Por Alejandra Costamagna, escritora Noviembre 26, 2014

El hombre (Cristián Carvajal) lee el diario, la mujer (Bárbara Ruiz-Tagle) trata de hablarle. El hombre la hace callar, la mujer acata. Es la hora del desayuno y la pareja, como todas las mañanas, finge una vida familiar armónica mientras su existencia se desmorona. Ni el padre ni la madre son capaces de comunicarse con su hijo (Stephany Yissi), un niño de diez años al que intentan domesticar con pastillas para la concentración y una dieta de anoréxicos. Tampoco fluye el contacto con la empleada de la casa (Carmen Disa Gutiérrez), que sostiene emocionalmente al muchachito. Ése es el panorama de Proyecto de vida, la cuarta obra de Emilia Noguera, escrita como parte de los talleres ofrecidos por el Royal Court Theatre en Chile. En el texto está esbozado un cuadro de violencia latente que opera tanto para la familia como para la sociedad que la nutre: un entorno atrapado en el exitismo, el deber ser y el clasismo. Los diálogos de Noguera son precisos, con ellos dibuja la situación de corte realista a través de la sugerencia y no cae en la tentación de la denuncia explícita. Pero es gracias a la destreza plástica del director Cristián Plana que la obra despunta y se convierte en una pieza perturbadora y de gran simbolismo. Uno de los momentos de mayor peso atmosférico es el de la madre que intenta comunicarse con el hijo y de golpe aparece replicada en tres mujeres idénticas que se vuelven espejos de su frustración. En este universo, tanto el niño como la empleada parecen moverse con otros ritmos, estar anulados para siempre en las rutinas igualmente fracasadas del padre y la madre. Porque ellos son los extraños, las piezas que no encajan en el puzle de familia feliz que la mujer y el hombre intentan armar con escasísimo talento. El talento, la verdad, corre por parte de Emilia Noguera y Cristián Plana. Y del equipo que los acompaña en esta obra de gran fuerza visual.

“Proyecto de vida”. En Teatro UC. Hasta el 6 de diciembre.

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