pero no por ello, evitará los costos finales, que podremos postergarlos pero no eliminarlos ("you can run, but you can´t hide").

Y la gran pregunta es, eliminado el riesgo y el dolor de las quiebras ¿con qué los vamos a reemplazar?

*Economista

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