Por María José López y Lorena Rubio Enero 16, 2010

Desde la semana pasada, el banquero argentino Hernán Arbizu (41) pasa los días en la hacienda de un amigo, 300 kilómetros al sur de Buenos Aires. El economista ha aprovechado la tranquilidad del campo para reflexionar sobre su paso por el banco suizo UBS y por la vicepresidencia del JP Morgan, que hoy lo tiene en medio de un juicio millonario y un escándalo de ribetes internacionales.

El 28 de diciembre pasado, el gigante financiero norteamericano JP Morgan -el segundo mayor banco de EE.UU.- presentó contra Arbizu una demanda civil en una corte de Nueva York. Lo acusan de malversación de fondos: robar US$ 2,8 millones a uno de sus clientes -un reconocido hombre de negocios trasandino- y de realizar 12 transferencias ilegales entre 2006 y 2008. El banco pide su extradición y le atribuye además "defraudar a clientes de alto patrimonio en Argentina". La demanda fue presentada a la justicia americana luego de que el FBI entregara los detalles de su investigación.

El Estado norteamericano también se lanzó contra Arbizu. A lo de JP Morgan sumó otra estafa en contra de dos clientes que tuvo el economista mientras trabajó -entre el 2002 el 2006- en el UBS. En total, serían entonces US$ 5,4 millones.

En Argentina también se lleva una causa, que incluye el posible lavado de activos. A diferencia de lo que ocurre en suelo estadounidense, en Buenos Aires el caso explotó luego de que Arbizu se presentara a declarar voluntariamente. La colaboración buscaba evitar la extradición a EE.UU. Junto con una larga confesión, el ex ejecutivo entregó una nómina con 200 nombres de personas y sociedades que utilizaban  -según él- la red del banco para eludir el pago de impuestos en sus países. Consultado por Qué Pasa, JP Morgan prefirió no referirse al tema.

El juez trasandino a cargo del caso, Sergio Torres, no sólo resolverá la culpabilidad de Arbizu: también debe dirimir si el experto en finanzas enfrentará los tribunales de su país o si debe ser juzgado en EE.UU., donde se encuentra la casa matriz del banco. "De ser así, estoy frito. Tendría a un gigante en mi contra. No tendría opción de defensa", confiesa Arbizu desde Argentina.

Aunque el economista reconoce el fraude, dice que lo hizo "para cumplir metas interpuestas por los bancos. No me quedé con plata de mis clientes, sino que lo hice para mantener clientes importantes y cumplir con las metas".

En sus momentos de soledad, Arbizu repasa una y otra vez los "errores" que podrían llevarlo a pasar los próximos 30 años tras las rejas. "Cada día que pasa me lamento más sobre las estafas que cometí", dice.

La arista chilena

Cuando Arbizu le entregó al magistrado Torres el sobre cerrado con una lista de 200 nombres, sabía perfectamente lo que hacía. La información con los titulares de cuentas de varios países de América Latina puede ser su pase para lograr un juicio por colaboración y ayudar a reducir su pena o frenar el pedido de extradición.

En el listado figuran 15 chilenos entre sociedades de inversión y personas naturales. La mayoría de los mencionados se enteró de que eran parte del listado cuando estalló el caso, en mayo de 2008. Varios de ellos preguntaron al banco estadounidense y las explicaciones, aseguran, fueron "poco claras". Ahora, tras la demanda del 28 de diciembre, volvieron a prestar atención.

"En ese momento me dijeron que a la sucursal argentina llegaron los datos de clientes chilenos y que, a veces, los dineros se manejaban por esa oficina", precisa uno de los afectados nacionales, mientras que otro empresario señala que la entidad bancaria les aseguró que se trataba "de un robo de datos".

En el listado figuran 15 chilenos entre sociedades de inversión y personas naturales. La mayoría de los mencionados se enteró de que eran parte del listado cuando estalló el caso, en mayo de 2008. Varios de ellos preguntaron al banco estadounidense y las explicaciones, aseguran, fueron "poco claras".

Al parecer, explican, Arbizu imprimió códigos -los números asociados a la lista divulgada por medios como el diario Crítica no corresponderían a cuentas reales- y obtuvo acceso a nombres que no eran sus clientes. Entre ellos, los de los chilenos. Si bien ninguno de ellos fue defraudado en sus fondos, aparecer vinculado a un caso como éste ha llevado a varios a cerrar sus cuentas en el banco norteamericano.

La versión del ex ejecutivo es que apenas llegó a trabajar a la vicepresidencia argentina de JP Morgan, desde su computador tenía acceso "a todos los cuenta correntistas de banca preferencial de América Latina". No obstante, dice que "nunca" tuvo clientes chilenos. Y aunque en la prensa circuló la versión de que en su cartera había fortuna de "chilenos y argentinos", JP Morgan desmiente esa versión y dice que no hay connacionales en la lista de defraudados.

