Por Diego Zúñiga Diciembre 30, 2014

Al cubano Severo Sarduy (1937-1993) hay que leerlo en voz alta. Es un imperativo. Dejarse llevar por el ritmo desenfrenado de sus frases, por el placer que produce avanzar por su escritura y descubrir que lo que decía Roland Barthes es cierto: Sarduy cuenta bien cualquier cosa. Sí: cualquier cosa. Leer sus poemas, ensayos y novelas es descubrir un mundo en el que dan ganas de quedarse un buen rato. Y lo mismo ocurre con El Cristo de la rue Jacob y otros textos, que acaba de publicar Ediciones UDP. Un recorrido por uno de los últimos textos que publicó en vida Sarduy, quizá el más evidentemente autobiográfico, junto a “El estampido de la vacuidad”, un diario póstumo, fragmentos, imágenes de una vida que se extingue: “Abandona su país natal y adopta otro, lejano, de cielo gris y gente hosca (…). Se deshace de libros polvorosos, ropa de verano, cartas acumuladas, dibujos amarillentos y cuadros. Se entrega, como a una droga, a la soledad y el silencio. En esa paz doméstica espera la muerte. Con su biblioteca en orden”. Lejos de cualquier pirotecnia lingüística, Sarduy se despoja de todo en este libro y recuerda. Es la memoria de un sobreviviente, una fiesta que quisiéramos que nunca se acabara.

A $13.000 en librerías.

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