Por Édgar Téllez, desde Bogotá Mayo 29, 2014

En su lista de prioridades, los colombianos tienen la paz en el séptimo lugar, por debajo del desempleo, la salud, la seguridad urbana, la educación, la corrupción y la justicia.

El 15 de junio está cerca. Ambos candidatos necesitan obtener el apoyo de algunos de los candidatos derrotados, que sumados alcanzaron el 39% de los electores. Pero también deben conquistar a parte de los 20 millones de personas que no fueron a votar el domingo pasado.

Bastaron 44 minutos para que 47 millones de colombianos se dieran cuenta, el pasado domingo 25 de mayo, de que el mapa político del país había cambiado. Eso tardó la Registraduría Nacional en dar a conocer los resultados de la jornada electoral en la que el candidato-presidente de centroderecha, Juan Manuel Santos, buscaba que la reelección para continuar gobernando hasta 2018.

Quedó claro que al barco de la reelección presidencial le entró agua a cántaros; tanta, que la campaña santista quedó herida de muerte y deberá emplearse a fondo en la segunda vuelta, el 15 de junio, para remontar la inesperada ventaja que le tomó su más enconado rival, el candidato de la derecha Óscar Iván Zuluaga.

La jornada, en la que votaron 13 millones de los 32 millones de personas habilitadas, produjo consecuencias políticas que ni los analistas ni las firmas encuestadoras alcanzaron a vislumbrar: la estruendosa derrota de Santos en todo el país y en especial en Bogotá, la capital; el mensaje de los electores de que la negociación de paz con las FARC, en La Habana, va por mal camino; la notable y sorpresiva votación por dos mujeres, una de la izquierda y otra de la derecha; y la abstención de los votantes, que alcanzó el 60%, la cifra más alta en 20 años.   

Por Santos, candidato del Partido de la Unidad Nacional, una coalición compuesta por seis movimientos políticos de diversas tendencias, votaron 3.301.427 personas, es decir, el 25,68%. Esta cifra es más baja que la proyectada por varias firmas encuestadoras, como Invamer-Gallup, que a mediados de febrero situó al presidente con el 34,7% de intención de voto. Peor aún: la baja también fue determinante en Bogotá, donde perdió más de un millón de los votos de hace cuatro años, cuando ganó la presidencia.

Ahora, Santos está por debajo del ex ministro de Hacienda Óscar Iván Zuluaga, un contendor que tuvo un repunte considerable en la etapa final de la campaña, pues según la medición de Invamer-Gallup de febrero de este año la intención de voto por él apenas llegaba al 10,8%. De hecho, su aspiración no fue tomada en serio porque su discurso era tradicionalista, anticuado y sin carisma.

Zuluaga fue ungido candidato presidencial en octubre de 2013, en la convención del partido Uribe Puro Centro Democrático, un movimiento creado por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien de entrada fue objeto de duras críticas por depositar su confianza en una persona capacitada profesionalmente, pero incapaz de comunicarse con la gente. 

Pese a la dura realidad de las encuestas, en las que durante meses Zuluaga no pasaba de un dígito, Uribe se mantuvo incólume, aunque no pocas veces surgieron rumores de que el ex mandatario optaría por alguien diferente: Zuluaga se veía distante y enredado en una campaña presidencial que no arrancaba y se veía  lejos de entusiasmar al electorado.

Pero el panorama de Zuluaga empezó a cambiar radicalmente en marzo de 2014, después de que el partido político de Uribe -rebautizado en enero como Centro Democrático- quedó segundo en las elecciones regionales en las que fueron renovados el Senado y la Cámara de Representantes. Allí salieron elegidos Uribe y otros 18 aspirantes de ese movimiento, lo que fue interpretado como un claro triunfo del ex mandatario y, de paso, una nueva oportunidad para Zuluaga.

Con el paso de los días, el candidato tomó impulso detrás de la figura de Uribe y armó un discurso radical contra la negociación que desde noviembre de 2102 desarrollan el gobierno colombiano y las FARC en Cuba.

Zuluaga canalizó a su favor el escepticismo de la ciudadanía por el trámite del proceso de paz, de cuyos avances se conoce muy poco. Además, las FARC aprovecharon la mesa de diálogo para recomponer sus fuerzas en diversos lugares del país, adonde regresaron el secuestro, la extorsión y los ataques a la fuerza pública.

Es tal la desconfianza por lo que sucede en Cuba que sólo el 37% de las personas encuestadas en enero por la firma Cifras y Conceptos apoyaba la negociación con las FARC. Adicionalmente, en su lista de prioridades, los colombianos tienen la paz en el séptimo lugar, por debajo del desempleo, la salud, la seguridad urbana, la educación, la corrupción y la justicia. Esta medición se explica porque tradicionalmente el conflicto interno se ha desarrollado en las zonas rurales, alejadas de los grandes centros urbanos.

Hábilmente, Zuluaga articuló el discurso de que en su gobierno congelaría las negociaciones con las FARC hasta que ese grupo al margen de la ley se comprometa a suspender las acciones militares y sus comandantes paguen hasta seis años de cárcel.

La diatriba diaria contra el proceso de paz y la promesa de mejorar las condiciones de seguridad en las ciudades, disparó a Zuluaga en las encuestas, que en mayo -según Invamer-Gallup- lo pusieron con una leve ventaja, de 29,3%, sobre el 29% de Santos en la primera vuelta.

