Por Aldo Lema* Noviembre 28, 2009

La elite empresarial, en la encuesta de Qué Pasa, eligió a Ricardo Caballero como el economista más seguido e influyente del último tiempo. El liderazgo del ingeniero comercial de la Universidad Católica y director del Departamento de Economía del MIT -que durante 25 años ha jugado en las grandes ligas de la academia norteamericana- es tan contundente como justificado.

¿Por qué Caballero merece esta distinción?

Primero, por ser un observador/actor privilegiado de la crisis económica y de sus desarrollos posteriores. Siguiendo su metáfora médica, no sólo estuvo en el lugar del paro cardíaco, contemplando las fibrilaciones, escuchando y aconsejando a los cardiólogos, sino que además debatió con ellos sobre sus causas y propuso las soluciones más eficientes. Lo hizo como ningún economista latinoamericano. Y como muy pocos a nivel mundial.

De hecho, al cabo de casi dos años y medio, desde las primeras arritmias, Caballero dejó plasmadas sus interpretaciones y recomendaciones en al menos veinte columnas de opinión y en unos quince papers académicos. Entre ellos, destaca el que presentó este año en la famosa conferencia económica de Jackson Hole -en Estados Unidos-, que reúne a las principales autoridades monetarias mundiales. Ahí volvió a proponer un esquema basado en seguros para enfrentar o prevenir las crisis en el futuro. Su idea consiste en exigirles a las instituciones financieras que paguen una prima al Estado por instrumentos contingentes, la que garantice ciertos activos de los balances y que se gatille en situaciones de pánico, para acotar pérdidas de capital y desapalancamiento.

Segundo, porque para sustentar sus ideas y sugerencias se ha mantenido pensando e investigando en forma rigurosa, desarrollando sus "propios modelos". Pensar "es mi único deporte favorito", declaró hace unos años. Y pese a su pronóstico de que a los investigadores en economía -tal como a los pilotos de guerra- la cuerda se les agota a los 40 años, él mismo es una excepción. No sólo sobrepasa en una década ese presunto límite, sino que lo ha hecho moviendo la frontera del conocimiento justamente en los temas que ahora dominan la escena económica: desbalances globales, interrupciones repentinas de financiamiento externo (sudden stops), ataques especulativos, contagio y burbujas de activos, crisis financieras, y sus mecanismos de prevención y resolución. En ese sentido, podríamos decir que anticipó ésta y otras crisis.

Tercero, porque tanto dichas investigaciones como su "olfato económico" -ése que reconoce haber adquirido en el pregrado de la PUC- lo han llevado a apartarse de los lugares comunes, a rescatar las esencias y a entregar miradas originales. Sobre las causas de la crisis, por ejemplo, ha minimizado el rol de los desbalances globales, del excesivo endeudamiento (apalancamiento) o de la supuesta falta de regulación. También les ha quitado responsabilidad a los bancos centrales y a la política monetaria, así como tampoco les dio mayor crédito en "La Gran Moderación" del crecimiento y la inflación, acontecida en las últimas décadas. En contraste, según su análisis, la crisis fue principalmente el resultado del déficit de activos "seguros" (AAA) que viene experimentando el mundo, de la excesiva concentración de riesgo sistémico (y de activos complejos) en el sistema financiero, y de la fuerte descoordinación e incapacidad de algunas autoridades para enfrentar la crisis. Según Caballero, el gobierno norteamericano tardó demasiado en estabilizar al sistema y exacerbó el pánico con la caída de Lehman Brothers, anteponiendo, erróneamente, consideraciones de riesgo moral. "Paulson era un dealmaker, no alguien que entendiera de economía", llegó a afirmar.

Fue un actor privilegiado de la crisis económica y de sus desarrollos posteriores. No sólo estuvo en el lugar del paro cardíaco, escuchando y aconsejando a los cardiólogos, sino que además debatió con ellos sobre sus causas y propuso las soluciones más eficientes.

También desafió el consenso al estimar que el mundo no parece haber cambiado tanto tras la crisis. Además de la sobrevivencia del capitalismo, la globalización y el rol subsidiario del Estado -tendencias que han sido puestas en duda por otros economistas-, Caballero sigue planteando que persisten condiciones cíclicas que, si bien pueden ser una fuente de inestabilidad, parecen incubar otra bonanza para nuestra región. Destaca, entre otras, la persistencia de los excesos de ahorro; el déficit crónico de activos financieros "seguros" a nivel global; la mayor demanda por "instrumentos simples"; y el rol de China, tanto en el piso más alto que le pone al crecimiento mundial como en la prolongación de las presiones desinflacionarias. Como resultado, sigue emergiendo un escenario extendido de tasas de interés históricamente bajas y rotación de burbujas.

Cuarto, a Caballero se le reconoce por su independencia y capacidad didáctica. Por un lado, sin compromisos políticos, ideológicos o dogmáticos que puedan contaminar su labor científica. Por otro, con una habilidad destacable entre sus pares para transmitir las ideas más complejas en forma simple y concreta. Quizás por una condición innata, quizás por el oficio de enseñar durante 25 años.

Quinto, a Caballero también se lo reconoce por su enfoque metodológico y epistemológico. Para ser un gran economista no sólo se requiere desarrollar o adscribirse a buenas teorías económicas. No sólo son necesarios buenos modelos y juicios asertivos. Además de todas estas condiciones, él cultiva la sabiduría y la humildad científicas, virtudes que quizás abundan en sus círculos, pero que escasean por estos lados. Y que se expresan al admitir errores de pronóstico frente a una audiencia, como su moderado optimismo de mediados de 2008, justo antes del colapso. Es reconocer las limitaciones de la ciencia económica, la enorme incertidumbre en la que se desenvuelve y los grandes riesgos de hacer juicios categóricos. Es decir "no sé" cuando emergen preguntas ajenas a sus especialidades o a sus temas de investigación.

Caballero es, en definitiva, un ejemplo de economista y de cientista social, tanto para las nuevas generaciones como para las viejas. Que además no deja de influir en el diseño de las políticas públicas de Chile, como lo hizo este año al impulsar la instalación de una sede del centro para combatir la pobreza del MIT (J-Pal) en la PUC. También por eso merece esta distinguida posición en la encuesta de Qué Pasa. Por eso también mantiene tanta vigencia.

* Economista jefe del Grupo Security.

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