Por César Barros Agosto 5, 2009

Todo comenzó de repente. A pesar del crecimiento vertiginoso de 1978 y 1979. A pesar de "que tendríamos dólar a $ 39 por muchos años". Y a pesar de que se contaba el chiste de un marciano que llegaba a Santiago el 2050 y preguntaba si todavía había Coca Cola: sí había. Preguntaba quién gobernaba Chile: Pinochet II. Y preguntaba ¿a cuánto le cambiaban un dólar? : ¡a $ 39!

Recuerdo que mi profesor guía de tesis en Stanford -Ronald McKinnon- vinó a realizar una asesoría al Banco Central en 1978. Con la oposición de toda la  faculty por  ayudar a la dictadura. Pero igual vino. Y dijo tres cosas. Uno: si querían fijar el tipo de cambio, primero exageraran en el monto, porque siempre quedarían cortos, ya que los procesos inflacionarios eran muy largos. Dos: que acumularan muchas reservas. Tres: que mantuvieran a los bancos alejados de sus dueños; arms length fue la frase que usó.

La verdad es que no hicieron ninguna de las tres cosas. Y pasaron otras tres. Como hubo atraso cambiario por la inflación, la gente dudó de un eventual Pinochet II, tanto como de los famosos y eternos $ 39. Como existían pocas reservas, se las empezaron a pelear. Y como los dueños de los bancos estaban en relación carnal con los ídem - por una regulación anticuada -la banca se desmoronó cuando la recesión se hizo carne, y para qué decir cuando se devaluó.

El gobierno, que al final del día era el encargado de tener las reservas (el BC no era independiente como ahora), del ahorro fiscal,  del tipo de cambio y de la regulación bancaria, echó el poto pa las moras y culpó de todo lo que al final pasó -quiebras e intervenciones bancarias, devaluaciones, deuda externa, etc.- a los empresarios y, con particular virulencia, a quienes estaban a cargo de la banca. También a los civiles "culpables" dentro del propio gobierno, como ex ministros y ex superintendentes.

Como en esa época había muchos bancos -no como ahora-, medio mundo era director. Y no sólo "gobiernistas": también gente de oposición, con los cuales fueron excepcionalmente duros.

Las intervenciones bancarias vinieron en dos oleadas: la primera en que cayó el Banco de Talca y el antiguo Español, más otros menores (Fomento de Valparaíso y algunas financieras); y la segunda y  final, en que se desplomaron el Chile, Santiago, O`Higgins, Colocadora, BHIF, BUF, y para qué sigo contando.

En esos directorios había gente de lo más granada. Perseguirlos era como hacerle un juicio a la ciudad. Nuestros ya conocidos Sebastián Piñera y Carlos Massad en el Talca. José Luis Zabala, Cueto (sí, el mismo de LAN) y Antonio Martínez (sí, el de los casinos) en el Concepción. Eduardo Aninat en el Banco Español de Sahli y Tassara. Tomás Muller y  Roberto Guerrero en el Chile. Jorge Cauas en el Santiago.

Para todos fue una pesadilla que quisieran olvidar. Con una ley bancaria poco clara. Delitos mal especificados. Nula experiencia de jueces y de abogados. Y un gobierno autoritario en contra.

Unos salieron bien librados, gracias a buenos abogados y/o  circunstancias favorables. No todos fueron absueltos de inmediato: muchos pasaron días, meses e incluso años en la cárcel. Especialmente duro fue el caso de Javier Vial Castillo: su defensa alegó responsabilidades del gobierno en los hechos. Fue encarcelado por meses. Y luego de muerto, y ya en democracia, la corte decidió su inocencia.

Tanta fue la responsabilidad del gobierno en el caos generado, que la deuda externa bancaria tuvo que ser avalada por el Estado para su reprogramación: ahí se hizo famoso nuestro querido Hernán Somerville. Porque la Súper de Bancos -según la banca extranjera- nunca divulgó cifras que mostraran el estado de descapitalización del sector ni de la maraña de deudas relacionadas que existían. Al principio, esto de las deudas relacionadas era de lo más legal que pudiera pensarse, gracias a una normativa bancaria anticuada y al personal arcaico que tenía la SBIF. Sólo cuando llegaron a esa repartición personas como  Mauricio Larraín y Guillermo Ramírez, se empezó con la clasificación de cartera, el desacople de las deudas relacionadas y la entrega de balances obligatorios.

Pero fue muy tarde. El mal estaba hecho. Y deshacer deudas no es cosa trivial. Menos en un país sin financiamiento externo, sin AFPs que compraran bonos, sin reservas y en la mitad de una crisis mundial de proporciones (el cobre llegó a valer US$ 0.53 la libra).

Por supuesto que los economistas de izquierda de la época criticaban el modelo: pero sus dardos iban para otro lado. Eran las privatizaciones lo que más molestaba. Y la llegada de las multinacionales. Y el desempleo. Nadie sabía mucho de las deudas relacionadas o de la descapitalización. Para qué hablar de la calidad de la SBIF o de la legislación bancaria. El problema eran las privatizaciones, la ley laboral y el poder omnímodo de los grupos económicos (que en esa pasada lo perdieron todo).

Divertido fue también que ni el FMI, ni el Banco Mundial o los bancos extranjeros -que prestaban la "plata dulce"- advirtieron de algo: también para ellos fue una sorpresa, de similar tamaño que para los empresarios chilenos, los jueces, los abogados querellantes y defensores, y me imagino que para el propio Pinochet.

No todos andaban tan perdidos: los banqueros españoles siempre me preguntaban: "César ¿hasta cuándo crees que durará esta fiesta?". Y José Said me advertía: "Esto es el mundo al revés: los que producen pierden plata; y los que hacen que se gaste, se hacen millonarios".

Pero como nada es gratis, y de todo se aprende, se creó una ley bancaria de primera para esos años (todavía dura: sería bueno repensarla). Se inventaron muchos de los "trucos" que ahora aplica Obama en EE.UU. Aprendimos qué hacer y qué no. Le metimos ciencia a la banca. Organizamos una SBIF de primer nivel (para la época eso sí: todavía sigue igualita). Los jueces aprendieron qué era un delito económico. Los empresarios fueron súper cautelosos,  e internalizaron que shit happens y que las leyes de Murphy están en todas partes. Desde entonces endeudarse en dólares, ir más allá del 2:1, es la norma. También la importancia del equilibrio fiscal. La necesidad imperiosa de un Banco Central independiente. Las reservas abundantes y el drama de los atrasos cambiarios.

Después de despedir a Sergio de Castro, don Pino tuvo como cinco ministros de Hacienda, hasta que Hernán Büchi se consolidó y no lo cambió nunca más. De ahí en adelante, los presidentes prefieren "aperrar" con sus ministros de Hacienda y para eso los escogen con pinzas.

Fue una época turbulenta. Pero de gran aprendizaje. Sufrimientos indecibles para muchos. Injusticias cortas como las de Sebastián Piñera o Massad. Y largas - y por eso mucho más injustas- como las de Javier Vial (Q.E.P.D.).

*César Barros es empresario y presidente de  SalmonChile.

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