Por Alejandra Costamagna, escritora Mayo 14, 2014

Sin escenografía ni decorado, con una iluminación que varía entre la penumbra y el neón blanco tipo quirúrgico de micro o de oficina pobre sobre las cabezas de los espectadores, Roberto Farías da una clase de actuación en Acceso, monólogo dirigido por el cineasta Pablo Larraín. No es sólo una clase de actuación, en realidad, la del hombre que por estos días interpreta también, con siniestra empatía, a un personaje inspirado en Álvaro Corbalán, el ex jefe de la CNI, en la serie Los archivos del Cardenal. Es destreza corporal, carisma, sentido del ritmo y, sobre todo, oído privilegiado el de Farías en su rol de Sandokán, un vendedor ambulante de micros que reconstruye en detalle, casi sin respiro, su historial de precariedad, su adaptación al abuso y su particular resistencia frente a la opresión.

Mientras saca libros de anatomía, leyes del Estado, una Biblia para niños, plantillas, peinetas, artículos de podología y otros productos de su arsenal de venta al público, el hombre va haciendo un recorrido en su memoria por los principales capítulos de violencia con curas pedófilos, jueces, empresarios, dueños de gimnasios, hombres de la tele, una candidata de nombre Evelyn, policías, sicólogos y compañeros de vagancia, sin caer nunca en la caricatura.

Farías construye un discurso genuino, con muletillas, énfasis y categorías fieles al habla de la calle. Y de este modo convierte a la palabra en un arma de defensa: un artefacto filoso que le permite hacer frente a la barrera segregadora que es también el lenguaje. En su idioma hay una “Inscontitución Política de Chile” que habla de la “torturación” y los “desechos humanos”. Hay también un silabario “con las preposiciones y los prepucios”, hay enfermedades “inprofesionales”, “improntuarios”, asesinatos “con ‘levosía’ y con ‘velosía’” y gente que mira con “insdiscriminación”. Hay “trompas de escolapio” y un “sistema musculatorio”. Hay un aparato plástico que va absorbiendo las pelusas de la ropa “de una manera aspiracional”. Y hay situaciones que pueden “eyacular en algo peor”, porque acá vemos mucho, mucho “desacceso”. Lo que hay, al final, es un actor que destapa el Chile perverso que habita debajo de nuestras alfombras. Y de paso y con alevosía nos apuñala con las palabras.

“Acceso”: en el Teatro La Memoria, hasta el 31 de mayo.

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