Por Daniel Matamala Abril 12, 2012

Después de un año de campaña, 31 elecciones primarias, 13 debates y 77 millones de dólares gastados sólo en avisos televisivos, los republicanos están de vuelta en el mismo lugar: resignados a Mitt Romney, un candidato al que no quieren, y que no los representa, pero que es la única opción real de evitar la reelección de Barack Obama.

Fue la primaria más bizarra que se recuerde en Estados Unidos: un circo itinerante del que los candidatos serios que podían retar a Romney prefirieron restarse, dejando el camino abierto para un variopinto grupo de personajes que se alzaron como "la esperanza conservadora". Pasaron Michele Bachamann, Herman Cain, Rick Santorum, Rick Perry y Newt Gingrich. Era tal el nivel de ansiedad del electorado por encontrar una alternativa a Romney, que todos ellos fueron favoritos en algún momento.

Game over. Los republicanos no encontraron a su "niño maravilla" que, como Reagan en 1980, Clinton en 1992 u Obama en 2008, fuera capaz de romper los moldes, derrotar a los favoritos, electrizar a las bases y al mismo tiempo presentarse como un candidato viable. La bajada de Rick Santorum terminó la batalla real, y aunque Newt Gingrich y Ron Paul siguen en carrera, lo suyo tiene que ver con el enorme ego del primero y con armar una plataforma a futuro en el caso del segundo, no con una opción real de ganar.

Ahora comienza una campaña de siete meses entre  Obama y  Romney. Y las mismas razones que le hicieron tan difícil ganar la nominación son las que convierten al republicano en un rival de temer para el presidente. Romney fue un gobernador  moderado y un ejecutivo exitoso, que sabe mucho de números y poco de ideología. Por lo mismo, centrará su campaña en el tema número 1 en la mente de los norteamericanos: la lenta reactivación económica y el consecuente desempleo.

Para ello,  se alejará de las posiciones extremistas que debió adoptar en la primaria, y volverá al centro político, para capturar a los moderados que definirán la elección. Su asesor Eric Fehmstrom lo explicó con una metáfora de brutal realismo político: "Para la elección general, aprietas el botón de reset. Es casi como una 'pizarra mágica'. La mueves y empiezas todo de nuevo".

Hay tres temas fundamentales en los que Romney necesita retomar el centro político. El primero es la inmigración. La retórica xenófoba de la primaria republicana terminó de entregar a los hispanos a los demócratas. Considerando que los latinos  son el grupo de mayor crecimiento en Estados Unidos, muchos sugieren reencantarlos nominando como candidato a vicepresidente a Marco Rubio, un carismático senador hijo de cubanos.

Otro es Irán. En la primaria, los republicanos compitieron por quién lanzaba las amenazas más incendiarias contra Teherán, pero si la crisis se hace real de aquí a noviembre (por ejemplo, con un ataque  israelí contra las instalaciones nucleares iraníes), los votantes tenderán a alinearse con el presidente, y Romney deberá dar muestras de estatura presidencial.

El último es la polémica reforma al sistema de salud conocida como Obamacare. En junio, la Corte Suprema entregará su fallo sobre la obligación de que todos los estadounidenses en condiciones de pagarlo compren un seguro médico. Si lo declara inconstitucional, derribará el gran legado de la presidencia de Obama, pero al mismo tiempo le quitará su principal bandera de campaña al Partido Republicano y a Romney, quien ha prometido dejar sin efecto la ley en su primer día en la Casa Blanca.

Si ocurre, Obama y Romney deberán dejar de lado los discursos ideológicos, y presentar propuestas sensatas para controlar los gigantescos gastos de salud y entregar algún tipo de seguro médico a los 45 millones  que no lo tienen.   

Por ahora el promedio de encuestas de RealClearPolitics muestra a Romney 5 puntos abajo. Si logra moderar su discurso, y además consigue que la derecha radical vote por él como el mal menor frente a Obama, Romney puede ser el próximo presidente de los Estados Unidos.

Sería un triunfo por descarte, sumando a la derecha que se quedó sin candidato propio y al centro, que se desilusionó de Obama. Pero Romney sabe de números, y entiende que en democracia cada voto cuenta igual, sea marcado con pasión o con simple resignación.

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