Por Alejandra Costamagna, escritora Octubre 29, 2014

Con las marcas violentas de un allanamiento en los años ochenta parte La Victoria, obra de corte realista escrita por Gerardo Oettinger y dirigida por Paula González Seguel. El escenario es la parroquia de una comuna periférica de Santiago y las protagonistas son un grupo de nueve pobladoras que, asesoradas por una religiosa extranjera, organizan ollas comunes. La estética de la época es reproducida con fidelidad en detalles como la radio a pilas, las arpilleras colgadas en los muros o el vestuario de las mujeres. Tal como en los montajes anteriores de la compañía Teatro Síntoma, pero tal vez con una propuesta menos afinada en su tratamiento discursivo, La Victoria está construida al modo de un documental en vivo. La hora de duración de la obra coincide con los minutos que las pobladoras demoran en cocinar una suerte de cazuela. Mientras las mujeres ordenan la salita tras el allanamiento, nos enteramos de que en la población ha muerto un niño. Y eso las lleva a enfrentar posturas acerca del miedo, la solidaridad, la traición o el individualismo. Aunque escaso, el humor también estará presente en sus rutinas. Así lo vemos, por ejemplo, cuando una de ellas pone un casete con canciones de protesta y todas corean estribillos como “A puro pan, a puro té, así nos tiene Pinochet”. Así avanzan los minutos de distensión, los desacuerdos, el drama y la difícil toma de decisiones. Traer a la memoria esa dinámica social y trasladarnos sin mayores artificios a la atmósfera de la época son, indudablemente, los mayores logros de esta obra testimonial que da continuidad al trabajo de Oettinger y González Seguel.

“La Victoria”, de Teatro Síntoma. Hasta el 9 de noviembre en el Teatro del Puente.

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