Por José Manuel Simián Noviembre 7, 2012

Obama ganó y eso debería ser lo único que nos importase a quienes votamos por él convencidos de que era la mejor opción para las clases medias y trabajadoras del país, para las minorías, para las mujeres y, también, para el resto del planeta.

Pero, para quienes hicimos lo mismo hace cuatro años, hay una espina clavada por esta temporada electoral: la facilidad con que se instalaron ciertos relatos maniqueos sobre lo que pasó en 2008, lo que pasó en estos cuatro años de gobierno de Obama y lo que se tejía de cara a la elección. El principal de ellos fue el comparar sin perspectiva al Barack Obama modelo 2008 con el de 2012 diciendo que este último (como si fuera otra persona) había perdido su carisma y era incapaz de generar esa “esperanza” (el HOPE de ese famoso poster de Shepard Fairey) que lo hizo una figura global.

Según los cortos de memoria, 2008 habría sido un momento mágico en que Estados Unidos se alineó tras de Obama guiado por móviles más altos que los de una elección normal. Así comenzaba, por ejemplo, un texto publicado el día de la elección por Lluís Bassets en su blog de El País: “Hoy no es un día de elección sino de rechazo. Ganará quien tenga a menos votantes enfrente. Ninguno de los dos candidatos despierta ilusión. Nada que ver con 2008, cuando la esperanza era el eslogan”.

Es cierto que, en su primera campaña presidencial, Obama despertó ilusiones de poder cambiar el país para bien (porque más que la esperanza, su eslogan era el cambio, ¿recuerdan?), así como también es cierto que su mandato ha resultado decepcionante para muchos. Pero los cortos de memoria parecen olvidar dos cosas fundamentales: por una parte, que la campaña de 2008 fue tanto o más agresiva y llena de tretas sucias que ésta, comenzando por las sangrientas primarias contra Hillary Clinton y siguiendo por unas generales en que Obama tuvo que soportar desde ninguneos (que lo llamaran despectivamente “organizador comunitario” cuando era senador federal) hasta ataques derechamente racistas y acusaciones de no ser estadounidense. Recuerdo a muchos republicanos moderados decir con cara de asco que Obama sería un nuevo Carter (es decir, un demócrata incapaz de mejorar la economía e incapaz de ser reelecto), pero más que eso el temor y escepticismo de muchos que votaron por él con poca convicción.

En suma, no todo era esperanza ni la elección era significativamente menos de “descarte” que ésta. Era la vida real, que suele ser más complicada que una columna de periódico. Y lo ocurrido el martes confirma que, si bien todavía tiene muchas promesas por cumplir, Obama no ha sido una total decepción. Parte importante de su reelección se debe a las cosas que sí logro en estos cuatro años: la reforma de salud, el rescate financiero y el salvataje de la industria automotriz, la lenta pero perceptible recuperación de la economía.

No se trata de negar que esa helada noche de noviembre de 2008 muchos soñamos con que Estados Unidos iba a ser un país bastante mejor del que había garabateado George W. Bush. Una de mis imágenes favoritas de la primera elección de Obama es el video que capturó un amigo en Union Square de Manhattan, donde una turba espontánea entonó el himno nacional estadounidense en torno a un semáforo: un arrebato de nacionalismo eufórico en una ciudad que suele evitar ese tipo de símbolos. Pero eso y otras muestras de alegría distaban mucho de un momento de unidad nacional o esperanza extendida. El país estaba tanto o más dividido que ahora y, sobre todo, agotado de la era Bush. Todos sabíamos que Obama generaría un rechazo importante y que el camino para salir de la crisis económica sería largo.

La principal diferencia entre las elecciones de 2008 y la de esta semana —es algo obvio, pero parece necesario recordarlo— es que entonces elegimos a un candidato lleno de promesas y el martes reelegimos a un presidente con varias heridas de guerra. No es mucho lo que ha cambiado: Estados Unidos es y será muchos países en uno, una suma de territorios y pueblos en constante conflicto y redefinición. Quienes intentan contar historias en blanco y negro simplemente no conocen Estados Unidos.

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