Por Gonzalo Maier Octubre 10, 2009

Fue una lagartija. Una miserable lagartija la que cambió todo. Porque cuando la vio pasar corriendo frente a sus pies, supo que no estaba muerto. Parado ahí, en el lugar donde la cordillera de los Andes se transforma en Los Maitenes, Roberto Canessa comprobó que, tras 12 días de caminata, la nieve comenzaba a desaparecer. En castellano: que seguía vivo y que ya era oficialmente un sobreviviente. Ese muchacho de 19 años con barba, un deshilachado gorro de lana y delgado hasta los huesos, era parte de los 16 rugbistas uruguayos que tras dos meses perdidos en la montaña se habían salvado.

Casi 37 años después, Canessa (56) lleva el pelo blanco y se mueve por Santiago como un dandy rioplatense. Camina seguro, saluda con una gran sonrisa a quien se le acerca, habla gesticulando con las manos y, al momento de sentarse, apoya los pies sobre una pequeña mesa que tiene al frente. Luego, casi instintivamente, echa hacia atrás un mechón de pelo que cae sobre su frente. Hoy, Roberto Canessa ya no busca ayuda. Hoy es él quien la da. Por estos días, él es un coach.

Claro que para pararse sobre un escenario y enseñar a ejecutivos de Johnson & Johnson, Oracle, General Motors, Citibank, HSBC, Coca Cola o National Geographic cómo motivar a un equipo que rueda hacia el despeñadero, el camino ha sido largo. Literalmente comenzó la mañana en que, cansado de esperar a los rescatistas, dejó a sus compañeros en el improvisado campamento, alrededor del fuselaje del avión Fairchild F-227 que en octubre de 1972 había caído sobre la cordillera. Partió caminando, junto a Fernando Parrado, con la esperanza de encontrar vida más allá de la nieve. Ya llevaban más de 60 días aislados y los 45 pasajeros originales se habían convertido en apenas 16. Además, en un episodio que para ellos aún es difícil de relatar, tuvieron que alimentarse con sus propios muertos. Por eso, convencido de que ya nadie vendría por ellos, Canessa decidió ponerse a caminar. Y tuvo éxito.

Regresó a Montevideo convertido en un héroe popular. Luego terminó sus estudios de Medicina y, con los años, se transformó en un premiado y prominente cardiólogo. Pero un coach que cruza la cordillera a pie y que confiesa que de haber muerto en el accidente aéreo hubiera encontrado muy lindo que sus compañeros lo comieran, siempre va por más.

En 1994, por ejemplo, sin mucha suerte, fue candidato a la presidencia de Uruguay por el pequeño Partido Azul y, cinco años después, comenzaría a contar su historia. Porque la filosofía detrás de sus charlas, el secreto de las dos horas de coaching que da en las empresas, es hablar únicamente de cosas que conoce y le ha tocado vivir. Es decir, de cómo no morir congelado ni dar por perdido el partido antes de caer muerto. Literalmente muerto.

Canessa tiene una frase favorita. Una que repite arriba y abajo del escenario. Una que es como el resumen de su vida y que todos los ejecutivos que van a sus charlas no olvidan: "En cualquier momento se nos puede caer el avión". Y la repite siempre sonriente y con los ojos bien abiertos, para luego develar qué se hace cuando, efectivamente, el avión -o una empresa, un departamento de ventas o un directorio- termina en el piso.

El secreto para salir adelante, según el cardiólogo que cada vez se aleja más de los quirófanos para revivir a grupos o equipos ejecutivos, es sencillo: la unidad. La misma cohesión que necesita un equipo de rugby o un puñado de jóvenes que, perdidos en la cordillera, deben dar de beber a los fracturados, buscar a un líder o dejar morir al piloto de un avión que, atrapado contra el tablero de control, les ruega que le pasen un revólver para resolver las cosas rápido.

La vida: instrucciones de uso

Hace exactamente diez años, en 1999, Roberto Canessa estaba en Montevideo, en el centro de diagnóstico en el que aún trabaja. José Campiotti, un amigo suyo que por esos días estaba ligado a Johnson & Johnson, la multinacional con 230 filiales en más de 170 países, le contó que estaba preparando un congreso. La idea era reunir a ejecutivos del Cono Sur en un resort cerca de Maitencillo e invitar a un par de andinistas para dar charlas motivacionales. La intención era contar de primera mano cómo hay que luchar en equipo para alcanzar una cumbre. Pero a Campiotti, como es de prever, se le ocurrió una idea más atractiva: llamar a otro expositor. A uno común y corriente, como los que estarían sentados en la audiencia, pero que realmente hubiera sobrevivido a la ferocidad de la montaña. Y así, una vez más, Roberto Canessa tomó un avión, abrochó su cinturón y cruzó la cordillera. 

"Esa primera vez, cuando bajé del escenario -cuenta Canessa-, sentí un gran vacío, como si lo hubiera entregado todo allá arriba. Antes yo pensaba que cuando contara mi historia terminaría desnudando mi alma, pero ahí me di cuenta de que les desnudé el alma a los demás. Yo estaba acostumbrado a ser entrevistado, a aparecer en notas periodísticas, pero no me veía hablando. Y, francamente, al comienzo tampoco creía que a la gente le fuera a interesar. Para esa primera charla tenía preparado un PowerPoint, pero en un momento el encargado de Recursos Humanos me dijo '¿sabes qué? Yo tomaría tus diapositivas y las botaría a la basura. Háblales desde el corazón'".

