Por Marisol García Mayo 20, 2014

Si no es la primera canción que hasta ahora merece alguien de ese gremio, “La plegaria del paparazzo” debe ser la mejor, al menos en castellano. Está en el nuevo disco de Jorge Drexler, Bailar en la cueva, y se ajusta a la alta exigencia poética que el uruguayo se impuso en el resto del repertorio, y sobre la cual ha hablado bastante en espacios rara vez ocupados por músicos, como la revista mexicana Letras Libres (pueden leer ahí sobre su diccionario de métrica, su opción preferencial por la sextina, el “taller literario” que dice haber encontrado en Twitter, y otros datos sobre su nueva manera de abordar el verso en la canción). Su sarcasmo contra quienes se ganan la vida capturando potenciales chismes visuales es sobrio, pero efectivo. “Que el pulso no me tiemble en el último instante, / que el foco no pierda detalle de los dos amantes / que no nos falte nunca el elíxir dulce de la hipocresía, / que ahuyente las tinieblas el flash nuestro de cada día”, dice la primera estrofa, que luego avanza en ritmo de candombe como una oración a Dios, que concluye con la autoinculpación resignada del miserable devoto: “Concédeme el olfato, la caradura y la santa paciencia / de las que vivo”. No sorprende leer que se trata de uno de los temas de más antigua data incluidos en el disco. Hace unos años, el inicio del romance entre Drexler y la actriz Leonor Watling fue blanco de teleobjetivos impertinentes, hasta que éstos se reorientaron, aburridos, hacia la rutina de luminarias más escandalosas que la de la pareja (que ya tiene dos hijos). La venganza es un plato que se come frío y es también una canción que se escucha a lo lejos.

“Bailar en la cueva”, de Jorge Drexler.

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