Golden boy desde la cuna

Hernán Arbizu es el menor -y único hombre- de seis hermanos. Creció junto a sus padres y hermanas en Belgrano, cerca de Palermo antiguo, en un ambiente muy conservador y religioso. Aunque prefiere no dar detalles de su vida privada, asegura que su familia "tiene un buen pasar". "Siempre fuimos de clase media", dice.

El ex ejecutivo estudió en un colegio privado -de corte militar y católico- en donde practicaba rugby. Luego, cursó Economía en una universidad privada, también en Buenos Aires.  En 1987, se tituló y un año después, cuando recién había cumplido los 19, llegó a Financiera Tutelar, su primer trabajo.

"Ahí entré como peón, al último puesto. Era ayudante de contaduría", cuenta. Cuando ya tenía 23 aterrizó en lo que siempre fue su sueño: la banca privada. "Primero estuve en el Deutsche y luego en el Citi. Partí de cero. Primero fui asistente, luego captador de clientes y oficial de cuentas. Fui ascendiendo de a poco", recuerda.

El gran paso lo dio en 2002, cuando postuló a la banca privada del UBS. Ahí le cambió la vida. Tras casarse, dejó su Buenos Aires natal y partió a vivir a Nueva York, el epicentro financiero del mundo. Se instaló en Fairfield, Connecticut, en los suburbios. Su vida dio un giro absoluto. "Comencé a codearme con la gente más rica del mundo, a gozar de nuevos lujos y abundancia", recuerda. Allí empezaron, afirma, las presiones del banco por captar nuevos clientes.

Che Madoff

La estafa

Él mismo cuenta que a principios de 2005 nace su idea de estafar a algunos clientes. Alberto López, un rico hacendado argentino, le manifestó sus ganas de dejar el banco. "Me apaniqué. De ser así, no sólo no cumpliría la meta sino que además quedaría en negativo", recuerda.

La "meta" es un tema clave para cualquier ejecutivo de Wall Street: implica cumplir anualmente con un número determinado de nuevos clientes -o un monto específico de recursos- y con ello acceder a suculentos bonos. Para retener al hacendado le hizo una oferta: una ganancia del 21% en una de sus cuentas. "Le prometí algo imposible. Lo hice por presión", asegura. Y agrega: "Maldigo ese día".

A los pocos meses, López exigió su supuesta ganancia. Según Arbizu, se trataba de unos US$ 200 mil. Ante la exigencia, el ex ejecutivo puso en marcha la conocida bicicleta para ir cubriendo sus sucesivos fraudes bancarios. Se trata, en simple, de sacar plata de un cliente para pagar a otro. "Rob Peter to pay Paul", como se denomina en jerga financiera a este tipo de movimientos.

El segundo afectado fue el clan Acevedo Quevedo, una influyente familia de Paraguay que participa en política.

En 2006, Arbizu escaló un peldaño más en el mundo financiero neoyorquino: JP Morgan le ofreció hacerse cargo de la vicepresidencia de Banca Privada y coordinar las filiales de todo el Cono Sur. Sin dudarlo, aceptó la oferta.

"Además de ser conveniente en términos monetarios -mi sueldo llegaría a los US$ 650 mil anuales-, parecía ser un salvavidas a mi problema en UBS. Creí que la presión por captar clientes terminaría y que nadie notaría mis estafas", asegura. Su puesto implicaba, además, estar basado en la ciudad estadounidense y ocupar un piso en el edificio corporativo del banco, en la exclusiva Park Avenue.

Pero se equivocó. En JP Morgan, dice, las exigencias aumentaron. Cada año debía "traer" a las arcas del banco cerca de US$ 150 millones de nuevos clientes. Trabajaba sin descanso: se levantaba todos los días a las 4 a.m. para llegar a las 7 a su oficina situada en el quinto piso del edificio en Manhattan. Apenas dormía, viajaba todo el tiempo: dos semanas vivía en Nueva York y las otras dos en Argentina.

Pero sus ganas por mantener ese trabajo y su nivel de vida lo llevaron a idear nuevas maneras para capturar más personas. "En el JP Morgan no aceptábamos clientes con menos de US$ 25 millones líquidos y para atraerlos asistía a lugares a donde suele ir ese tipo de gente: el Four Seasons, el Hyatt y los mejores hoteles y restaurantes de Manhattan", revela.

A mediados de 2007 los Acevedo Quevedo se contactaron con Arbizu. Los paraguayos -que no sabían que el ejecutivo había cambiado de trabajo- le pidieron viajar a su casa ubicada al norte de Asunción para preguntarle sobre sus inversiones en UBS. "Sin pensarlo lo hice. Prefería que me vieran, para no sembrar dudas", dice.

"Queremos nuestro dinero para comprar unos campos", le dijeron. Mientras ellos hablaban -cuenta Arbizu-, la angustia se apoderó de él. Así surgió la nueva movida. "Me acordé de Natalio Gerber, el dueño de Musimundo, un gran cliente que tenía en el JP Morgan".  Ésa fue la primera vez que falsificó una firma. "Autoricé un giro de US$2,8 millones y lo traspasé a la cuenta en el UBS que tenían los paraguayos", recuerda.