El coach

Una década más tarde, quien se ha transformado en uno de los coach motivacionales más requeridos del mundo en habla hispana, dice que no recuerda cuántas charlas ha dado. Sólo que lo ha hecho frente a niños, en universidades como Harvard y Wharton y, sobre todo, como dice él, "para los que en este mundo sí tienen suerte, pero que a veces se quejan porque el aire acondicionado no funciona".

El itinerario de Canessa es hoy particularmente agitado, aunque él niega rápidamente que la actual crisis financiera tenga algo que ver. Asegura que mientras caían las bolsas y las fotos de ejecutivos abandonando sus oficinas con cajas de cartón se hacían más comunes, su teléfono no sonó más de lo habitual. Sin embargo, no para: hace sólo unos días estuvo en Alicante, de ahí pasó a Miami, para después aterrizar en Santiago esta semana y, en menos de 48 horas, partir nuevamente al norte rumbo a México.

"La razón de estas charlas -cuenta el coach para resumir por qué él cree que lo llaman- es que los grupos empresariales buscan logros comunitarios, buscan una interacción sicológica propia de grupos maduros, que a fin de cuentas fue lo que hicimos nosotros. Por eso nos ven como un caso práctico, como a conejillos de Indias".

El cable a tierra

Durante la mañana del lunes pasado, el doctor Canessa parecía concentrado. Muy concentrado. En CasaPiedra, frente a un auditorio repleto, él estaba en silencio. Mordiéndose los labios y mirando fijo hacia abajo. Parecía, incluso, absorto en ese pequeño papel donde figuraba escrito su nombre. Mientras, a sus espaldas, un video con dejos a la primera temporada de Lost resumía su travesía en los Andes. Esos 20 minutos, ya lo saben todos los que han asistido a sus sesiones de coaching, son una parte clave. Estrictamente, la primera de las tres partes de su charla. Por eso, cuando la pantalla se apaga y las luces se encienden, Canessa levanta la mirada, se pone de pie y camina hacia el púlpito.

Ya en el segundo capítulo -el más largo-, Canessa habla fuerte, muy seguro, moviendo las manos tan enfáticamente que a ratos golpea violentamente el micrófono y detalla qué sucede cuando, de un momento a otro, te ves abandonado en medio de la montaña. Porque, ya lo saben, "en cualquier momento se nos puede caer el avión". Y, acto seguido, vienen las palabras claves como "amor", "pasión", "humor", "Dios" y frases como "nadie quiere ser el capitán del Titanic", "cada paso es un paso" o "yo no voy a ser parte del fracaso". Para Canessa, todo se trata de eso: de unirse y luchar. El público lo escucha atento, concentrado, e incluso deja caer unas lágrimas cuando Juan Catalán, el arriero que lo encontró en Los Maitenes, sube -en un perfecto golpe efectista- al escenario.

Canessa tiene una frase favorita. Una que sus oyentes no olvidan: "En cualquier momento se nos puede caer el avión". Y la repite para luego contar qué hacer cuando el avión -o una empresa- termina en el piso.

La tercera parte, que por cierto no vimos en Chile, son las preguntas y la interacción con la audiencia.
A estas alturas, ser un sobreviviente para Canessa se ha convertido casi en un trabajo a tiempo completo. Y lo sabe. Incluso confiesa que lo asusta. Horas después de su charla, dice que no le gustaría terminar como esos profetas gringos que se ganan la vida vendiendo falsas ilusiones. "Por lo mismo, no tengo agentes -revela-. No quiero hacer de esto un negocio en donde se transe libremente mi historia. Yo prefiero que me llamen, conversarlo". Además, aún mantiene su trabajo como cardiólogo en Montevideo. Así, relajado y estirando los pies sobre una mesa, dice que para él ése sigue siendo su principal trabajo, su cable a tierra, su vida real. Lo ayuda a no creerse el cuento del héroe ni del líder. "Mirá que hasta me han pedido que toque a chiquitos para bendecirlos".

Desde hace un par de años, el coach no sólo da charlas sueltas: ya es parte medular de un seminario de liderazgo que, todas las primaveras del hemisferio norte, organiza el Sloan Fellows Program in Innovation and Global Leadership, del MIT. Canessa intenta llegar hasta Boston todos los años y, durante cinco días, es parte de un programa donde cuenta su experiencia, esta vez a los estudiantes que pretenden liderar buena parte de la economía que hoy comienza a revivir.

Mientras desmantelan los stands de la última versión del Encuentro Nacional del Agro (Enagro), Canessa les pregunta a los organizadores si tienen por ahí una de las palas que estaban regalando. Quiere entregársela al arriero que lo salvó. "Don Juan quería una", explica, poco después de que en los pasillos de CasaPiedra la gente se le acercara a felicitarlo por la conferencia. O, si se quiere, por hacer de la supervivencia una máxima empresarial.

Minutos más tarde, una chica de la organización interrumpirá la entrevista para contarle al coach que ya tiene la pala para don Juan. Entonces Canessa sonreirá, pondrá cara de cansado y dirá que volver a Chile siempre es especial. Porque motivar a empresarios de este lado de la cordillera no le da igual. "Siempre que voy cruzando en avión y miro la cordillera desde arriba, pienso que si me volviera a caer sería imposible salir. Cuando estás encima y mirás y recordás a tus amigos y sabés que te salvaste, te das cuenta de que efectivamente se te puede caer el avión en cualquier momento".

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