Por quepasa_admin Octubre 17, 2009

En realidad, qué temprano se nos ha hecho tarde. Con qué facilidad hemos ido sacando la historia de nuestra memoria. Cómo nos hemos olvidado de esa década negra de la vida nacional, la de los setenta, donde masacramos nuestros valores. Cuándo decidimos olvidar aquello del "crecimiento con equidad", esa mística inicial que nos llevó rápidamente a insospechadas tasas de crecimiento y acelerada reducción de la pobreza. Qué decir de los sueños y esperanzas que nos inspiraron a todos en ese entonces. Cómo no acordarse de ese eslogan político notable de "la alegría ya viene" que confirmó definitivamente que la libertad política y económica serían los cauces fundamentales para construir un país mejor para todos.

Cómo olvidar que desde entonces fuimos ganando sucesivamente lugares en los distintos rankings globales y pasamos, en cierta medida, a ser un ejemplo por seguir en nuestra región. Como se involucraron los jóvenes en la construcción de la sociedad. Qué decir de nuestra alma nueva y autoestima nacional.

¿Cuándo, entonces, se nos ocurrió que la democracia no necesitaba de representatividad y diversidad y el mercado no requería competencia e innovación? En qué momento optamos por desoír la exquisita sensibilidad de los artistas y decidir que en nuestro país no habría lugar para los débiles. Cuándo nos cansamos de tratar de cerrarles la puerta a las desigualdades odiosas y a la cultura de la ostentación. Dicen que con plata nadie es feo y que cosa tenida no es apetecida.

Sabemos que todas las desigualdades reposan finalmente en la fuerza. Ayer, en las armas; hoy, en el poder político y económico; quizás mañana, con más fuerza en el conocimiento y la innovación. ¿Tiene nuestro sistema político, la democracia, suficiente competitividad, diversidad y representatividad? Parece que no. Y de no cambiar las cosas, seguiremos cojeando cada vez más, hasta que tropecemos con consecuencias dolorosas.

Sabemos que el sistema binominal fue muy funcional para la estabilidad que el país necesitaba en los primeros tiempos posdictadura, pero el empate permanente al que nos conduce, el blanco o negro, es muy disfuncional a la innovación, a la diversidad, en definitiva a la natural evolución y sus cambios. Qué aburrido y decadente, en todo sentido, sería un campeonato nacional de fútbol con sólo dos equipos.

Cómo no abrir los cauces a las nuevas hornadas y evitar fracturas generacionales, que terminen siendo más dolorosas, como las que se incubaron en el mundo entero, y aquí, en nuestra tierra, en los sesenta, y explotaron poco después. Cómo desoír el clamor de las regiones que quieren manejar su educación y salud con sus propias manos y no vivir suplicando con la vista puesta en la capital que las ignora. Para solucionar los problemas hay que verlos y sentirlos todos los días. Qué espectacular sería una competencia interregional sobre estas materias. Ellos son los que mejor saben dónde les aprieta el zapato. Eliminemos en las elecciones los números pares que tienden a los empates. Mejor elegir 1 ó 3 para que haya innovación, diversidad y mayor riqueza imaginativa. Descentralización es la consigna. Dicen, por ahí, que los elefantes se cocinan de a pedacitos.

Puñal al corazón del mercado

En lo que al mercado se refiere, parece que ocupamos la misma línea de pensamiento que en la política. No le hemos dado la importancia vital que tiene la competencia para su correcto desempeño. Hemos preferido aceptar con mirada complaciente el proceso de fusiones de empresas, sin discriminar si éstas se hacen mirando el mercado externo o el interno. En el primero tienen una buena justificación, pero en el interno son una bofetada a mansalva a la competencia. Cada vez menos oferentes para una masa de consumidores creciente.

De ahí a las malas prácticas y a la colusión o el monopolio sólo hay unos pocos pasos. Clavamos un puñal al corazón del mercado y al de los consumidores. Es una lógica totalitaria que nos conduce inevitablemente al monopolio con grave perjuicio para los consumidores.