En abril de 2008, Gerber notó el vacío en su cuenta. Y se lo hizo ver al jefe de Arbizu en Argentina.

Fue el comienzo del fin.

"Lo vamos a destruir"

Parecía ser un lunes normal. Eran las siete de la mañana del lunes 2 de mayo de 2008 cuando Hernán llegó a su oficina en calle Madero 900, en el distrito financiero de Buenos Aires. El entonces vicepresidente para Argentina de JP Morgan no alcanzó a sentarse en su escritorio cuando su superior lo llamó: "Faltan US$ 2,8 millones de la cuenta de Gerber", le dijo.

El ejecutivo se hizo el desentendido: "Le aseguré que los iba a buscar", recuerda. Sin embargo, tomó sus cosas y arrancó del lugar. Desesperado, llamó a su hermana mayor quien a los 40 minutos lo recogió en una plaza cerca de la filial de JP Morgan en Buenos Aires.

"En el JP Morgan no aceptábamos clientes con menos de US$ 25 millones líquidos y para atraerlos asistía a lugares a donde suele ir ese tipo de gente: el Four Seasons, el Hyatt y los mejores hoteles y restaurantes de Manhattan", revela Arbizu.

"Mi hermana, quien es muy religiosa, apenas me vio me dijo: '¿Qué hiciste?''. Por mi cara notó que no andaba en algo bueno", asegura. Le contó todo y ella le aconsejó que reconociera el delito. Contactaron a  Pablo Argibay Molina, un abogado amigo de la familia, quien al día siguiente fue a la oficina del banco norteamericano en representación de Arbizu.

Su abogado se reunió con los asesores legales de la entidad. Les ofreció la confidencialidad de su defendido a cambio de ser juzgado en Argentina. "Oferta denegada. Lo vamos a destruir", le dijeron. El trasandino asegura que una hora más tarde recibió una llamada de EE.UU. Álvaro Martínez Fonch, jefe para Latinoamérica del banco, lo llamaba para que viajara a ese país a explicarles a sus superiores qué había pasado. Arbizu se quedó en Argentina. Junto a Argibay dio forma a una estrategia que desconcertó por completo a sus ex jefes.

"Vengo a confesar"

Su objetivo número uno: zafar de la justicia norteamericana. El jueves 12 de mayo de 2008 llegó hasta las oficinas del juez Sergio Torres. "Vengo a confesar un delito de estafa", le dijo. Y le contó todo. Cómo operaba, a quién perjudicó, de dónde sacó el dinero, cuánto robó. Y además le entregó una carpeta.

En una declaración titulada "Mi Error", Arbizu reconocía los delitos cometidos, involucrando, de paso, al banco en supuestas prácticas de evasión de impuestos, lavado de dinero y retiros fraudulentos.

En la carpeta, iba una lista de cerca de 200 clientes de JP Morgan, entre los cuales figuran importantes empresarios y grupos empresariales argentinos y chilenos. Y dispara: "Al confesar mi delito, tuve que confesar uno peor, uno que hacía todos los días con autorización de mi jefe y por el cual me pagaban un feroz sueldo: transferir dineros de mis clientes al extranjero, evitando que paguen sus impuestos".

Según el ex golden boy, el negocio de la banca privada en Argentina es un fraude al país porque el banco ayuda a clientes a lavar dineros y evadir impuestos. Dice que hay millones de dólares de privados argentinos que no están declarados en el país. Y agrega, con un dejo de ironía, que "de alguna manera no me perturbaba tanto estafar a los clientes que estafé. Ellos no declaraban su fortuna y muchos pagaban para sacar la plata fuera del país. Mis clientes no eran trigo muy limpio".

Con esta acusación en la mano, el viernes 13 de mayo del 2008, y con la orden del juez, la policía argentina requisó las oficinas de JP Morgan. A la semana siguiente, el banco interpuso un requerimiento judicial para proteger su información confidencial y la de sus clientes. Y aunque el suizo UBS no ha interpuesto demanda, es cuestión de tiempo. "Probablemente están esperando que me extraditen para hacerlo", dice el argentino.

La espera

El 13 de mayo de 2008, el juez norteamericano James C. Francis presentó contra Arbizu una orden de captura en la corte del Distrito Sur de Nueva York.

A las 9:30 del 30 de junio de ese año, oficiales de Interpol capturaron a Arbizu en la esquina de Palermo, luego de salir de su casa, situada a sólo dos cuadras. Sin embargo, a los tres días, y tras pagar una fianza de US$ 16.500, quedó en libertad.  Desde entonces, han pasado 17 meses. "Para tratar de no pensar todo el tiempo en esto, estoy corriendo 10 kilómetros diarios", dice desde su refugio. Cuenta, además, que no tiene dinero y que vive a costa de sus hermanas. Y, bueno, que su gran temor es ser extraditado a EE.UU.

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