Por Alberto Fuguet* Agosto 7, 2009

© Alejandra González

La era del hielo

Chile, me han dicho, es cool. Way fucking cool. Chile, me comentaron el otro día, es "el Williamsburg de América Latina", refiriéndose al multicultural barrio joven-tendenciero de Brooklyn que, al gentrificarse, se volvió un imán para aquellos que quieren sentirse parte de algo. Un país donde se cocina bien, se vive bien, se carretea hasta cualquier hora; un país tolerante, abierto, inquieto, cuico y abajista, flaite y sofisticado a la vez. Cuántos estrenos, cuántas obras, cuántos eventos. No hay músico de prestigio mundial que no "pase por Santiago".  No cabe duda: la cultura ha crecido más que el PGB.

Chile podría -podría- ser uno de estos sitios.

Dicen.

O, al menos, nos tienen medios convencidos. Ya no crecemos tanto porque ya crecimos y ahora nos toca disfrutar lo que logramos. Somos privilegiados: lejos pero cerca; exóticos pero organizados; conectados y al día. Un país abierto, libre-pensante, donde todos están desnudos en la pantalla a partir de las 22 horas, un país que ofrece la posibilidad de estar cerca de los Andes y del mar, pero también de un Starbucks con wi-fi gratis.

Chile tiene imagen, una imagen-país. Chile tiene eslogan. Chile, all ways surprising. Chile sorprende, siempre. Tengo mis dudas. Serias dudas. Partiendo por el mismo eslogan. ¿Qué quiere decir? ¿Es un eslogan para captar más turismo o para posicionarnos en el mundo? Qué se quiere realmente: ¿más turistas de la región o de la tercera edad escandinava o que nos vean como quizás somos?

¿O queremos ser?

Antes, además, lo que sorprendía no era el país sino la naturaleza. Sernatur se la jugó por Chile, naturaleza que conmueve. Luego, el gobierno dispuso que el mejor lema para "vender" Chile era Chile, all ways surprising, frase que ya está en buses en Londres o Nueva York y en los camiones de seguimiento del Dakar Argentina-Chile. El eslogan es, por decir lo menos, curioso. All ways. Algo así como De todas las maneras, pero no del todo. Ese juego de palabras, que no queda del todo claro, me parece algo parecido a un error: all ways surprising. Surprising in many ways. No sé. Para jugar con una lengua, es bueno dominarla. Y para apostar por la imagen de un país, para reducir y conceptualizar algo que, en rigor, es casi imposible, más vale que te resulte.

¿Por qué no usar always? Always se traduce como siempre, sin excepción, constante, sin variación, ahí. El eslogan existente ya aterra: Chile te va a sorprender de muchas maneras y siempre y por todos lados es capaz de sorprenderte. Algo así. Quizás es una manía de traducción, pero ¿queremos siempre sorprendernos? Es perfectamente legítimo apostar por un país que no te sorprende tanto sino te da, no sé, exactamente lo que esperas. Un país puede ser como la casa de tu mamá o el departamento de unos amigos volados que siempre tienen un alojado en el sofá y que, claro, siempre te van a estar sorprendiendo con drogas, vómitos o invitados que se caen del balcón.

A veces pienso que esta imagen-país fue concebida para el consumo interno. Como los viejos eslóganes: Chile, vamos a salir adelante. Usted también póngale el hombro. Y quizás está funcionando porque el gobierno y la presidenta y el estado de ánimo en general no es precisamente el que reina en Honduras. Es cierto: no estamos tan mal. Lo que me está haciendo ruido es qué visión estamos transmitiendo fuera del país cuando justamente ahora se está invirtiendo, y no poco, en esto que se llama Imagen-País y que, en otras palabras, es lobby, relaciones públicas, comunicación estratégica o simplemente tratar de controlar el famoso qué dirán.

Bueno, viendo varios capítulos de No Reservations, el programa de Anthony Bourdain, el gourmet viajero de Travel Channel, algo no me cuajó. No me dieron ganas de comer nada, ni siquiera escaparme a ese spa new-age de Chiloé. Sobre todo cuando tuve la mala idea de ver otros capítulos dedicados a países tercermundistas: Perú, Sri Lanka y Vietnam.

Como todo chileno sabe, hace unos meses Bourdain vino a Chile y visitó y comió en varios sitios. Vino de manera anónima, que es como lo hace, para pasear, mirar, olfatear y, claro, comer. No sé por qué vino a Chile o si fue contactado o invitado. Claramente, la producción de su programa hizo un trabajo previo, porque no es que Bourdain se bajó el avión: de hecho, tuvo escorts o amigos (dudo que sean sus amigos o que se hayan visto alguna vez) que lo llevaron a distintas partes. Dime con quién te juntas y te diré quién eres. Si Chile es un país joven, Bourdain se rodeó de lo más granado del Parque Geriátrico y el lugar común. Ir a El Hoyo con Raúl Pino (duda: who is Raúl Pino y por qué viste pantalones blancos a su edad?). ¿Por qué no lo acompañó Redolés? Estuvo bien que haya ido a la Fuente Alemana ("mucha mayonesa") y me reí cuando insinuó que el pisco sour no es realmente un trago para "marinos rudos". Pero la toma de Bourdain con el director de cine (la muy militar El último grumete, acaso la cinta más exitosa filmada y estrenada durante The Pinochet Years) avanzando por un camino costero en su Jaguar (sí, un Jaguar) luego de haber estado en La Vega Chica comiendo caldo de patas, es, por decir lo menos, kitsch. Pablo Huneeus lo llevó al centro y tomaron cafés-con-piernas y, claro, a La Moneda y el golpe y Mr. Cultura Huachaca contaba desde qué esquina dispararon. Esto fue casi lo primero del programa. Luego de unas impresionantes tomas de la costa de Chiloé, Bourdain camina por el centro, con luz de atardecer de verano, y confiesa que no sabía nada de Chile excepto del golpe y de Nixon.

