Por Paula Molina Julio 17, 2013

“Hoy tenemos la gran oportunidad de dirigir el papel de la tecnología en nuestra sociedad, y podemos hacerlo de forma peligrosa, o aprovecharla para cambiar la forma en que nos relacionamos y manejamos nuestras vidas”.


“La prensa no nació con los valores que hoy posee, los desarrolló. Lo mismo debe pasar con las instituciones en internet: tienen que desarrollar su su propia ética, y el problema es que les puede tomar un buen tiempo”.


Nicco Mele es consultor digital para algunas de las 100 empresas más ricas del mundo, ha trabajado con algunos de los principales candidatos presidenciales estadounidenses, y enseña estrategias digitales para campañas políticas en Harvard. Le pregunto cuál sería su primer consejo para un candidato independiente: “E-mail. Recolecte la mayor cantidad de direcciones de correo electrónico que pueda y empiece a escribir muy buenos e-mail donde hable de las cosas en las que usted cree y explique por qué usted debería ser un líder en esos temas. Segundo, edúquese en la tecnología. Piense en serio en la tecnología y cómo puede utilizarla en su favor y sacarle el mayor provecho”.

Ignoro el valor comercial del consejo, pero sé que Nicco Mele -que ha sido descrito como un “gurú de la política digital” y uno de los estadounidenses “mejores y más brillantes”(según la revista Esquire)- empezó su trabajo digital no para grandes empresas, sino para activistas y organizaciones sin fines de lucro. El 2004, cuando tenía 25 años, vio en televisión a un político en el que creyó, Howard Dean (una de las primeras voces en el Partido Demócrata contra la guerra en Irak), y con él hicieron historia en la política norteamericana al demostrar por primera vez cómo internet podía ser una herramienta para sobrepasar las estructuras tradicionales de poder -los grandes medios y los grandes financistas- y acercarse directamente a las personas, juntando dinero a través de pequeñas donaciones individuales por internet. Aunque Dean terminó perdiendo la nominación de su partido ante John Kerry -y Kerry perdería la elección presidencial frente a George W. Bush-, Nicco Mele probó en esa campaña las bases para la estrategia digital que luego sería parte del triunfo de Barack Obama. 

-¿Si los candidatos pueden mandar sus mensajes por e-mail, por qué Obama gastó cifras récord en avisos de televisión en la última campaña presidencial?

-Por dos razones. Una es que hay un riesgo muy grande en no estar en televisión. La política estadounidense durante los últimos 60 años ha estado centrada en la televisión y es demasiado el riesgo de abandonar una práctica que ha sido tan exitosa por tanto tiempo. La segunda razón es que, a pesar de que la televisión se está erosionando  -cada día menos gente ve televisión en televisores, y más gente ve televisión online-, el hecho es que todavía es un medio poderoso, de masas. Pero yo creo que internet es una manera aún mejor y que está ganando mayor poder cada día.

-¿Y qué efecto puede tener internet en el financiamiento de las campañas políticas?

-La tecnología hace muy fácil para las personas recaudar dinero para las campañas políticas fuera de los circuitos tradicionales. Y eso significa que si la dirigencia está haciendo un mal trabajo, habrá un mayor incentivo en las personas para buscar dinero fuera de las estructuras de poder de los partidos.

 

EL FIN DE LOS GRANDES

Las redes sociales son virtuales, el poder es real. Y una de las preguntas más atractivas por estos días en la política -y la comunicación y los negocios- es cómo éstas alterarán los equilibrios de poder tradicionales.

Nicco Mele publicó recién The End of Big, un libro sobre cómo la “conectividad radical” -la posibilidad de estar conectados todo el tiempo a través de redes sociales y otras herramientas-marca el colapso de las instituciones tradicionales.  La conectividad ya hizo colapsar la industria de discos y amenaza a la prensa y la industria del cine, pero también pone en jaque a otras instituciones, como gobiernos y  universidades. La conectividad radical es adictiva y hay algunos dispuestos a poner en riesgo sus relaciones cotidianas o su seguridad por ella. En un ejemplo banal, los que manejan mandando mensajes de texto están bien dispuestos a sacar los ojos del camino -con todos los riesgos que eso lleva- para ver qué e-mail recibieron. La discusión pública se ha vuelto un foro donde todos hablan al mismo tiempo y, en la mirada de Nicco Mele, las instituciones -y las personas- han hecho un muy pobre trabajo de adaptación (¿cuándo fue la última vez que leyó las condiciones de servicio de Facebook?).

“El poder se ha vuelto difuso, y se está distribuyendo desde las grandes instituciones hacia los individuos”, explica. “No se trata de internet, tampoco es telefonía móvil: es la conectividad radical. Lo que es distinto en términos de poder es que cualquiera puede estar conectado todo el tiempo a cualquier otra persona, sin orden de prioridad o jerarquía, y, virtualmente a costo cero”.

