Por Álvaro Bisama, escritor y profesor UDP Noviembre 19, 2014

Que una banda titule una de sus canciones como “DJ Hans Castorp” dice mucho de sus influencias y sus ambiciones. En cualquier otro caso una cita a Thomas Mann puede lucir extrema o impostada, pero en un disco como Nefertiti, de Protistas, suena cómoda y casi casual, parte de un universo tan propio como insobornable. No es raro que sea así: Nefertiti es el disco que sigue a Las Cruces, una obra que configuraba un puñado de canciones psicodélicas donde el pop se cruzaba con una serie de relatos de espacios acosados por la violencia o la soledad.

Nefertiti sigue en la misma senda, pero va más allá: desde “Hospital Salvador”, que abre el disco, es posible darse cuenta de que se trata de una obra triste y sentida, que elabora una reflexión sobre los modos del luto, avanzando de forma imborrable en las preguntas sobre el sentido de la experiencia, los límites del cuerpo y el modo en que la memoria construye la realidad. Así, si en esa canción inicial el vocalista  Álvaro Solar describe los momentos finales de un hombre que ingresa a un pabellón de urgencias, en la canción que le da nombre al disco, Protistas es capaz de organizar el relato de una vida que abarca desde el golpe de Estado de 1973 hasta los modos en que el olvido avanza hasta devorarlo todo.

Pop complejo y sutil, en esa canción la banda adquiere una profundidad inusitada: “¿Dónde van los recuerdos cuando ya no queda nadie?”, grita Solar al final de la canción. Nefertiti se vuelve, de este modo, un disco feroz, una reflexión sobre el tiempo y la muerte, sobre cómo escribir de la extinción y la memoria, sobre la música que cantan los muertos y sobre los vivos que tratan de escucharla, para recordarlos.

“Nefertiti”, de Protistas.

 

 

 

 

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