Por Diego Zúñiga Junio 3, 2015

© José Miguel Méndez

Algún día podríamos hacer una antología latinoamericana con aquellos poetas que decidieron bajar un poco la voz y hablar de esas pequeñas cosas que nos cambian la vida. Sería, sin duda, una antología sorprendente, en la que resaltarían algunos nombres, como el peruano José Watanabe, el argentino Joaquín Giannuzzi y varios chilenos, entre los que deberíamos destacar a Ennio Moltedo (1931-2012) y Armando Rubio (1955-1980), que acaban de volver a circular por librerías gracias a la Editorial UV de la Universidad de Valparaíso. Dos poetas con vidas muy distintas -Moltedo vivió siempre, de forma apacible, en la Quinta Región y murió cuando ya tenía 81 años; Rubio vivió sobre todo en Santiago y falleció tras caer desde un sexto piso cuando sólo tenía 25 años-, pero hay algo en su poesía que los vincula, a pesar de lo diferentes que son: la búsqueda de un lenguaje transparente; imágenes de la infancia cuya claridad conmueve, interpela; la muerte como un zumbido que resuena, cada cierto tiempo, en lo que escriben.

Regreso al mar es la antología que reúne parte importante de la obra de Moltedo, quien publicó ocho libros. Poemas en prosa que sorprenden por cómo van construyendo imágenes rotundas y hermosas: “Frente al mar he visto cosas poco comunes; por ejemplo, en pleno invierno, un alcatraz gigante, parado en medio de la playa, solo, y con los brazos cruzados sobre el pecho”, anota el poeta, cuya obra transita por las calles y la memoria, y de pronto se detiene en lugares insospechados. “Si pones el oído sobre la tierra desnuda escucharás claramente el nombre de los asesinos”, escribe, misterioso.

Sin duda hay algo de ese misterio también en Poesía completa, libro que reúne todos los poemas de Rubio: Ciudadano (publicado de forma póstuma en 1983), más otros textos dispersos, que su hijo y poeta Rafael ha recopilado en este libro. Poemas que recorren, en algunos casos, las formas clásicas, pero que también se escapan de aquellos límites: “¿Qué hilo/ sostiene a la gaviota?/ ¿Qué niño/ en la playa encumbra/ desenvolviendo trémulo el carrete/ para que ascienda/ más alto todavía?”, se pregunta Rubio, poeta joven, poeta gris, que deambula por la ciudad mientras va capturando pequeñas postales y reflexiones. Sin embargo, es sobre todo en sus poemas dispersos en los que encontramos mayor oscuridad, mayor tristeza: “Yo quiero amanecer en una esquina/ lejos de la ciudad y sus andamios./ Morirme con los ojos abiertos/ para no dejar nunca de mirar la noche”, escribe Rubio en su impresionante poema “Despedida”, que termina así: “No me pregunten nada:/ morir es un trabajo que se aprende./ Que en esta vida, en fin, después de todo,/ cada uno se muere como puede”.

Moltedo y Rubio están muertos, pero su poesía, por suerte, parece decirnos lo contrario.

A $ 5.000 cada libro.

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