Por Sebastián Rivas, desde Chicago Enero 22, 2016

Si a los líderes del establishment del Partido Republicano les hubieran contado la escena hace un año, la respuesta hubiera sido entre incredulidad y pesadilla. El candidato que encabeza las encuestas a nivel nacional, el excéntrico y polémico magnate Donald Trump, recibió este martes el respaldo de la ex postulante a la vicepresidencia Sarah Palin, una de las figuras conservadoras emblemáticas, pero que para la mayoría es más recordada por sus continuos ridículos públicos en temas de política interna y externa y por la imitación que la comediante Tina Fey le hizo en Saturday Night Live. Porque si la crítica de los estrategas del partido era que las primarias en 2012 habían sido “el mejor reality show del año” —en voz del ex jefe de campaña de John McCain, Steve Schmidt—, la versión de esta temporada ha sobrepasado cualquier expectativa.

No sólo porque apenas unos pocos creían que Trump se mantendría en carrera y llegaría a competir en alguna de las primarias. Y tampoco porque a diez días de la primera medición oficial, que será el lunes 1 de febrero en Iowa, las encuestas muestren una cerrada disputa entre él y el senador Ted Cruz, otra figura ultraconservadora, por llevarse el Estado. Sino porque el guión está completamente abierto, la incertidumbre entre los republicanos es total y el caos ha comenzado a generar impactos sorpresivos en el lado demócrata, donde Hillary Clinton enfrenta la arremetida de un outsider de izquierda, el senador Bernie Sanders.

Y aún cuando varias de las incógnitas de este reality-teleserie se comenzarán a resolver durante febrero, hay una pregunta sin respuesta que es tanto o más importante que los nombres que pelearán la nominación: cómo la multitudinaria disputa al interior de los republicanos afectará la carrera presidencial y, más importante, la lógica política estadounidense en los años por venir.

THE TRUMP SHOW

En enero de 2015, Donald Trump llegaba a los hogares estadounidenses como un jefe excéntrico que enseñaba negocios a celebridades y se daba el lujo de decirles “¡estás despedido!” en el reality show The Apprentice. Trump, un millonario-ícono pop que apareció en una secuencia de Mi pobre angelito, está acostumbrado a provocar. Y su eterna amenaza era que estaba seguro de que ganaría la presidencia de Estados Unidos si se postulaba, para luego desatar un festival de especulaciones y finalmente desechar la posibilidad de presentarse a alguna primaria.
Un año después, es imposible entender la política estadounidense sin Trump. Los analistas políticos todavía se cuestionan cómo una persona que insultó a héroes de guerra como el senador John McCain, que lanzó declaraciones hirientes hacia los mexicanos inmigrantes y que hizo comentarios misóginos a Megyn Kelly, una presentadora de noticias de Fox News adorada por los conservadores, no sólo ha mantenido su respaldo inicial, sino que está en el rango del 35% de apoyo en las encuestas de su partido y casi duplica a su rival más cercano, Ted Cruz. Más aún, desde mediados de julio se ha mantenido como líder de los candidatos mientras sus rivales han fluctuado de posición.

Nate Silver, el gurú estadístico que ha acertado  en sus predicciones en las dos últimas elecciones, asegura que Trump es un producto del interés de la prensa por vender conflicto y que sus números se comenzarán a desvanecer en las primarias.

Los impactos van más lejos. Apoyado en su figura pública, Trump desarrolló un método de campaña más económico que lo habitual, basado en sus apariciones en los medios de prensa. Y en el reality de las elecciones, Trump es una estrella. Cada vez que llama a un programa en vivo o da una entrevista el rating sube. En agosto y septiembre, los debates en que participó atrajeron a 25 millones de televidentes, una cifra inédita para Estados Unidos y sólo comparable a los partidos semanales de fútbol americano, el deporte nacional. También por eso, los medios han recibido críticas por “inflar” al magnate, quien se ha llevado mensualmente entre el 40% y el 50% de cobertura en TV de los candidatos republicanos, una cifra altísima en un campo en el que llegó a haber 17 contendores.

Algunos expertos han tratado de poner paños fríos. Nate Silver, el gurú estadístico que ha acertado medio a medio en sus predicciones en los dos últimos comicios presidenciales, reitera a quien quiera oírlo que Trump es un producto del interés de la prensa por vender conflicto, que sus números se comenzarán a desvanecer cuando empiece la temporada de primarias y que su posibilidad de ser finalmente el candidato es bajísima. Y tal vez tiene razón: después de todo, y aunque las encuestas han mejorado, para los republicanos sería un riesgo altísimo llevar a un candidato como él. Sin embargo, a minutos de empezar el partido, nadie parece ponerse de acuerdo en cómo tratar de detenerlo.

EN BUSCA DEL ELEGIDO

El problema no es necesariamente que Trump tenga posturas extremas. En 2008 y 2012, los republicanos lidiaron con candidatos de esa línea en sus primarias, pero rápidamente se alinearon detrás de John McCain y Mitt Romney, figuras con una mirada más de centro dentro del partido. Más bien la novedad es que no exista ese nombre que pueda unificar al establishment y ganar la nominación, un camino cuesta arriba dado que de los cuatro candidatos que tienen más de un 10% en las encuestas, tres responden al ala más conservadora: Trump, Cruz y Ben Carson. Y entre los tres suman el 60% de la intención de voto a nivel nacional.

Es ahí cuando la dimensión de las primeras primarias cobra relevancia. Iowa y New Hampshire —que tendrá su elección el 9 de febrero— son dos estados pequeños, pero el hecho de votar por los candidatos antes que el resto provocará que una de las batallas a muerte se dé no por el primer lugar, sino por quién sale mejor entre los candidatos moderados. Ahí, hasta cuatro nombres se agolpan en la fila: Jeb Bush, el senador Marco Rubio y los gobernadores Chris Christie y John Kasich.

Una sólida performance, un tercer lugar o una debacle puede convertir a cualquiera de ellos en el favorito del aparato partidista, con todo lo que ello conlleva. La pesadilla para el partido es que, hasta ahora, quien aparece como favorito para sacar un resultado destacado y llevarse las luces después de ambas elecciones es Ted Cruz, quien marca un 18% en las encuestas a nivel nacional. Cruz tiene opiniones igualmente polémicas que Trump y ha expresado su desprecio por las autoridades del partido tildándolas de ser el “cártel de Washington”. Además, las bases de ambos no están tan lejanas, y hasta hace unas semanas existía un pacto tácito de no agresión entre ambos: Cruz contaba con que los seguidores del magnate lo apoyaran si es que éste, como apuntaban los pronósticos de los analistas políticos, se retiraba en algún momento de la contienda.

En cualquier caso, la temporada de primarias pinta para extenderse por varios meses. En ese camino, y como buen reality show, habrá de todo: cobertura casi ininterrumpida, eliminaciones, protegidos, conflictos y muchos cara a cara. El público, nuevamente, tiene la palabra.

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