Por Cassandra Mehlig Sweet, Instituto de Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile Abril 18, 2016

Las últimas semanas han sido angustiantes para los brasileños, sobre todo para los que amamos a un país que siempre se ha sentido al borde de la grandeza. Ahí está el viejo dicho: "Brasil es el país del futuro… Y por siempre lo será”. Tan adecuado como ácido para estos días.

Veinticuatro años después de la primera destitución de un presidente electo democráticamente, Fernando Collor de Mello, la primera mujer presidente de Brasil, Dilma Rousseff, parece seguir el mismo camino. Dilma -me referiré a ella como lo hacemos los brasileños-, se ha comprometido a luchar hasta el final. Final que, claro, parece estar acercándose rápidamente.

¿Cómo llegó a pasar esto? ¿Qué significa para Brasil?

La estructura política del país sigue un patrón similar a la de sus vecinos, post regímenes autoritarios. Un sistema presidencial fuerte, que se ve reforzado por un Congreso numeroso. Si le sumamos la dosis extra de ambigüedad acerca de cómo interactúan ambos poderes, el resultado es un sistema electoral altamente personalizado. Al momento de emitir su voto, los electores brasileños eligen a su candidato de una lista de 32 partidos registrados. El resultado es un proceso político débil, con una multitud de partidos indisciplinados, guiados más por intereses locales y personales que por posiciones políticas.

Fue bajo esta estructura que el PT, forjado en el fuego de la política sindical, entró con todo en este sistema, con la elección de Lula como presidente en 2003.  En esta primera etapa el partido no gozaba de una coalición suficientemente fuerte como para empujar sus políticas en el Congreso. En vez de reforzar la adhesión al partido de sus líderes poniéndolos en cargos ministeriales, el PT eligió otro camino: entregó, mensualmente, maletas con dinero en efectivo a los miembros del Congreso para mantener los afectos y que pudieran desarrollar sus proyectos. Así, “invirtió” en apoyo popular con proyectos de redistribución como “Bolsa Familia” y “Casa Minha”. Ese fue, claro, el comienzo de la caída.

Este sistema mantuvo al PT arriba y le abrió las puertas a Dilma, quien ascendió desde Ministra de Energía a Jefe de Estado Mayor con la salida de Jose Dirceu, el autor del sistema mensalao.

Los escándalos del mensalao y el más reciente esquema de corrupción involucrando a Petrobras causaron furor entre los opositores y costaron al PT su defensa moral. Pero la denuncia que finalmente terminó desatando el impeachment fue de naturaleza casi técnica: el rompimiento de la "Ley de responsabilidad fiscal” en términos simples, esconder el déficit con pagos internos para que no golpeara sus posibilidades de ser reelecta presidenta.

Aquí comenzaron las preguntas que han copado la agenda pública. ¿Debió Dilma haber nominado a Lula como su jefe de personal? ¿Qué debe suceder con el juez Sergio Moro, que retozaba con los políticos establecidos para reemplazar al Presidente y que puso publicó de forma ilegal más de 50 grabaciones de sus conversaciones con Lula? ¿Cómo es que un partido que se impulsó como plataforma política anti-sistema terminó siendo el símbolo de la corrupción? ¿Cómo puede ser posible que los que acusan a la presidenta de corrupción estén ellos mismos acusados de corrupción en casos personales?

La pregunta clave de hoy es qué significa la remoción de Dilma. Como muchos brasileños estoy profundamente decepcionada de la corrupción que ha terminado caracterizando las políticas y el proyecto del PT. Pero no creo, como O Globo publicó hoy, que la destitución de Dilma sea similar a la de Fernando Color de Mello. No creo que la democracia brasileña salga fortalecida de este proceso. El reemplazo de Dilma por un grupo de políticos profundamente corruptos son fruto de la desesperación y arriesgan la alicaída institucionalidad.

El comediante brasileño Gregório Duvivier dice, en un video emitido hace un par de días y que ya goza de más de 4,5 millones de visitas en Youtube: “Precisamos falar sobre Temer” ("Hay que hablar sobre Temer", en español). El probable próximo presidente de Brasil, el vicepresidente Michel Temer, empezó su carera bajo la tutela de Ademar de Barros, antiguo gobernador de Sao Paulo, conocido como “el que roba pero hace”. Temer parece haber seguido esta tradición fielmente. Está actualmente acusado de numerosos escándalos incluyendo lavado de dinero y corrupción. Su primera tarea será evitar su propio impeachment. Con la destitución de Dilma, el momento en que Brasil sea el país del futuro parece alejarse dolorosamente hacia el infinito.

 

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