Pero a la campaña presidencial le faltaban más ingredientes para hacerla emocionante, porque hasta comienzos de mayo había coincidencia de opiniones en el sentido de que Colombia avanzaba hacia una elección aburrida.


LA GUERRA DE LAS FILTRACIONES

De un momento a otro el país se vio inmerso en una batalla campal entre las campañas de Santos y Zuluaga, en la que surgieron acusaciones de poderosos narcos, filtración de dineros calientes y espionaje tecnológico.

El 4 de mayo, el columnista Daniel Coronell denunció que el narcotraficante Javier Calle Serna, alias Comba, y otros tres capos le dieron 12 millones de dólares a J.J. Rendón, uno de los principales asesores de Santos, a cambio de gestionar su rendición. Rendón, continuó el periodista, se reunió con abogados de los mafiosos y en 2011 le entregó un video y una carta al jefe de Estado. 

La revelación fue capitalizada inmediatamente por Zuluaga, quien salió a pedirle explicaciones a Santos, al tiempo que la Fiscalía abrió una investigación.

La campaña del presidente se veía en apuros, pero dos días después, sorpresivamente, fue capturado en Bogotá Andrés Sepúlveda, un experto en informática que trabajaba en la campaña de Zuluaga, acusado de espiar los correos electrónicos del presidente Santos y de los negociadores de las FARC en La Habana.

Santos no demoró en atrapar el salvavidas y de inmediato su campaña acusó a Zuluaga de incitar la guerra sucia, propiciada, según ellos, por Uribe. Desde distintas orillas pidieron la renuncia del candidato, que en un par de ocasiones trastabilló ante los periodistas cuando intentó explicar que Sepúlveda sí trabajaba con él, pero que no actuaba en forma ilegal.

Pocas horas después recibió auxilio de Uribe, quien atizó la hoguera al asegurar que dos de los 12 millones de dólares que  Comba le dio a Rendón en 2010 fueron a parar a las arcas de la campaña de Santos, como préstamo.

En medio de la feroz controversia, cada bando perdió alfiles importantes: Santos le aceptó la renuncia a Rendón y Zuluaga tuvo que prescindir de su principal asesor, Luis Alfonso Hoyos, acusado de filtrar información tendenciosa sobre las FARC y sus negociadores.

En los siguientes días y con la votación encima, los candidatos y los voceros de las dos campañas utilizaron todo tipo de medios para quitarse de encima el escándalo. Hasta que los dos contrincantes y los otros tres aspirantes -Clara López, Marta Lucía Ramírez y Enrique Peñalosa- se encontraron frente a frente y por primera vez en dos debates de televisión.

En el primero, en el canal RCN, Santos y Zuluaga se lanzaron múltiples acusaciones, como hacía mucho tiempo no se veía en una campaña presidencial en Colombia. Por el contrario, las candidatas López y Ramírez abordaron el debate de manera distinta y lograron vender un discurso sosegado, con propuestas serias. Al final, quedó la sensación de que ellas fueron las ganadoras y Santos, Zuluaga y Peñalosa los perdedores.

El segundo encuentro ocurrió el viernes 23 de mayo en el canal Caracol. Atrás quedaron las pullas y las recriminaciones y los candidatos sólo hablaron de sus propuestas. Santos insistió en promover el proceso de paz con las FARC como única fórmula de reconciliación para terminar el conflicto con las guerrillas, que cumple 50 años.

Zuluaga fustigó la negociación en La Habana con el argumento de que generará impunidad y solo servirá para que las FARC lleguen al Congreso y manden en el país.

LA VICTORIA DEL DESAFIANTE
Los resultados del domingo 25 de mayo le pasaron una dura cuenta de cobro a Santos y le dieron el triunfo a Zuluaga, en una clara señal de que el electorado de derecha no tuvo en cuenta los episodios escandalosos que involucraron a las dos campañas y optó por creerle a su candidato y al ex presidente Uribe.

La victoria de Zuluaga fue contundente porque no sólo obtuvo el 29,2% de los votos, sino también porque triunfó en Bogotá y en 16 de los 32 departamentos, principalmente los de la zona central, donde están asentados 900 de los 1.096 municipios del país. Santos ganó en las costas pacífica y atlántica.

Concluida la contienda,  las campañas se dedicaron a limpiar la casa. Sobre todo la de Santos, que 24 horas después de la derrota introdujo varios cambios en los cuadros directivos, en un intento por corregir los errores de estrategia, el escepticismo frente al proceso de paz y el rechazo mayoritario a la figura de la reelección. 

El 15 de junio está cerca. Ambos candidatos necesitan obtener el apoyo de algunos de los candidatos derrotados -López, Ramírez y Peñalosa-, que sumados alcanzaron el 39% de los electores.  Pero también deben convencer a 20 millones de personas que no fueron a votar y a los 770.000 que votaron en blanco, de que sus propuestas en segunda vuelta son mejores que en la primera. 

Colombia avanza hacia una elección presidencial inédita, en la que más que programas y promesas está en juego el honor de Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, dos antiguos aliados que desde hace ya casi cuatro años están trenzados en una guerra sin cuartel.

Al mismo tiempo, en la lejana y a la vez cercana Cuba, los principales jefes de las FARC observarán cómo, una vez más, por cuenta de ellas Colombia se jugará nuevamente su futuro.

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