Hemos preferido aceptar con mirada complaciente el proceso de fusiones de empresas, sin discriminar si éstas se hacen mirando el mercado externo o el interno. En el primero tienen una buena justificación, pero en el interno son una bofetada a mansalva a la competencia.

En estas materias de concentración política y económica les he preguntado a los ginecólogos, si en estos casos la píldora del día después es efectiva en el útero social, y mayoritariamente me han dicho que no, aconsejándome que siempre en estos casos es mejor prevenir que curar. Hay, entonces, que buscar fórmulas alternativas de satisfacción del deseo que sean menos peligrosas. Una de las recetas atractivas que me han sugerido es las siguiente: Ordenar la demanda de deseos de acuerdo a los ciclos del útero social. Esto es organizar a los consumidores para que se respeten sus derechos y fantasías en los momentos que ellos determinen.

Así, por ejemplo, los gremios y sindicatos o cualquier tipo de asociación podría emitir su propia tarjeta financiera y licitar los términos de compra. Pensemos en el gremio de los profesores, en la ANEF, en los socios de Colo Colo o en los grandes sindicatos mineros. Todos ellos compuestos por miles de personas, podrían emitir su propia tarjeta de crédito con el respaldo de un banco -el del Estado, por ejemplo- y licitar así el uso de esta tarjeta para comprar aquello que necesiten, obteniendo descuentos por volumen, y además, con tasas normales de mercado.

Estaríamos empezando a emparejar la cancha. Además, con ese volumen de compra podrían hacerlo al por mayor e importar directamente ciertos artículos de características similares, como los electrodomésticos, evitándose márgenes innecesarios.

Otro problema que se instaló en el mundo nuevo -y especialmente en el Chile de estos días, debido al acelerado desarrollo tecnológico- es el del empleo. Como dicen los gringos, estamos en una jobless economy: una economía que cada vez crea menos empleos proporcionalmente. Que derecho humano más esencial es el derecho al trabajo. Es una prioridad social, por los inmensos beneficios que conlleva.

Para remediar este flagelo en nuestro querido país, he pensado que una solución, general y no discriminatoria, sería valorar al doble para efectos tributarios el costo del trabajo, excluyendo de ese cálculo las remuneraciones de los directores y de la plana mayor de ejecutivos, o bien de un porcentaje de las personas con mayores sueldos de cada firma. Así, ayudaríamos a las pequeñas y medianas empresas -que se llevan hoy el peso de este derecho esencial- y ampliaríamos la oferta laboral.

Esto, obviamente, requiere de un pequeño ajuste en la tasa de tributación de las empresas para que resulte casi neutro para la caja fiscal. Estaríamos, así, colaborando en gran medida a nuestra obligación socio-humana del derecho al trabajo.

Make love not money

Estimo que la circunstancia de hoy es especialmente adecuada, ya que tanto el poder político como el económico están encabezados por dos personas de gran sensibilidad social y visión de futuro: nuestra presidenta, Michelle Bachelet, y el presidente de la CPC, Rafael Guilisasti. Qué lindo acuerdo sería.

A propósito, querida presidenta, con todo cariño le recuerdo que hay que devolverles a las familias chilenas ese 1% de IVA que se les subió, temporalmente, con ocasión de las últimas reformas previsionales. La promesa fue que se les devolvería cuanto antes. Más vale tarde que nunca.

Como decía el poeta, es hora de hacer nuestro propio camino al andar, porque las dirigencias políticas y económicas se sienten cómodas y rehúyen los cambios. Es el camino de la gente sencilla, esa que derrocha entusiasmo por vivir, que no se queja del lugar que le tocó en la línea de partida y que intuye que con abnegación y esfuerzo podrá alcanzar horizontes más amplios y que, al final, la retribución será justa. Les puedo decir que siento que hasta los artistas nos están abandonando. Ellos, que con su sensibilidad siempre bautizan los tiempos. En la guerra fría, por ejemplo, nos conminaron a make love not war. En el mundo de hoy, yo esperaba un make love not money. Pero no se atrevieron: parece que el money ya penetró hasta las fibras más sensibles.

Amanecerá y veremos.

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