-¿Por qué ese proceso podría llevar al caos?

-Porque nuestras instituciones están construidas sobre distintos niveles de acreditación y autoridad. Piensa en una sala llena de gente. Si todas las voces se escuchan al mismo volumen y todos hablan al mismo tiempo, nadie escucha nada. Si quieres tener una reunión en una sala repleta, tienes que tener una agenda, elegir quién va a liderar el encuentro, las personas tendrán que levantar la mano para hablar. Eso es lo que la conectividad radical destruye; todas las personas tienen la misma cantidad de poder. Eso crea un montón de nuevas oportunidades, pero también un montón de riesgos. Muchas de nuestras formas de organización del pasado no van a funcionar en este nuevo mundo.

-Pero también mucha gente estaba cansada de que hablaran siempre los mismos y de que algunos ni siquiera entraran al debate...

-Por supuesto. Esos son los dos temas de mi libro: uno es la tecnología empujando el poder desde las instituciones hacia los individuos. El otro tema es la falla de las instituciones; nuestros líderes no han hecho un buen trabajo y es esa falla la que impulsa a la gente a trastocar lo establecido. 

-Eso también debería llevarnos a una nueva conversación sobre las instituciones que queremos.

-Sí. Creo que estamos en un momento donde tenemos la gran oportunidad de dirigir el papel de la tecnología en nuestra sociedad, y podemos hacerlo de forma peligrosa, o aprovecharla para cambiar la forma en que nos relacionamos y manejamos nuestras vidas.

-Usted plantea que las instituciones están en riesgo, pero el reciente escándalo de espionaje en Estados Unidos hace pensar lo contrario: que los gobiernos son más poderosos que nunca y están espiando gracias a la información de las plataformas sociales...

-Así pareciera, pero con todo este enorme poder de vigilancia bastó sólo una persona, Edward Snowden -alguien que ni siquiera trabajaba al interior del gobierno-, para descubrirlo. La misma tecnología que crea la capacidad de vigilancia del gobierno, crea a Snowden; por lo tanto, al final, la tecnología realmente empodera a los individuos. Parece que el gobierno fuera más poderoso que nunca, pero creo que eso sólo es una transición. 

-¿Cómo se establece un equilibrio en términos de poder ciudadano en las redes y fortaleza de las instituciones?

-Creo que lo primero que podemos hacer es un esfuerzo por entender mejor la tecnología. Y lo segundo es tratar de entender mejor nuestras instituciones. No estamos prestando suficiente atención a la forma en que estas relaciones funcionan. Tengo una anécdota. La pasada primavera se casó Sean Parker, uno de los fundadores de Napster y Facebook, uno de los billonarios de Silicon Valley. Un periodista escribió una historia acerca de su boda, de cómo la celebración había roto varias leyes y había sido un riesgo medioambiental; era una historia acerca de la élite de Silicon Valley y lo rica y arrogante que se ha vuelto. La historia se propagó por todas partes. Finalmente, Parker escribió una nota explicando que mucho de lo que se había escrito eran mentiras.  Planteó: “Quizás fue un error crear un medio social que no necesita editores, ni precisión, ni fuentes legítimas”.

-En esa línea, usted plantea que quizás ya es momento de pedir un sentido de responsabilidad cívica a compañías como Facebook o Twitter, que por ahora se asumen como empresas neutras, que no tienen por qué hacerse cargo de lo que allí se publica...

-Cuando yo miro la historia del periodismo, pienso en cómo durante 150 años los periódicos empezaron a entender el poder que tenían y sus responsabilidades hacia la sociedad, y de ahí pensaron en la importancia de reportear, de identificar a sus fuentes. La prensa no nació con la ética y los valores que hoy posee, los desarrolló. Y creo que lo mismo debe pasar con las instituciones en internet: tienen que desarrollar sus propias normas, su propia ética, sus propios procesos, y el problema es que eso les puede tomar un buen tiempo. Pero eso tiene que pasar.

-Las personas intentan regular su relación con los medios sociales cuando postean mensajes diciendo “éstas son mis fotos, y mantengo derechos sobre ellas”, aunque eso puede no significar nada legalmente...

-La gente ya empieza a darse cuenta cuánto importan en su vida estas plataformas. Y entonces va a querer tener un mayor control en cómo se deciden las políticas de uso de sus fotos y mensajes. Hoy la gente mira los “términos de servicio” y los acepta con un click sin leerlos. Es una manera bastante pobre de establecer los términos entre proveedores y usuarios. Creo que en algún momento veremos un cambio hacia una forma más útil de negociar la relación entre los usuarios y las plataformas.

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