¿Por qué no sabía más?

¿Quién no está haciendo su trabajo?

De Perú sabía mucho y partió su programa con el chef Gastón Acurio. De Sri Lanka sabía que era la isla de las especias y sólo al final del programa fue a ver cómo se recuperaron del desastre del tsunami. Vietnam parte con citas de Graham Greene y una onda de amor y de casi de desgarro porque "aquel que llega a Vietnam sabe que su verdadera casa nunca volverá a ser una casa, porque después de pasar por Vietnam uno entiende que ésa es la casa a la que uno quiere llegar". En el capítulo de Vietnam el tema de la guerra se menciona en la mitad, luego de varios sabrosos minutos sobre cómo la gente de Saigón reelaboró el omelette de la época de la colonización francesa.

Cuando terminé el programa dedicado a Chile quedé con la sensación de que Bourdain es más ingenuo de lo que pensaba o estaba intensamente incómodo o que alguien acá, una productora, una oficina, un grupo de gente, logró engrupirlo y que él mismo se dio cuenta, pero estaba en el fin del mundo, lejos, gastando plata y había que salir adelante y seguir filmando.

La era del hielo

Señores del Ministerio de Relaciones Exteriores, señores del Ministerio de Cultura, señores a cargo de la Embajada de Chile en USA, Mr. consúl en Hollywood, quiero decirles algo: el programa de Bourdain acerca de Chile es de aquellos que, si se tomara en serio la imagen-país, debería ser considerado un desastre y varias cabezas deberían caer. Aquí hay confusión, desidia y franca torpeza. Porque la pregunta que asalta es qué quieren proyectar. Y si es sorpresa y futuro como las vitrinas más claves del mundo (un programa fetiche para gente que desea planear sus vacaciones), terminan entregando una imagen no negativa (muchos de los platos que come Bourdain son grandes y él para nada sale asqueado o aterrado), pero con un aire a deja-vu. No nos hagamos los ingenuos. Bourdain puede filmar y hablar con quien quiera. Cada uno tiene los amigos que quiere o puede. Pero si hay una oficina dedicada justamente a posicionar una cierta imagen, claramente no se logró.

Chile, en efecto, sorprende: sorprende porque siempre se toca la misma tecla, porque la melodía es la misma. Que nos sigan viendo como un país fundado en 1973 y donde todo gira en torno a ese momento, es curioso. Entiendo la fascinación por Allende y Pinochet y entiendo -hasta comprendo y aliento- que algunos artistas le saquen el jugo a esos huesos. Pero no puedo dejar de quedar impactado al sentarme a ver un programa entre frívolo y antropológico, donde la gracia de Bourdain es justamente ver lo que otros no ven, y toparme con imágenes de La Moneda en llamas y una cita de Kissinger. "Un país que está procesando su pasado y mirando hacia el futuro", narra Bourdain. ¿Sí? Vaya. Esto es un programa centrado en la comida, en el turismo.

No entiendo. Devuélvanme el dinero.

Lo cierto es que el programa que le dedicó a Chile (un evento mediático inflado por la prensa local, que avergonzó y molestó al propio Bourdain), me hizo pensar, luego de superar mis tiritones, molestia, vergüenza ajena y franca lata, que otra vez se desecha una gran oportunidad. Y me hizo recordar la última vez que el país se la jugó por asomarse y llamar la atención en la arena mundial. El polémico iceberg de Sevilla, mirado con distancia, creo que sí resultó y fue, de alguna manera, premonitorio: Chile es un país frío, distante, ajeno y, quizás, capaz de trabajar. El iceberg logró alejarnos de nuestros vecinos. Esa meta funcionó perfecto. Pero con el tiempo, el iceberg se alza como nuestra gran metáfora: un país congelador, capaz de congelarse, de quedarse pegado, de no derretirse ni siquiera en medio del calentamiento global. El país de la era del hielo, donde nuestros fantasmas no se disiparon y están ahí, mirándonos, congelados pero ahí, presentes, esperando derretirse para que todo siga como antes.

Me cuentan de Puro Chile, una tienda "ultra cool" de capitales privados que se abrirá a fines de septiembre en el Soho de Nueva York. Su apuesta es mostrar "lo mejor de Chile", pero no sólo lo que es envasado. Habrá vino, aceite de oliva con merkén, aguas minerales, pero también talento profesional. Por ejemplo, allí se instalarán Felipe Assadi y un grupo de 9 oficinas de arquitectos chilenos más un estudio de arquitectura local. ¿A vender lofts en Bellavista? No. El principal objetivo: re-estudiar la vivienda prefabricada para ser ofrecida de forma remota desde Chile. También, dicen, habrá espacio para abogados, escritores presentando libros o astrónomos hablando sobre las maravillas de los cielos del norte del país. Suena bien. Veamos. No sé si lo lograrán. Pero quizás es un avance. Capaz que si Bourdain hubiera pasado por ahí le hubieran recomendado juntarse con otra gente en su programa. Para que pudiera entender que en el país, para bien o para mal, más que obsesionados con el pasado sólo queremos vivir el presente.

*Alberto Fuguet es periodista, escritor y cineasta. Socio fundador de www.cinepata.com, portal de descarga gratuita y de películas. Una nueva novela suya aparecerá en agosto próximo.

Imagen País

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