Por Alejandro Jiménez Susarte Septiembre 10, 2014

Acaban de celebrarse dos décadas del descubrimiento del carmenère, cepaje considerado emblemático del Chile vitivinícola. La conmemoración se llevó a cabo en la Viña Carmen, en Alto Jahuel, donde un monolito recuerda este hecho protagonizado por el ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot, el enólogo de Viña Carmen en aquella época, Álvaro Espinoza, y el académico de la Escuela de Agronomía de la Universidad Católica Philippo Pszczólkowski.

El descubrimiento representó una sorpresa interesante, pero su divulgación llenó de dudas a la industria. Durante años, los mercados internacionales habían valorado al llamado “merlot chileno”.  Y ahora había que sincerarse y decir que  se trataba de carmenère, un perdido cepaje originario de Burdeos, que había desaparecido debido a la filoxera, la plaga que afectó a las vides europeas a finales del siglo XIX, siendo los cultivos  franceses los más afectados. Así, los primeros pasos del carmenère, en su resucitación, no fueron tan fáciles como se cree.

La ley tampoco reconocía entonces al carmenère, por lo que no se podía colocar el nombre en la etiqueta. Tal vez fuera uno de los motivos para que la Viña Carmen etiquetara su primer carmenère como Grande Vidure, un sinónimo del cepaje. Una anécdota: el primer carmenère etiquetado como tal por Viña De Martino fue confiscado por el Servicio Agrícola y Ganadero.

En cualquier caso, y más allá de las anécdotas, el carmenère a los 20 años es hoy un muchacho que camina con buena salud, que ha descubierto sus terruños más adecuados, que participa de muchos vinos ícono y que cada día ofrece nuevos y variados estilos para seguir conquistando a bebedores de Chile y del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

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